El arte de la rockola
En Cultura
Por Chucho Estrada*
La otra noche, mientras le daba un trago a mi cerveza, sentado en la barra de una cantina, un desconocido me dijo que la rockola era para gente con tolerancia. No le pregunté por qué lo decía. Si lo pensamos bien, existe más de un motivo por el que cualquiera podría perder la paciencia con ellas: toca canciones que no te gustan, no conoces o de plano no soportas; te hace esperar para escuchar las que elegiste, a veces toda la noche; no tiene la que quieres escuchar, y no te queda más que seleccionar otra de entre un catálogo muy limitado y desactualizado de canciones.
Primer silogismo: a) la rockola es para gente con tolerancia; b) cada vez hay menos rockolas; c) la gente cada vez es menos tolerante.
La rockola me hace meditar en la importancia no de la música, sino de los objetos con los que escuchamos la música. Mi primer recuerdo musical fue con el estéreo de casete de la combi de mi papá. Me acuerdo del Discman en la secundaria. Me acuerdo de la grabadora enchufable y el portadiscos en la playa. Me acuerdo del karaoke en las navidades. Me acuerdo del DVD y las noches de ver conciertos en vivo con los amigos. Me acuerdo del Sony Xplod del carro de Benjas. Me acuerdo de los blogs para descargar música, de Napster y Megaupload. De mi disco duro retacado de archivos MP3. De mi iPod de 30 GB y el iPod Nano que aún conservo. Me acuerdo de la rockola del Bar Tropics. Me acuerdo…
Mi biografía musical está hecha de canciones, pero también de aparatos reproductores, bocinas, computadoras, programas y aplicaciones. Con cada uno de ellos tengo experiencias y recuerdos.
Estoy agradecido con todos estos objetos por permitirme satisfacer una necesidad vital: la necesidad de música. Y por más que se antoja ver estos objetos como dóciles, la verdad es que su incidencia nos hace comportarnos de cierta manera, juegan con nosotros, se nos resisten e inventan modos de relacionarnos con los demás. Dice Ignacio Padilla: «Los objetos afectan nuestra existencia en calidad de espejos con voluntad propia».
Bitácora de sucesos afortunados y desafortunados frente a una rockola:
— Mientras la rockola toca a Michael Jackson, un señor escucha en sus audífonos y canta a todo pulmón a José Feliciano.
— Una mujer comparte los créditos con su amiga. Cuatro canciones por diez pesos. Ella selecciona dos; su amiga, las otras dos.
— La rockola empieza a tocar esa que dice: «No te vas / no te vas / no te vas». En todas las mesas empiezan a cantarla.
— Por tercera vez en la noche se escucha «Highway to Hell» en la rockola.
— Una canción provoca un abrazo entre dos desconocidos.
— Dos amigos juegan a descifrar quién puso la canción que suena en la rockola. Si uno le atina, el otro paga
las cervezas.
— Un hombre golpea violentamente la máquina por el costado, una y otra vez. Le reclama al mesero que la rockola le ha robado.
Playlist colaborativa antialgorrítmica de la noche: «Mi mayor anhelo» (Banda MS), «Somethin’ Stupid» (Frank Sinatra), «Amante bandido» (Miguel Bosé), «Hotel California» (Eagles), «Amor a la mexicana» (Thalía), «Damaris» (Los Aguas Aguas), «Bichota» (Karol G), «Night Fever» (Bee Gees), «Payaso» (José José), «Déjame entrar» (Moenia), «In the End» (Linkin Park), «El gran varón» (Willie Colón), «Sin contrato» (Maluma), «Cinco minutos» (Gloria Trevi), «Candy» (Plan B), «Adiós, amor» (Christian Nodal)…
El universo de la música grabada tiene su origen en tres inventos fundamentalmente: el fonógrafo, la rockola y la radio. Objetos inmortales, adaptables a las nuevas tecnologías, que han sobrevivido a otros inventos hechos para superarlos. La primera rockola llegó a México en 1938. Han pasado ochenta y cinco años desde entonces. Y, aunque cada vez se ven menos, todavía las encuentras en cantinas y pulquerías de la ciudad. Lugares semillero para la experiencia musical colectiva, la empatía participativa, la tolerancia, donde todos somos conocedores por igual.
