De niño yo quería preservar las tradiciones
En CULTURA
por David Álvarez*
―Yo de niño sí quería ser parte del Comité para poder preserver nuestras tradiciones ―dice Éder de Santiago, joven tolimanense electo popularmente por la comunidad para formar parte del comité de fiestas patronales en honor a san Miguel Arcángel, una de las celebraciones más importantes de Querétaro, en un sincretismo entre la cosmovisión hñähñu y las creencias católicas traídas por frailes franciscanos durante el periodo virreinal.
Al frente lleva un morral hecho de ixtle, una fibra vegetal que se obtiene de las hojas centrales del agave lechuguilla o wäda, en lengua hñähñu, como símbolo de su pertenencia al Comité y que los identifica como autoridades de San Miguel Tolimán, una de las cuatro localidades principales de este municipio, junto con San Pablo Tolimán, San Pedro Tolimán y San Antonio de la Cal.
—Esto nos identifica que somos un grupo de San Miguel —menciona mientras señala la figura de san Miguel Arcángel dibujada en acrílico—. Nosotros somos el Comité y la gente se acerca a nosotros a darnos apoyo. Ese apoyo va destinado a la fiesta que nos corresponde. Junto a él, otros cuatro jóvenes del Comité explican que esta es una tradición arraigada en la comunidad, que
crecieron con las danzas y festividades desde niños y que hoy son parte importante de su realización y continuidad. También con sus morrales en mano, estos jóvenes, entre los 18 y 24 años, participan en dos danzas principales.
—Desde niños todos hemos ido a una danza y lo que se da en ella como el mole, el chocolate y un baile que se hace llamado el Baile de los Xitales y la Danza del Torito, donde la mayoría son jóvenes y se visten con los trajes típicos de la región como abuelos, con su traje de manta. Esta es la experiencia donde la mayoría de nosotros quisimos entrar —refiere Aldo Tecozautla. Aunque las tradiciones cambian con el paso del tiempo, como resultado de nuevas experiencias y conocimientos de una comunidad, algunas veces de manera circunstancial, para estos jóvenes la fuerza de estas no radica en la frecuencia con que las personas la practiquen, sino en las creencias que originaron la tradición; enseñanzas que han aprendido de los «adultos», como suelen nombrarlos en claro respeto, y que ellos han asimilado sin ningún problema. No les interesa tampoco cambiar algo, pues esto ha sido su modo de entender el mundo y el sentido de su vida.
Al pie de la iglesia de San Miguel, donde actualmente se hace el levantamiento del Chimal, explican lo reconfortante de esta experiencia, y al cuestionarles si se sienten orgullosos de esto inmediatamente responden al unísono «sí»:
—Sí, como nos lo enseñaron las personas adultas, que ellos se acostumbraban para formar parte de estos grupos. Nosotros de niños veíamos que venían del cerro bajando con leña, que es el trabajo de los xitaces —añade Aldo.
La vida religiosa sostiene a este municipio en el semidesierto queretano. Crecieron con esta creencia como lo hicieron sus padres y abuelos, de quienes aprendieron los significados de los diversos elementos que componen estas fiestas. Tradiciones derivadas, en parte, de su relación con la topografía y el medioambiente, en rituales como caminar por los cerros hasta por doce horas enteras para ir por sotol, una planta agavaceae para decorar la ofrenda del Chimal.
—El Chimal es una ofrenda que el pueblo construye con su fuerza, con las manos, con todas las herramientas que tenemos. ¿Qué lleva? Sotol, que se corta en la Sierra, en los cerros más lejanos, donde se van los xitaces entre veredas a cortarlos y llevarlos al punto de reunión. Tardan casi un día: se van a las cinco de la mañana y regresan a las seis de la tarde, casi oscureciendo —relata David Reséndiz Tadeo, otro de los jóvenes, quien añade que además esta ofrenda lleva aguacate, tortilla, maíz, cacahuate, pan de pulque, limas, flores: «el cultivo que hay aquí en nuestros alrededores ». Este sitio tiene un vínculo spiritual donde destaca el triángulo simbólico que forman la Peña de Bernal y los cerros del Zamorano y el Frontón, que ejerce una notable influencia en las creaciones artísticas y artesanales que se realiza en Tolimán y los alrededores, principalmente en las imágenes religiosas, las danzas y la música, componentes esenciales de la identidad cultural de esta comunidad.
