La defensa del ocio
En TURISMO
Hacer nada en un mundo al dictado de la productividad, dominado por la cultura del rendimiento, asegura la pervivencia de placeres sencillos como leer al aire libre, perder la cuenta y transitar en una conversación de un tema a otro (de un recuerdo vívido de una tarde de hace años a un dato que se escapa de la punta de la lengua). Además, las terrazas a veces funcionan como fragmentos de un todo que es la ciudad: en ellas conviven diversas personas con visiones de mundo distintas y distantes. Son un elogio a la improductividad y al freno, a perder el tiempo y la cuenta en un mundo que marcha al dictado de la velocidad, una invitación a hacerlo rodeado de las personas a quienes queremos —repitiendo la misma historia, poniéndonos al día, trazando planes que no van a realizarse. La mitología de una comunidad por pequeña que sea, a veces un club de dos que son pareja, existirá mientras haya terrazas.