Fundar una ciudad

En Cultura

Por Ximena Ocampo Aguilar

 

"Primero la vida, luego el espacio y por último los edificios."  -Jan Gehl

 

¿Cómo se funda una ciudad? Deyan Sudjic diría que para lograrlo se requiere un nombre, monumentos, gente, recursos y calles, pero, si se hace esta misma pregunta en Internet, la respuesta más común es que hay que empezar simplemente por tener (un) terreno. Según la RAE, fundar significa «edificar materialmente una ciudad», lo cual ha sido tomado de forma literal por empresarios y políticos desde siempre. Pero fundar una ciudad, o crearla en el sentido más amplio de la palabra, refiere principalmente a la voluntad de una, pocas o muchas personas de establecerse en un lugar previamente deshabitado o, como en el caso de la Ciudad de México, literalmente encima de un asentamiento ya existente.

 

Diría que hay dos formas de concretar dicha voluntad: una orgánica, quizá la más común hasta hace poco menos de dos siglos, que consiste en establecerse en un sitio por su ubicación conveniente (un cruce de caminos o cercanía a algún recurso natural), o por ser una fuente de trabajo e intercambio. Esta fórmula implica un crecimiento natural y flexible que, posiblemente, responde a las necesidades reales de sus habitantes; es decir, crece y evoluciona a la par de quienes viven en ella.

 

La segunda, que podríamos llamar artificial, que consiste en la concepción de un plan urbano previo a la llegada de sus habitantes y cumple generalmente con un propósito determinado, como mover una ciudad capital o poblar una zona nueva, y, por ende, no necesariamente responde al crecimiento o movimiento natural de la población.

 

San Petersburgo, la segunda ciudad más grande de Rusia, por ejemplo, fue construida a principios del siglo XVIII en un lugar completamente inhóspito, para convertirse, por órdenes de Pedro el Grande, en la nueva capital del país. La hazaña consistió enconstruirla en menos de veinte años, lo cual, se dice, le costó la vida a más de doscientas mil personas e implicó reglas tan absurdas como la prohibición de la construcción de viviendas de piedra en otras partes del país, para así poder abastecer a la nueva capital.

 

Pero fundar ciudades no ha sido tarea únicamente de presidentes y zares; en 1928, Henry Ford construyó una ciudad, llamada Fordlândia, en lo más profundo del Amazonas, con el fin de tener su propia producción de caucho. La fundación de esta nueva ciudad implicó enviar viviendas prefabricadas desde Estados Unidos, construir un campo de golf, canchas de tenis, un cine y piscinas, además de prohibir el alcohol y promover la lectura de poesía y festivales de música country. No era solo una ciudad, era una utopía que en ningún momento tomó en cuenta las condiciones climáticas, sociales o culturales de un país como Brasil, y que el mismo Ford, por miedo a las enfermedades, nunca en su vida visitó; por esto y otras razones, como la invención del caucho sintético, Fordlândia ya era una ciudad prácticamente fantasma para la década de los cincuenta.

 

Por supuesto que no existe ciudad alguna que responda enteramente a alguna de estas voluntades; Barcelona se originó de manera orgánica, pero su ensanche fue planeado por Ildefons Cerdà a mediados del siglo XIX, mientras que en Cancún el caso es el contrario: se creó un plan maestro que al poco tiempo fue rebasado por su acelerado crecimiento.

 

Sin embargo, parece que las ciudades que se imaginan y promueven hoy en día, todas ellas de voluntad artificial, cumplen además con dos premisas principales: por un lado, muy al estilo de Ford, tienen que ser limpias, cívicas y eficientes; es decir, se determinan de tal forma que sea posible predecir y controlar la forma en que sus habitantes pueden llegar a comportarse. Así, creamos «comunidades planeadas» (sic), con reglamentos tan rígidos que ni siquiera permiten colgar la ropa al sol o escuchar música durante el día.

 

Por otro lado, reflejan de manera muy evidente la relación entre la industria de la construcción y su financiarización: la construcción de ciudades como negocio, un fenómeno que produce cientos de miles de casas desocupadas alrededor del mundo. Googlear ciudades fantasma entrega resultados principalmente de China, que tiene al menos 65 millones de casas vacías, las cuales, según Business Insider, serían suficientes para alojar a toda la población de España y Portugal. Pero no hace falta ir tan lejos, en los últimos veinte años la política de vivienda de este país ha producido una serie de ciudades dormitorio, donde no se cumplen aquellos factores mencionados anteriormente, como una ubicación conveniente o fuentes de trabajo e intercambio, teniendo como consecuencia un gran número de viviendas desocupadas. Entre nuestras propias ciudades fantasma se encuentra aquella conocida como Chernóbil, en Tlajomulco, el municipio de México con mayor cantidad de viviendas deshabitadas, con alrededor de 77 mil.

 

Podría parecer que para fundar una ciudad se requiere únicamente de ladrillo y mortero —lo que Richard Sennett describe como la cité—, pero se olvida que, para que subsista y evolucione, también es necesario fomentar su complejidad, permitir la flexibilidad y entender que esta es y deberá seguir siendo mucho más que la suma de sus partes. ¿Cómo se entienden estas diferencias en una ciudad de casi quinientos años como Querétaro? ¿Cómo admiramos las bondades y flexibilidad de un casco antiguo que creció de forma orgánica y que, hasta hace un siglo, fue capaz de adaptarse y albergar al total de su población? ¿Cómo nos preparamos para que las calles, plazas, parques y transporte público lleguen de manera digna a toda la personas que vivimos en ella?.

 

Quizá no se trata solo de pensar cómo se funda una ciudad, sino también de reflexionar sobre cómo refundarla, con todo y aquellos detalles que le dan sentido a la experiencia de vivir juntos.

 

Posdata 1: Brasil, por ejemplo, mudó la sede de sus tres poderes de gobierno de Río de Janeiro a Brasilia, bajo la planeación y diseño de Lúcio Costa y Oscar Niemeyer. Al igual que en San Petersburgo muchos años antes, en la nueva capital de Brasil aterrizaron primero los grandes edificios y calles, basándose en la forma de una cruz, segregando los usos de la ciudad: en un eje, los usos residenciales; en otro, los monumentales; y en la intersección entre ambos, los que tienen que ver con comercio y cultura. Años más tarde, Costa admitió: «En cierto modo estábamos equivocados. Imaginamos que la renovación arquitectónica y la renovación social serían lo mismo. Pero la realidad ha demostrado que las cosas no son tan simples».

Posdata 2: Diría también que es necesario un mito.

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