Las terrazas como espacios de la nueva normalidad

En TURISMO

Durante el confinamiento, en algunas ciudades alrededor del mundo los locales fueron ganándole metros a las calles, banquetas o lugares de estacionamiento para su ensanche. Ahora, pareciera que en ellas las aceras han desaparecido o se han borrado por el cruce de los meseros y los vecinos, cambiando el aspecto de algunas calles al tiempo que creaban vida colectiva: las risas, aunque molestas después de cierta hora para algunos vecinos, daban cuenta de ello. En algunos casos las plazas han sido recuperadas por locales como una opción para ofrecer un sitio seguro a los comensales, pues el espacio abierto era una de las mejores medidas para no renunciar al encuentro durante los confinamientos. Quedar con alguien en un espacio ventilado resultó ser una manera de seguir adelante. ¿Los cambios en los diseños urbanos permanecerán sobrevivirán, por ejemplo, a las lluvias o al próximo invierno? Las plazas no solo fueron recuperadas por los comensales. En Venecia, por ejemplo, con las plazas desiertas de turistas, fueron las gaviotas reales las que reclamaron el espacio, tanto que la vuelta a las calles trajo consigo nuevas dinámicas de convivencia. 

 

En el periódico La Vanguardia, la periodista Anna Buj contaba hace unos meses que ahora los turistas reciben al llegar pistolas de agua para ahuyentarlas, toda vez que los intentos anteriores —contratar cetreros que hacían volar halcones, utilizar esencia de ajo o un sistema de bolardos electrostáticos— no han impedido que las aves se abalancen sobre las mesas para robar algo de comida en cuanto los comensales se descuidan, rompiendo cristalería a su paso. La historia encierra además una paradoja, síntoma de nuestros días: las pistolas tuvieron que atarse a la mesa para que los visitantes no se las llevaran como un recuerdo de su viaje.

 

En cualquier caso, los pasados meses de confinamiento fueron un recordatorio de que reunirse al aire libre resultaba más seguro que hacerlo al interior: incluso detrás de los muros de un hogar hubo que procurer la ventilación cruzada o, idealmente, trasladar la mesa y manteles y platos al patio de casa. Se apostaba, en la medida de lo posible, por quedar fuera con alguien. Del infortunio sacamos al menos un recordatorio para saber dónde y cómo reunirnos con los nuestros al tiempo en que descubrimos las bondades del aire libre: desde percibir el cambio de la luz sobre los muros y mesas hasta notar cómo el ruido exterior se colaba a la conversación, de los sonidos urbanos a los pájaros del suburbio.

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