El misterio alrededor de la joyería

En CULTURA

Por: Selene Flores

 

 

 

Ese día, Joaquín nos dejó pasar a su espacio de trabajo. Rafael, mi hermano, me dijo: «No es fácil que un maestro joyero te invite a ver cómo trabaja, por lo general sus talleres son cerrados y difícilmente son de acceso público. Observa cómo trabaja y ve lo que hace con sus manos». Me dijo que de pura casuali dad lo había dejado invitarme, que es muy difícil encontrar a un joyero con ese nivel de exigencia, que ponga atención a los detalles, que te abra las puertas de su espacio y comparta contigo lo que sabe.

 

 

Además, añadió, Joaquín es el mejor montador de piedras que conozco. «A él no le interesa que la gente lo conozca ni que sepan dónde está su taller. Sé discreta.» Vengo de una familia de diseña dores —mi mamá, gráfica; mi papá, editorial; y mi hermano, joyería—, y en innumerables ocasiones he sentido una terrible envidia por aquellas personas cuyo cuerpo, en la era digital, sigue siendo parte de su herramienta de trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Supongo que, cuando llevas gran parte de tu vida dedicándote a lo «intangible», a leer y escribir proyectos artísticos, a programar contenidos, preparar clases universitarias, calificar ensayos o incluso a hacer logísticas, presupuestos y hojas de cálculo, tiene sentido extrañar el valor de crear algo con tus propias manos o que salga de la creatividad de tu mente, algo con una memoria y un cuerpo propio. El misterio alrededor de la joyería y de los personajes que de pronto se suman al trabajo de mi hermano para montar piedras preciosas o hacer un vaciado me continúan generando mucha curiosidad.

 

 

En Querétaro hay una larga tradición de joyeros con un oficio que ha pasado de generación en generación. La Lapidaria Querétaro, que por años estuvo en la calle de Corregidora Norte 149-A, en el Centro Histórico, fue uno de los primeros proyectos de joyería del estado, fundada en 1950 por don José Ramírez, quien inició su trabajo con ópalos y más adelante con distintas piedras preciosas y semipreciosas. Desde hace algún tiempo se encuentra en la colonia Cimatario, en la calle Ignacio M. de las Casas 24.

 

 

La artista Sara Elizondo cuenta que de niña la llevaron en varias ocasiones a La Lapidaria; recuerda aquel misterio de no saber en realidad qué sucedía ahí dentro. —Mi mamá llegaba, tocaba la puerta y decía su nombre, y llegaba una persona. Entrábamos y era una casa normal, pero con un chorro de seguridad. Y te pasaban y veías un montón de puertitas con muchos joyeros trabajando en cuartitos. Luego llegabas a un lobby súper lujoso y elegante lleno de dulces de anís; entonces, yo pensaba que esa era la joyería: los dulces. Vitrofilia, el proyecto de joyería de Sara, tiene precisamente la colección Caramelos: vidrios que parecen dulces.

 

 

 

 

 

 

 

 

Sara «la del Vidrio», como la denominaban sus maestros cuando ella se empeñaba en utilizar continuamente un material que a simple vista parecía pasado de moda, desechable y que además les resultaba impensable emplearlo para joyería. «El vidrio se rompe y estamos cada vez menos dispuestos a cuidar los objetos», dice.Con su proyecto, Sara ha llegado a diversos espacios e impartido diferentes talleres, donde contagia el en tusiasmo cuando habla de los retos de trabajar con el vidrio; al parecer en su complejidad también está su valor.

 

 

—El gran reto que he tenido con mi marca ha sido lograr comunicar de dónde viene lo que están usando y por qué vale la pena cuidarlo. No se puede tener ese objeto nuevamente, nunca va a haber dos vidrios igua les. El vidrio no es noble, tiene varios procesos, está frío, se rompe, hay filo y choques térmicos que no te permiten trabajarlo. Yo trato de apegarme mucho a los límites del propio material, lo tienes que ir conociendo para saber qué grosor de vidrio tiene que soportar una pieza que te vas a poner como aretes, por ejemplo.

 

 

Sara siempre trae con ella unos guantes y una bolsa, dice que es la pepenadora número uno y se emociona mucho cuando ve casas antiguas derrumbadas. «La gente no sabe lo valiosos que son los vidrios antiguos de sus ventanas.» A Sara le gustaría que Vitrofilia se convirtiera en un referente del rescate de la técnica del vidrio a través de la joyería.

 

 

 

 

 

 

 

 

Antes de que las joyas lleguen al escaparate de las grandes marcas —donde la mayoría de los mortales las conocemos, aunque sea de lejos—, hay artistas joyeros que un paso antes diseñan, imprimen, cortan, funden, vacían, lavan, lijan, montan, pulen y observan cada detalle, dejando también gran parte de sus ojos, de sus manos y de su alma en estas piezas. La montadura de piedras preciosas, por ejemplo, es una especialidad. Querétaro se sigue posicionando en materia de diseño, y actualmente existen distintos proyectos emergentes alrededor de la joyería. Entre ellos están: Seres, MUN, Nancy López, el nuevo taller de Fellow to Fellow, Franca Materia y Gabriela Sierra, entre otros.