Para estos jóvenes, mantener vivas las tradiciones de sus ancestros es un deber. Los adultos les inculcaron continuar estrictamente cada elemento religioso, evitando alguna intromisión de expresiones que alteren el orden que otorga esta manifestación, respetando cada particularidad en vestimenta, instrumentos musicales y rituales, algo que por propia convicción han aceptado a rajatabla.
—Los adultos nos han inculcado que no debemos meter la interculturalidad; ni música ni bailes; o sea, una banda de rock o un grupo de banda no podemos. Es muy tradicional. Nos han enseñado que debe hacer se así. Nuestros bailes son tradicionales, representativos con vestimentas, instrumentos. Entonces todos esos detalles nos llaman la atención, y se vino como que arrastrando, y ya se nos quedó eso —refiere Antonio Martínez, el más callado del grupo.
Los jóvenes en este tipo de tradiciones se forman con base en la asimilación de las normas y valores propios, con los que interactúan en el vecindario, en la escuela, el trabajo y la familia, donde interiorizan elementos de su contexto que emplearán para formar su identidad; «nosotros así estamos bien. Nos gusta tal cual es. Digo, sí nos gusta todo tipo de música, pero respetamos las tradiciones. Es parte de nosotros», responden. La importancia de ellos es crucial para estos eventos. Por ejemplo, en el Baile de los Xitales, donde se representan a «viejitos», casi no hay adul tos debido a la duración de una hora de esta danza y a que se vuelve complicado a cierta edad: «imagínense, media hora de sentadillas y otra bailando; no caminando, bailando al ritmo del violín y la tambora, entonces nosotros somos quienes más los realizamos, por eso hay muchos jóvenes», detalla Martínez.
Las fiestas patronales en honor a san Miguel Arcángel son reconocidas como patrimonio de la humanidad por la Unesco, que a decir de estos jóvenes, tiene su punto culminante del 27 al 29 de septiembre, aunque su duración es de tres meses, siendo una de las fiestas de esta índole más extensas en México y Latinoamérica. Una responsabilidad a la que deciden entrarle: «es un patrimonio, no es cualquier fiesta», refieren. El Comité al que pertenecen se formó el 8 de mayo de este 2022, donde principalmente participan tres localidades —San Miguel Centro, el barrio de García y la localidad de Diezmero—, y en el que se realiza una preselección luego de una celebración eucarística. Las personas pueden postularse o ser elegidos democráticamente por la comunidad y con ello conformar una planilla. Luego entonces se hace la selección de estas «y lo que el pueblo decida».
—Se unen tres o dos grupos de planillas; se dan las propuestas que se tienen, que pueden ser personales o de gente que te conoce como persona. La gente te identifica y te proponen si les gusta tu perfil. Ya luego, si eligen a alguien, este puede proponer a otro compañero para ese comité, con eso se hace la planilla, la votación y lo que al pueblo le parezca mejor —explica David Reséndiz.
Éder de Santiago añade que este comité se encarga de realizar las fiestas, organizarse para que el día 27 de septiembre se haga el levantamiento del Chimal; el 28 del mismo mes otras festividades tradicionales y el 29, Día de San Miguel, la parte final del evento en conjunto con los cargueros, xitales y danzantes:
—En este mes inicia esta fiesta, que se le conoce como la Fiesta Grande, porque se lleva nuestra imagen de san Miguel a distintas comunidades. Durante estos tres meses se hace la preparación iniciando con las velaciones, celebraciones y la danza. Se realiza una preparación con los niños danzantes, ya que es un preparativo para los tres días en que se hacen —menciona. La costumbre, dicen, es llevar tres días esta imagen en cada una de las casas postuladas para recibir la imagen de san Miguel. El primer día es conocido como el del «Mole grande », al segundo se le llama «Mole chico», y finalmente, en el tercero, se da chocolate, «y así durante tres días en cada visita», en posadas a las que se les conoce como «número», pues con años de antelación las familias solicitan un espacio en el evento.
