Las representaciones de Maximiliano: de Manet a Noticias del Imperio

En Cultura

Por: Antonio Tamez

 

Quizá porque se trata de una tragedia de dimensiones shakesperianas, la aventura de Maximiliano y Carlota en México no deja de fascinar a generaciones de propios y extraños. Es una historia que lo tiene todo: intrigas palaciegas, traiciones internacionales, guerras, un líder indígena, un rey asesinado y una reina loca. Se ha dicho que si alguien hubiera escrito una novela de ficción con esta trama hubiera sido un rotundo fracaso debido a lo inverosímil de su argumento. Sin embargo, la historia del efímero Imperio mexicano fue real y, además de todo, terminó en Querétaro. Ya sea por lo desproporcionado del sueño imperial o por las fatales condiciones de su caída, decenas de artistas, escritores, compositores e historiadores de todas las épocas y nacionalidades siguen volviendo al relato para contarlo una vez más. De esta forma la historia ha ido permeando en la memoria colectiva hasta volverse mito. Hagamos ahora un recorrido por algunas de las representaciones más famosas:

 

Maximiliano en traje de charro

Óleo atribuido a Karl Edward Edersberg, sin fecha.

 

Sabemos muy poco sobre su autor, tan poco que incluso algunos historiadores dudan de su existencia. Se ha llegado a pensar que el retrato es posterior, probablemente del porfiriato, cuando se rescató la figura de Maximiliano y dejó de vérsele simplemente como un invasor, sino también como un hombre que amaba México, un modernizador, amigo del progreso y el orden. De lo que sí hay evidencia es de las fotografías de los miembros de la corte o de algunos expedicionarios portando el traje nacional, cuyo caso más famoso es el del sanguinario coronel de contrainsurgencia Alphonse Dupin. Esta actitud de los europeos contrasta con la de los propios republicanos, quienes nunca se dejaron retratar llevando el traje nacional, que por entonces era usado únicamente por las clases populares, mientras que los miembros de las clases dirigentes lo tenían asociado a los chinacos, a los rebeldes y bandoleros que asaltaban en los caminos. La actitud de los intervencionistas parece querer legitimar su presencia en nuestro país frente a las masas, su derecho al poder por ser «mexicanos de corazón».

 

Visita de los indios kikapú a Maximiliano

Jean-Alphonse Beaucé, 1865.

 

Alphonse Beaucé fue un pintor expedicionario que dejó los mejores óleos academicistas sobre la intervención francesa, como el Ataque al fuerte de San Xavier, de 1865, y el Retrato ecuestre, del mismo año. En la Visita... vemos una embajada kikapú ricamente ataviada: el líder levanta la mano y habla en nombre de su pueblo, Maximiliano y Carlota escuchan con atención. El cuadro retrata a Maximiliano como el falso rey de un México en paz y toma el motivo kikapú para romantizar a los pueblos indígenas como súbditos del vasto imperio francés. La verdad fue que los indígenas sufrieron despojo y muerte a causa de los proyectos de desarrollo, tanto imperialistas como republicanos. El propio Juárez, con las leyes de Reforma, desapareció la propiedad comunal y con ello la figura del Pueblo de Indios, una organización en la que las comunidades vivían desde el siglo XVI. Muchos quedaron como propietarios individuales de sus pequeñas parcelas, lo que los dejó a merced de los grandes terratenientes. Curiosamente, Maximiliano restauró el Pueblo de Indios, una de las pocas leyes de Reforma que derogó, pues su liberalismo le impedía regresarle sus bienes a la Iglesia.

 

Marcha fúnebre en memoria del emperador Maximiliano de México 

Franz Liszt, 1867.

 

La noticia del fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo tuvo grandes repercusiones en la prensa internacional: un miembro de una de las casas reales más poderosas de Europa había sido asesinado por soldados extranjeros en un país lejano. El mismo Victor Hugo mandó una carta al presidente Juárez implorando por la vida del archiduque. El famoso compositor húngaro Franz Liszt, cuyos mecenas habían sido los Habsburgo, y quien recibió de parte del gobierno imperial la medalla de la Orden de Guada- lupe por su generoso donativo para la creación de la Sociedad Fi- larmónica Mexicana, escribió una marcha fúnebre al enterarse de los acontecimientos de Querétaro. La pieza resulta de un es- tilo y una sensibilidad muy novedosas para su época, ya que jue- ga con la atonalidad y experimenta con la armonía, por lo que im- plica un antecedente de la música impresionista y de obras como La catedral sumergida, de Claude Debussy.

 

El fusilamiento del emperador Maximiliano

Édouard Manet, 1869.

 

Este óleo, inspirado en Los fusilamientos del 3 de mayo, de Francisco de Goya, fue prohibido en Francia y nunca se expuso públicamente durante la vida de su autor. Hoy es una de las piezas clave en la historia del arte moderno. La escena retrata la mañana del 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas. Se conocen tres versiones del cuadro; en las primeras, Manet pintó tiradores charros en el pelotón de fusilamiento; en la versión final, expuesta hoy en la Galería Nacional de Londres, aparecen soldados franceses. El personaje central, un expedicionario que prepara su arma para el tiro de gracia, se parece sospechosamente a Napoleón III. «Francia ejecutando a Maximiliano» escribió Jaques Lacan sobre la crítica de Manet hacia lo inútil de la aventura de Napoleón III en México, en cuya culpa recaía la absurda muerte de Maximiliano. Los mexicanos aparecen en el fondo, contemplando la escena con horror, pero como meros espectadores.

 

Juarez

Warner Brothers, 1939.

 

Hollywood no quiso quedarse atrás con el drama de la intervención francesa y produjo un largometraje con Paul Muni como Benito Juárez, Bette Davis como Carlota y Brian Aherne como Maximiliano de Habsburgo. El filme apareció en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, por lo que posee un marcado corte propagandístico a través del cual los Estados Unidos trataban de seducir a los mexicanos, cuya alianza durante la guerra querían asegurar, pues no eran pocos los simpatizantes del Tercer Reich en nuestro país.

 

Noticias del Imperio

Fernando del Paso, 1977.

 

Se dice que el borrador de esta novela medía más que el hijo de 7 años de su autor. Escrita con una erudición apabullante y un lenguaje poético implacable, la historia se tiende sobre diferentes líneas de tiempo a partir de un coro de voces compuesto por distintos personajes, entre los que destaca la emperatriz Carlota. En el delirio de sus últimos años en el castillo de Bouchout en Bélgica, la emperatriz conjura un tiempo de ensueño, poblado de tesoros y fantasmas, de personajes y situaciones grotescas, desesperadas o tragicómicas. Es un ejemplo perfecto de una historia que navega las borrosas fronteras entre la historia y el mito, es decir, entre lo real y lo imaginario, tal como sucede en un sueño, o en la fragmentada memoria de Carlota.

 

*** Es historiador y escritor. Entre sus libros publicados están Bengala, El templo de los animales disecados y Todo eran historias. Cuadernos de viaje. También ha escrito crónicas y ensayos para diversas plataformas literarias impresas y digitales, como Grafógrafxs, Punto de Partida y Tierra Adentro.

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