El paraíso perdido o De las cantinas que ya no existen

En Cultura

Por Manuel Naredo

 

 

Decía el poeta Salvador Novo que eran «templos de dos puertas», refiriéndose a esas típicas hojas de madera, sujetas por bisagras, que al empujarlas se obliga a su desplazamiento hacia un mundo distinto, único, ausente de la realidad de sus afueras. Las cantinas tradicionales, las de unas pocas mesas y una gran barra, las de la botana y los muros recargados de imágenes, son un espacio único donde «se remojan las ideas».

 

Querétaro tuvo siempre cantinas tradicionales, muchas de ellas asociadas a la desaparecida «zona roja» de la ciudad, a espaldas del templo de la Merced. Algunas se extinguieron con el paso del tiempo, pero los recuerdos entre sus parroquianos aún prevalecen.

 

Tan importantes han sido siempre para los mexicanos, y para los queretanos en particular, que, se dice, en una de ellas —El Puerto de Mazatlán llamada— se discutieron los artículos que habrían de conformar nuestra Constitución vigente, pues los constituyentes preferían sus mesas y sus bebidas espirituosas a la frialdad de los salones de sesión y del mismo Teatro Iturbide, justo enfrente del establecimiento. Ese fue el nombre que, años más tarde y ya cuando la original había sido consumida por otro tipo de establecimientos, le puso don Ricardo Avendaño a la tienda de pueblo, y cantina por supuesto, que instaló, en 1925, en una de las más emblemáticas esquinas de La Cañada.

Ahí, justo enfrente del edificio que albergaría por muchos años a la presidencia municipal de El Marqués, y con don Ramón, el hijo de don Ricardo, al timón y tras la barra, se distribuyeron las inolvidables prodigiosas, cuyos beneficios eran tan notorios que el mítico entrenador de fútbol Óscar Urquiza iba regularmente por una buena cantidad de ellas para vigorizar a sus pupilos antes de algún partido importante. A El Puerto de Mazatlán, recientemente cerrado tras la muerte de don Ramón, llegaron como clientes lo mismo un presidente de la República —Carlos Salinas de Gortari— que varios gobernadores.

 

 

Otra cantina legendaria fue El Cortijo de Don Juan, fundada por don Juan Peñaloza en 1947 y adornada muchos años con la presencia del popular Botas, taurino de cepa como el propietario y personaje imperdible del Querétaro del pasado siglo. Tras sus inicios en la zona roja, el establecimiento se instaló en los bajos de la mítica Casa de Don Bartolo, hoy oficinas centrales de la Secretaría de Educación, y luego en el Jardín Corregidora, donde vivió sus mejores y más multitudinarios momentos durante el mundial de fútbol de 1986, cuando fue tomada por los alemanes como centro de reunión. Con el tiempo desaparecería del Centro Histórico, pero su descendencia se ubicaría en Carrillo Puerto.

 

Vecino de El Cortijo, el famoso Monte Casino contó con el atractivo de servir cerveza de barril. El establecimiento, ubicado en la esquina de Pasteur y Libertad, en plena Plaza de Armas, fue fundado por la señora Baldomero Durán, y posteriormente pasaría a ser administrado por sus hijos, Agustín primero y Antonio después, y antes de trasladarse a la colonia Niños Héroes sirvió hasta de set cinematográfico, pues ahí se rodó alguna de las escenas de la película El hombre de la mandolina.

 

La Casa Verde, por su parte, estuvo ubicada en la esquina de Escobedo y Guerrero, en el Centro Histórico queretano, antes de trasladarse a la calle de Cuauhtémoc. Aquella vieja cantina, fundada en 1928, fue el escenario, entre otras cosas, de cotidianas reuniones de reporteros que ahí trasladaban, aprovechando la cercanía del Diario de Querétaro, su sala de redacción. Aquel lugar, con paredes tapizadas entonces con fotografías de esculturales mujeres, albergó la franca charla de periodistas de la talla de don José Guadalupe Ramírez Álvarez, don Rogelio Garfias o don Luis R. Amieva, todos ellos ya desaparecidos.

 

 

Chava Invita, por su parte, la famosa cantina queretana que hasta hace pocos años se mantenía frente a la vieja estación del ferrocarril, en la calle Héroe de Nacozari, esquina con Cuauhtémoc, tuvo su antecedente en otra llamada La Rojeñita, que se ubicaba a un costado del templo El Calvarito, en el barrio de La Cruz. Ahí don Chava Arreola Hernández, el iniciador del negocio tras su despido de la fábrica Carnation, se inventó la llamada «rifa del pollo», consistente en otorgar un pollo rostizado tras un sorteo entre sus numerosos clientes.

 

 

La Góndola, El Gato Montés o Waterloo son algunos nombres de cantinas igualmente desaparecidas en Querétaro, a los que habrían de añadirse los de un buen número de pulquerías, como El K.CH.T., La Ametralladora, La Nueva Lucha, La Feria de las Flores o Todos Contentos, fundadas en las décadas de los cuarenta y cincuenta del pasado siglo.

 

 

Todas forman parte de ese «paraíso perdido» que aliviaba males del alma y donde tenían prohibido aparecer las mujeres y los uniformados.           

 

 

 

Licenciado en Derecho por la UAQ. Es actor y director de teatro, además de haber sido reportero y colaborador periodístico en distintos medios. Fue director del Instituto Municipal de Cultura, del Instituto Queretano de la Cultura y las Artes y de la Comisión para los festejos del Bicentenario de la Independencia Nacional, así como del Centro INAH Querétaro.

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