—Si tú quieres que la imagen te visite, vienes y levantas tu número con los xitaces, que es otro comité que organiza los números, y cuando ellos te eligen, se levanta ese número. Los que están en eso en este año fueron seleccionados hace uno o dos años atrás. Ahorita se rolarán las visitasde tres días, pasan y de ahí visitan a otra familia, y así se la llevan tres meses hasta llegar preparados a la Fiesta Grande —explica. Aunque se dicen aprendices, ya que aclaran les falta mucho por comprender, conocen esto por la cotidianidad; el contacto diario con las personas mayores y sus símbolos se da por el contacto en espacios de ocio como la calle, los bailes y, evidentemente, en las pláticas de comedor en familia, porque ellos han participado, o en la iglesia, a la que asisten cada domingo. Es una celebración que no deja fuera a nadie.
En el evento, refieren, «no se puede ni caminar», ya que las distintas localidades acuden a la celebración de San Miguel, en cuya plazuela «no entra ningún alma». Básicamente concluyen el evento con una multitud de personas que profesan su fe, en espera del siguiente año para saber si serán los próximos en continuar con las tradiciones.
Al finalizar los días de la Fiesta Grande, los llamados números entregan los cargos, otorgando una rosca tradicional de la región como parte de los procesos rituales que los habitantes de Tolimán conceden, a los que denominan «ceremonia de las cuelgas», donde cada mayordomo entrega al nuevo la misma ofrenda que recibió cuando aceptó su cargo.
—En mi familia nos dedicamos a hacer pan de pulque; nos encargan las roscas que se dan en las cuelgas, que es una rosca que se conforma de harina, sal y pulque, sin levadura, que es cocida en un horno de leña. Y es la rosca la que se entrega o recibes; está hecha de diez a quince kilos, dependiendo del cargo. La rosca es un símbolo de compromiso.
Como si fueran puestos de mercado, cada mayordomo está rodeado de fruta, rejas de refresco, botellas de licor y grandes rocas de pan de pulque; mientras, un locutor anuncia por un altavoz el nombre del mayordomo que deja el cargo, el de quien lo acepta y la ofrenda que este recibe. Así es como se mantiene vivo «el costumbre» del pueblo hñähñu, en cada aspecto ritualístico, nublado por la creencia católica.
—Las familias tienen la bendición de tener la posada en su casa, como una tradición de ellos. Los que recibieron el número te dan un pedacito de rosca y al recibirlo te hacen la invitación de que los apoyes, y eso significa que te piden que les eches la mano porque recibirán ese cargo. Te echas el compromiso y la gente te apoya —añade.
Las celebraciones a san Miguel Arcángel son una tradición que trasciende el territorio queretano y que demuestra los valores de unidad, devoción y trabajo de la población de Tolimán, principalmente entre los jóvenes, quienes aprenden sobre estas prácticas y deseosos buscan proseguirlas. Cargan sus morrales, donde resguardan casi todo, entre libretas, parte del mandado, dinero y entre bromas hasta las caguamas; les gusta disfrutar, salir con chavas; entre ellos, la música, el baile, su forma de hablar es distinta; los «güey» repentinos, los «chale» de vez en cuando, una canción de Julión Álvarez de fondo en alguna de las casas de alrededor, y están muy agradecidos con la «gente por habernos postulado para formar parte de este Comité y llevar las festividades para seguir perpetuando nuestra tradición». Y así será.
David Álvarez es sociólogo, periodista y docente. Dirige Proyecto Saltapatrás. Ha publicado Vulgatría y 4:14/Insufflare. Realiza labors de gestoría para proyectos independientes en comunidades y barrios. Actualmente es reportero en Diario de Querétaro y columnista en Tribuna de Querétaro. Se especializa en cultura, medioambiente y derechos humanos.