Viajar y correr

En Literatura

Por Oliva Segura

 

 

Desde hace algunos años, todas mis mañanas están marcadas por un hábito sencillo pero definitorio: salir a correr. Y si viajo fuera de Querétaro no es la excepción. Los tenis me acompañan a donde vaya: a la bella y caótica CDMX, a las playas de anaranjados atardeceres de la Riviera de Nayarit, a las cuestas de San Cristóbal de las Casas o (recién) a la orilla de una laguna de una pequeña ciudad de Jalisco. Así, llevo años acumulando kilómetros aquí y allá, porque para mí, como al igual que para el escritor Haruki Murakami, «correr a diario es vital».


Si bien he corrido en lugares donde predomina eso a lo que llamamos naturaleza —y lo disfruto enormemente no solo por ser corredora, sino también porque soy bióloga—, correr en ciudades me resulta increíblemente gozoso. Podría pensarse a la ciudad como el epítome de la ausencia de naturaleza, alimentando así esa incesante dicotomía entre nosotros y el resto del mundo natural, y por ello no parecería ser la opción más obvia para salir a correr. Sin embargo, las ciudades rebosan de naturaleza que a menudo pasamos por alto en nuestra cotidianidad.

 

Cuando no estoy corriendo, dedico mi tiempo a estudiar la naturaleza de los ecosistemas urbanos, y en particular a los polinizadores de la capital de Querétaro. Con mi investigación he podido documentar que en ella viven alrededor de noventa especies de mariposas y más de treinta abejas nativas, y contando. Todos estos insectos, además de numerosas especies de aves, plantas, mamíferos y hongos, cohabitan con nosotros en la ciudad: desde en los parques y camellones hasta en los jardines de nuestras casas. Cuando corro, miro a las ciudades como el resultado de una fantástica alquimia entre su mundo natural casi desapercibido y su arquitectura, historia, cultura y la gente que la habita.


La experiencia de correr mientras estoy de viaje es inexplicable, intensa y gratificante. Soy corredora de fondo, trazo rutas largas. Muchas veces sé exactamente a dónde quiero llegar y qué camino tomar, otras tantas «me amigo con las incertidumbres», como dice el escritor Pablo Duarte en Ilegible, y voy decidiendo sobre la marcha sin tener claro el destino o la cantidad de kilómetros a correr. Me causa una alegría desbordante tanto llegar a nuevos destinos corriendo como retarme a alcanzar objetivos cada vez más lejanos, o a veces disparatados, como la vez que me probé a mí misma que podía correr hasta el antiguo bar en el que solía reunirme con mis amigos, y entonces completé un circuito de dieciséis kilómetros. Una vez conseguido y saboreado cierto logro, en ese mismo instante se produce la necesidad de desplazarse a un nuevo punto, y así es como he corrido hasta treinta o cuarenta kilómetros en un día: yendo de un edificio a otro, alcanzando un parque lejano, subiendo un cerro, probándome qué tanto puedo avanzar, qué tanto puedo conocer.


Al arribar a un nuevo destino, ambiciono correr a todos los puntos de mi interés posibles: un mirador, un museo, un parque, algún edificio raro, una escultura, un puente, un muelle. Y todos esos paisajes se funden en mi memoria con alguna canción. Porque para mí correr es una actividad intrínsecamente relacionada a la música, otra pasión en mi vida. Así, suena «A Day in the Life», de The Beatles, mientras voy mirando la luz en las hojas de los árboles y hago memoria para recordar su especie; «We Don't Know What Tomorrow Brings», de The Smile, mientras descubro al vuelo que los huequitos de los postes de madera del alumbrado público eran nidos de abejas carpinteras; «Jigsaw Falling Into Place», de Radiohead, mientras acelero y advierto las formas de las nubes en el cielo.


Cuando corro, me entusiasma pensar en el modelo de las ciudades de quince minutos que propone el francocolombiano Carlos Moreno: urbes descentralizadas o policéntricas que acorten los traslados y favorezcan la movilidad a pie, en bicicleta o en transporte público, haciendo más equitativo el acceso a los servicios y disminuyendo emisiones contaminantes. Darme cuenta de que puedo llegar a donde quiera corriendo me hace imaginar otras maneras en las que podemos habitar las ciudades en constante expansión. Al correr, las distancias se acortan, y las posibilidades de transitar, vagar y descubrir cada destino se amplían. Para mí, correr no solo es vital: es un encuentro con la naturaleza y la cultura, una apasionante experiencia que se enaltece cuando viajo.

 

 

*Profesora-investigadora de la Facultad de Ciencias Naturales de la UAQ. Estudia a los polinizadores en los ecosistemas urbanos, especialmente abejas nativas, y le apasiona la enseñanza y la divulgación de la ciencia. Obtuvo el Premio Municipal de Conservación de la Biodiversidad de 2023. Cuando no está estudiando polinizadores, le gusta correr, leer y asistir a conciertos.

 

 

 

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