Sobre los festivales literarios

En Literatura

Pablo Duarte*

 

Sobre los festivales literarios

Y si no, por lo menos un paseo bajo árboles de copas cúbicas.

 

Un paseo con un libro en la mano. Un libro o varios de ellos en las manos. En bolsitas de tela colgadas al hombro. En bolsas de plástico rotuladas con logotipos de editoriales conocidas. Incluso con un libro abierto en una mano, sostenida en tensión con una palanca de pulgar y dos dedos. Mejor así.

 

Imaginemos un paisaje. Lo que constituye un paisaje. Ahí, una ciudad, unas cuadras coloniales. En esa ciudad, varias plazas arboladas. En todas ellas, una fuente que no siempre tiene agua. Y entre plazas, árboles, fuentes que no siempre tienen agua: un festival.

 

En espíritu, y a veces, en la práctica, la consecuencia y el motivo, la causa y el efecto, es la lectura. Es un hecho paradójico, porque la lectura es esa actividad que sucede, por lo general, en silencio y en singular. Una persona lee. Lee a su modo, con sus capacidades y sus limitaciones. Lee y quizá musite, murmure, balbucee, vaya recitando en voz alta lo que lee, pero por lo general lo hace en solitario. No hay la simultaneidad del cine ni la radio; el libro empieza, trastabilla, se detiene, retrocede y no vuelve a empezar a modo de quien lo abre. Y aun así, el festival tiene a la lectura en su centro.

 

Por lo general la fuente decora, pero no opera como fuente. Y el paseo que damos es con un libro en la mano. Ese libro abierto a la Altura de los ojos. O un poco más bajo, a la altura de la nariz, de la boca. Queda libre la mirada para pasear por esta ciudad imaginaria sin riesgo de tropezar con las piedras irregulares de colores pastel.

 

Hace tiempo, ponerle cara a la lectura era cosa más remota. Más allá que quizá alguna solapa llevara un rostro impreso, el nombre de la autora del libro favorito era tan incógnito y personal para nosotros, sus lectores, como las fisonomías de los personajes que conjura. Otros tiempos; de tan lejanos parecen inverosímiles. Atender el llamado para presenciar de cerca a la autora y al autor es cosa de otros tiempos. O quizá no. Quizá eso dice el festival que llega a una ciudad: que el autor no muere tan enfáticamente como se nos dijo hace más de cincuenta años.

 

Imaginemos un tropel de peatones que recorren esta ciudad en igual condición de libro abierto. Tomada por la lectura, una ciudad de peatones temerarios.

 

En uno de sus textos breves y milagrosos, Mario Levrero escribe sobre un personaje que se mete por ventanas a casas ajenas. Como sucede en la vida real de la ficción, termina perdido en un laberinto de chabolas y viviendas multiplicadas. No recuerdo más señas sobre el texto, solo esa sensación de habitaciones aparecidas y de un regreso imposible al punto de partida. No es difícil imaginarse en su lugar; en los zapatos de aquel personaje que recorre pasillos desconocidos después de entrar, furtivo, por la ventana. Es sencillo hacerlo cuando se piensa en la lectura.

 

Pensándolo con amplitud, la imagen y la situación que escribió Levrero también aplican para la convocatoria a un festival literario. Alojado en sedes varias, es casi como si la ciudad completa se transformara en esa onírica vivienda que multiplica sus recodos y salones.

 

De atender algún llamado, de encontrar el rumbo en esta profusión de salas y salones, lo que hallará es más o menos esperado. El autor explica su obra. El público escucha la explicación. El público pregunta. La autora responde. Lo que sucede entre solapas se amplía de alguna manera. Lo que sucede entre las tapas, a fin de cuentas, es lo que nos tiene aquí reunidas y reunidos una vez más.

 

Una ciudad tomada por peatones temerarios.

Y si no decide entrar, si no consigue lugar, si por alguna razón el horario se traslapa con aquella otra actividad, le queda el gesto de un pulgar que hace presión contra la espina de un libro y los dos dedos que sujetan las hojas, el brazo flexionado en ángulo agudo para permitirle a la vista alternar entre la caminata y la lectura. Con los libros dentro de bolsas de plástico, morrales de tela, a resguardo en la oscuridad del equipaje, dedicados y firmados, podrá dar, por lo menos, un paseo bajo árboles de copas cúbicas.

 

 

*Es traductor, editor y ensayista. Ha escrito textos en la revista Letras Libres, donde fue editor digital. Es autor de Ilegible y participó en la antología Breve historia del ya merito. También es ilustrador y publicó El internet de las cosas en el Centro de Cultura Digital. Conduce el programa Telegrafías Sin Hilos.

Tancama

Jueves a domingo

Jalpan de Serra

La zona arqueológica Tancama (que en lengua huasteca significa «cerro del fuego o lugar de pedernal») está

enclavada en la Sierra Gorda de Querétaro y, entre sus conjuntos arquitectónicos, cuenta con un juego de pelota. Se localiza a 13 kilómetros de la cabecera municipal de Jalpan de Serra.

 

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