Segundo silogismo: a) la democracia otorga a todos el poder de elegir a sus gobernantes; b) la rockola otorga a todos el poder de elegir las canciones; c) la rockola es democrática.
No hay objeto musical más carismático que la rockola. Su futuro depende de que mantenga esta cualidad única. Su vigencia no está dada, es algo por construir. Imagino una rockola con la canciones que a todos nos gustan. Música de artistas locales, nacionales e internacionales. Todas las décadas y todos los géneros musicales allí reunidas, organizadas por letra, con las portadas iluminando el monitor.
Si tenemos una conversación o experiencia que nos acerca al descubrimiento de algo nuevo en nuestro interior, a ver las cosas
de otra manera, eso es arte. Y la rockola posee la capacidad de invocar esta forma de «arte eventual». Cuando nos permite reinterpretar una canción o reencantar nuestros gustos, cuando nos invita a abrirnos y relacionarnos con otras personas, cuando hace
de la experiencia de escuchar música un suceso nuevo o diferente. Y, así como aprendemos de otras personas, tal vez podamos aprender algo de los objetos que utilizamos. Ser más como una rockola y escuchar(nos) sin prejuicios, con empatía.
*Cómo suena la escena
Chucho Estrada, colaborador en este número, es el autor del documental 'Cómo suena la escena'. Un vistazo a la música original en Querétaro, estrenado en 2019, en el cual da cuenta de cómo la escena de música independiente, como el rock, fue abriéndose paso entre la clandestinidad de las calles y los barrios de Querétaro, y en la cual recientemente el crecimiento poblacional, industrial y cultural se refleja en la diversificación de las propuestas musicales independientes.
Esta película, producida por la Secretaría de Cultura del Municipio de Querétaro, la Secretaría de Cultura del Estado de Querétaro y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro, más que abarcar la escena en su totalidad, «busca capturar sus inicios, sus recientes transformaciones, sus profundas divisiones, los obstáculos de la profesionalización y la lucha por otorgarle continuidad a la música en vivo original»
**La música de las rockolas en palabras
Como un elemento que va desapareciendo en el paisaje —casi una reliquia—, las rockolas perdurarán, además de en la memoria de quienes insertaron una moneda a cambio de tres canciones, en lo que algunos escritores dijeron de ellas.
«Una digresión sobre la gramola». en No-cosas. Quiebras del mundo de hoy. De Byung-Chul Han.
«La gramola hace que escuchar música sea una experiencia visual, auditiva y táctil muy placentera», dice el filósofo surcoreano en este ensayo sobre la importancia de que en ellas la música produzca ruidos de cosas —a diferencia del sonido digital «incorpóreo y plano». Así, como objeto, nos permite ver el mundo, confiriéndole presencia e intensidad a minucias, insignificancias y fugacidades. Una gramola, o jukebox, es una cosa que no se consume, sino que se utiliza, y como tal «hace que el tiempo sea tangible» en la medida que los rituales —escuchar música en ella, por ejemplo— lo hacen transitable.
Ensayo sobre el jukebox. Peter Handke.
El premio nobel de literatura austriaco escribe uno de sus «ensayos» —una serie de libros sobre temas y lugares marginales de la cotidianidad, mezclando recuerdos, autobiografía y reflexión— teniendo como punto de partida la visión de uno de estos aparatos en un viaje por la meseta castellana de España. El desconocimiento y la indiferencia por esta máquina, dice en el libro, fue lo que lo incitó a meterse en el tema «tanto más porque parecía que en la mayoría de los países, y en la mayoría de los pueblos y las ciudades, la época de los jukebox estaba ya bastante pasada».