Paisajes históricos de la batalla
En TURISMO
Por: Cecy Walks
Mi casa siempre estuvo llena de libros que nadie leía más que mi padre. Tenía la costumbre de traer libros y pan, aunque poco a poco fue solo trayendo de lo último, quizá decepcionado de sus hijos poco curiosos o por tener precaución con mi madre, que ya veía muy amontonado el hogar. Recuerdo una ocasión que llegó con unas tres cajas atascadas de libros, pero las tuvo que regresar después de unos días porque traían chinches, y yo creo que ahí mi mamá aprovechó para sacar unos cuantos más. Fue así como los libreros fueron parte del paisaje de mi infancia y adolescencia, convivimos juntos toda la vida, pero hasta pasados veinticinco años empezamos a conocernos. En mi defensa, eran libros amarillentos, deshojados, sin portadas interesantes y, para acabarla de amolar, de mi ciudad. Y no tengo pruebas, pero creo que poco leemos del lugar donde nacemos porque ¿cómo no vamos a conocer la ciudad o el barrio que caminamos a diario?
Y yo que solo conocía los lugares de mi rutina, al leer su contenido, mi cuerpo experimentó el éxtasis que va en las expresiones «Por qué no lo noté antes» y «Ahora todo tiene sentido». Me bastó un libro para reactivar mi curiosidad de niña, preguntándome el porqué de todo: de los templos, de las fuentes, de los enormes arcos, de las cruces en los techos o de las tantas estatuas que hay. Aprendí a observar, a caminar sin prisa y en soledad, entre cerro y cerro de esta ciudad, a los cuales no sé exactamente desde cuando les agarré cariño, lo que sí sé es que esa melancolía que siento de llegar a un punto alto apapacha mi ser. ¿Será porque toda la vida he vivido en una loma o ya por el instinto histórico que traemos? Es en los cerros donde nos refugiamos, oramos, agradecemos, vigilamos y donde damos inicio y fin a acontecimientos importantes. Y, aunque sean pequeños los cerros de esta ciudad, son un símbolo enorme para México.
Del Cerro de las Campanas al Cerro de Sangremal
En marzo de 1867, el último emperador que tuvo México, Maximiliano de Habsburgo, observaba desde lo alto del Cerro de las Campanas una primavera gris, nublada por los residuos que emanaban los cañones y fusiles de imperialistas y republicanos. A pesar de la situación, me imagino que experimentó instantes de tranquilidad, pues, en lo alto, uno se siente inmenso.
Sin querer, uno que vive a pie esta ciudad, va pisando campo de batalla, no solo de una, sino de varias guerras que se han atravesado por aquí. Para cuando Maximiliano se sintió presionado en su cuartel del Cerro de las Campanas, decidió abandonarlo y resguardarse ahora en la punta del otro cerro, en el convento de la Santa Cruz; un recorrido que toma unos treinta minutos caminando, yo me imagino que él se hizo diez a caballo. Pero, al contrario de hoy en día, las calles habrán estado vacías. ¿Alguien lo habrá visto pasar? Me imagino a la gente oculta en esas grandes casas que tiene el centro, asomándose de vez en cuando entre las cortinas de los altos ventanales y escuchando el ir y venir de los imperialistas porque ¿qué más podían hacer en una ciudad sitiada?
La entrega de una espada y el antiguo convento de Capuchinas
Dos meses pasaron, y en mayo, las tropas republicanas penetraron el convento de la Santa Cruz, y a Maximiliano no le quedó más que emprender su huida, de regreso al Cerro de las Campanas. Las calles comenzaron a temblar por el movimiento agitado de soldados de ambos bandos que ahora se mezclaban en la ciudad. El eco de los gritos y fusiles perseguían al emperador: escapar ya era imposible y decidió, junto con sus tropas y generales, rendirse. El recuerdo de este evento, permanece en un obelisco sobre la avenida Tecnológico y la calle Justo Sierra, que señala el lugar en el que Maximiliano entregó su espada.
Ya capturado, Maximiliano fue puesto preso en tres sitios diferentes antes del día de su fusilamiento: el convento de la Santa Cruz, el templo de Teresitas y el convento de Capuchinas. De este último lugar, el 19 de junio de 1867, el emperador y sus dos generales, Miramón y Mejía, parten a su paredón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas.
El antiguo convento de Capuchinas está dividido en tres partes: el templo, el Museo de la Ciudad y el Museo de la Restauración de la República. En lo personal, me gusta más recorrer el primero de estos museos, pero es el segundo donde se puede conocer a detalle esta etapa de la historia, a través de documentos, videos, fotografías y objetos, además de observar la recreación de la celda de Maximiliano.
Un último recorrido antes del fusilamiento
Los tres hombres, casualmente con la letra M en su nombre, dieron su último recorrido por esta ciudad en carruaje. Me imagino que sus cuerpos estaban helados a pesar de la temporada calurosa. ¿El pueblo queretano se habrá levantado temprano para presenciar este evento?, ¿festejaron, rieron, lloraron? Es algo que me gusta preguntarme porque, aunque nadie lo haya plasmado en un escrito, forma también parte de la historia; he ahí la importancia de guardar nuestras memorias. Colocados frente al pelotón de fusilamiento, Miramón, Mejía y Maximiliano dieron sus últimas palabras antes de la serie de disparos que terminaron con sus vidas, y que significó el triunfo de la República.
No sé si al final el emperador terminó odiando este lugar que tanto le dio problemas, ya que, aunque su cuerpo no fue enterrado aquí, la gente se encargó de que su ser no pudiera salir del sitio, pues se colocaron cruces, columnas y finalmente una capilla en su honor. Hoy esta capilla queda en el centro, entre el monumento a Benito Juárez y el del general Mariano Escobedo, lo cual, consciente o inconscientemente, simboliza lo ocurrido en nuestra ciudad: el impedimento de la huida de Maximiliano. Es decir, aún hoy, más de 150 años después de su muerte, lo siguen vigilando.
Que irónico que ese cerro pelón, destruido por tantas batallas, sea ahora un parque tranquilo y repleto de árboles. Más allá de las ideas de cada personaje, quiero pensar que este paisaje, esta primavera sin olor a pólvora y estruendos que derriban, estaba dentro del futuro por el que peleaban.
Estudió la carrera en Ciencias de la Comunicación. Es la creadora de @cecy.walks, un proyecto personal en redes sociales sobre viajes e historias, donde mediante videos de recorridos por entornos naturales y urbanos cuenta los relatos alojados en estos sitios.