 

 

Aquel día en que mi hermano y yo fuimos con Joaquín, no podía creer que, detrás de un artículo de lujo con oro, diamantes y piedras preciosas, hubiera unas manos con ese nivel de destreza y precisión. Las de Joaquín casi no tienen uñas, podría asegurar que solo a sus dedos meñiques les quedaban huellas dactilares; todos sus dedos tienen grietas teñidas de negro por los metales, pero esas manos le dan forma y brillo a más de cuatro piezas diarias, que, la mayoría de las veces, él trabaja desde cero.

 

 

Generalmente, uno no piensa en todo lo que hay detrás de un producto artístico: asomarse a los procesos creativos, colarse en algún montaje, meterse a la investigación y los ensayos de alguna puesta en escena, entrar hasta los camerinos, a la cocina del chef o ver el behind the scenes de una película que has visto miles de veces; nada vuelve a ser igual, o tal vez se vuelvan más valiosos la película, el platillo o la pieza de joyería exclusiva; porque claramente no es lo mismo una cobija de la tienda departamental que la cobija que tu abuela te tejió mientras te hablaba de su infancia.

 

 

 

 

 

 

 

 

«Se me hace que mi técnica es muy de la Tierra por que utilizo cerá mica y técnicas muy ancestrales», dice Caro Gamper cuando le pregun to cómo describiría el estilo de sus piezas de joyería.

 

 

—De vez en cuando a mis piezas les meto caritas de fantasía; me gusta pensar que son como cuentos. En realidad mi inspiración tiene que ver con la existencia; siempre me estoy preguntando qué somos y qué soy. Por eso siento que las caritas también hablan un poco sobre la identidad. Utilizo caras distintas, aunque mis clientes y mis amigos decían que eran más bien una luna. Al final lo acepté, pero al principio buscaba representar el cuerpo físico que habitamos, que habito.

 

 

Caro Gamper es la creadora de Minomino. A Caro le gusta bocetear; tiene cuadernos y cuadernos. Del boceto lo pasa directo a la cerámica, y en varias ocasiones sus piezas han sa lido solo de estar jugando.

 

 

—Hacer una bola y poder darle forma me parece muy mágico y a la vez muy relajante. Todo lo dejas ahí en la cerámica. Al final es como jugar con tierra.

 

 

 

 

 

 

 

 

Al igual que a Sara con el vidrio, a Caro las limitaciones de sus materia les fue lo que la hizo buscar caminos distintos; ha sido un reto ver qué puede y qué no puede hacer con la cerámica. Pareciera como si los materiales que moldean con sus manos tuvieran vida propia, hay que irlos conociendo, desafiando sus límites y explorando a base de prueba y error. Mi hermano lleva más de quince años dedicándose a la industria de la alta joyería, donde ha trabajado para diferentes marcas estadounidenses y otras tantas nacionales. Inició haciendo modelado en 3D, y ahora tiene un taller donde lo que imagina se vuelve tangible.

 

 

La primera vez que me senté a ver cómo manejaba esos programas donde yo solo veo números, fórmulas, colores, miles de líneas y atmósferas, como de Matrix, no entendí cómo es que venimos de la misma familia. Eso que estaba en la computadora, de pronto se materializa y lo puedo colocar en mis manos —y me recuerda a mi hermano, a la infancia que compartimos y a la belleza de la complicidad. estaba en la computadora, de pronto se materializa y lo puedo colocar en mis manos —y me recuerda a mi hermano, a la infancia que compartimos y a la belleza de la complicidad.

 

 

Vesiet Jewelry es ahora nuestra marca, y, junto con dos amigos más, nos especializamos en el diseño de anillos de compromiso y argollas de matrimonio personalizadas. Nos gusta acompañar a las personas que se van a casar para que conozcan y sean parte del behind the scenes de una pieza de joyería, que, desde el siglo XV, ha sido el símbolo de una larga tradición alrededor de los rituales de matrimonio.

 

 

 

 

 

 

 

 

Los diamantes naturales se forman en millones o incluso miles de millones de años, y, además, llegan a la superficie de la Tierra a través de erupciones volcánicas. Las condiciones en las que se generan son a profundidades de entre 140 a 190 kilómetros, suma das a presiones y temperaturas muy altas. Su costo no es en vano, y su valor simbólico, cuando se convierten en la piedra icónica de los anillos de compromiso, en realidad cobra sentido cuando uno entiende —o, por lo menos, lo intenta— la complejidad de su estructura química y todo lo que tuvo que suceder para que esa piedra existiera.

 

 

Y más allá de los rituales surgi dos varios siglos atrás, en Vesiet nos emociona compartir el misterio al rededor de la joyería, de las piedras, los amuletos y de encontrarnos con que el oro o un diamante no hablan solamente de lo estético o del estatus que implica portarlos, sino de la complejidad de la vida. Nos interesa el significado y la potencia de lo simbólico cuando creamos un objeto al que le brindamos la posibilidad de hacer compañía a quienes queremos. Y hasta ahora yo no sé si las piedras tienen o no poderes, pero me encanta seguir pensando la vida con poesía, metáforas y ficción.

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