Andrés Garrido del Toral

En PERFILES

Por Connie Garrido.

 

A los nueve años descubrió que su sueño era ser cronista. Su padre le regaló un libro sobre el Sitio de Querétaro editado por Telégrafos Nacionales, donde trabajaba; ahí nació su pasión por la historia. Andrés Garrido del Toral (1963-2021) nunca soltó la pluma y hasta el último día de su vida fue cronista del estado y del municipio de Querétaro, cargos que se le otorgaron en 2012 y 2015, respectivamente, al contar con varias obras académicas y de divulgación histórica en su trayectoria.

 

Antes de él, el único cronista del estado había sido José Guadalupe Ramírez Álvarez, quien dejó el puesto vacante a partir de 1986. Andrés fue su discípulo, primero en las aulas de la Facultad de Derecho de la UAQ y después en la vida misma, cuando lo ayudaba en sus investigaciones históricas y periodísticas o simplemente a ordenar su biblioteca. «Mi maestro Ramírez Álvarez era un queretano absoluto, esencial», rememoraba Andrés antes de su fallecimiento, en 2021. Y creo que también así es como muchos de nosotros lo recordamos a él, como una de las personas que más amaron a Querétaro y que dedicaron su vida a estudiarlo, a comprenderlo, a repensarlo, desde lo cotidiano y lo magnánimo, desde el pasado y el presente, desde la conciencia de un futuro en el que la memoria hablaría.

 

 

¿Qué es lo que hace un cronista? Como su etimología lo indica, tiene que ver con el tiempo, pero también con los espacios y con sus habitantes. Andrés solía tener muy clara su función: —Un cronista, desde sus orígenes en el Imperio romano, lleva el día a día de una sociedad. Preserva, rescata y promueve la memoria histórica de los pueblos. Más que indagar en la historia, su función más importante es registrar lo que ocurre en el presente para que el día de mañana quede a disposición de los historiadores y los científicos sociales para interpretarlo. Es muy dúctil el cronista, ya que puede navegar en las aguas del ensueño como un literato, pero también está obligado a reconocer las fuentes documentales como un historiador.

 

De igual manera, le gustaba hacer hincapié en esa sutil diferencia entre ser cronista del municipio y del estado, siendo que en el primero se enfocaba más en registrar la vida cotidiana a detalle, acompañado por los cronistas de los barrios y las delegaciones, mientras que en el segundo dirigía su atención a los procesos sociales, políticos, económicos y culturales más abstractos y de amplio espectro, contando con el apoyo de los cronistas municipales.

 

Acostumbrado a la academia al ser Doctor en Derecho por la UNAM y catedrático de la UAQ por más de treinta años, a Andrés le gustaba seguir teorías y metodologías en la conformación de sus trabajos; sin embargo, lo que más le apasionaba de su labor como cronista era ser un «peregrino». Así se autodenominaba, ya que disfrutaba enormemente de caminar durante kilómetros, explorando lugares y conversando con los habitantes del municipio y el estado entero, a fin de registrar esas memorias que en el futuro serán la materia prima de quienes miren al pasado. Particularmente, su corazón y su memoria albergaban un mapa lleno de afectos, remembranzas y recovecos, a los que regresaba una y otra vez para reconocerse y reconocer Querétaro, el cual, decía, «nunca terminaba de conocer». Una cartografía personal de un cronista sensible y curioso.

 

 

La calle en la que inició todo fue Ocampo, en el templo de las Carmelitas, su barrio, donde creció en una casa enorme, que antaño fue una fábrica de jabón y en la que su familia coexistía con otras cuatro familias. Le seguiría Madero, especialmente el palacio municipal (ahora delegación del Centro Histórico), donde ocurrió casi toda su trayectoria profesional: regidor, secretario del ayuntamiento, presidente municipal interino y cronista. La Cañada, lugar del que admiraba su iglesia principal, los tacos que se ponían afuera de ella, la vista en contrapicado.

 

La pirámide y el santuario de El Pueblito, sus lugares místicos, a donde siempre se dirigía desde rutas nuevas o desconocidas, caminando por todo Constituyentes o por Hacienda Vanegas. El cerro del Cimatario, su vista favorita desde niño, pues decía que su corazón siempre miraba al sur y a la memoria ancestral de ese volcán extinto. Bernal, donde construyó su casa de estudio y descanso en 1994, con el dinero que ganó en el concurso a nivel nacional del programa El gran premio de los 64 mil pesos, conducido por Pedro Ferriz Santa Cruz para Telesistema Mexicano, con el tema de la Constitución de 1917, siendo el primer queretano en obtenerlo.

 

Cadereyta, donde desarrolló sus habilidades musicales en bohemias y tertulias que acababan al amanecer, y donde hoy en día viven algunos de sus más entrañables amigos. San Joaquín, cuyas fiestas y conmemoraciones lo llenaban de júbilo, sobre todo por su gente cálida y el frío acogedor del municipio. Pinal de Amoles, especialmente la cabaña de gran amigo y colega, el Dr. Rubén Páramo, y la majestuosidad del mirador Cuatro Palos, el cual disfrutó inmensamente meses antes de morir.

 

Arroyo Seco, ese lugar cálido y lleno de cuerpos de agua, donde Andrés pasaba Semana Santa o el verano acompañado de su familia, visitando a sus grandes amigos en la cabecera municipal o nadando en las albercas y ríos del fascinante Concá. Cuando extraño a mi padre, regreso a todos estos sitios para que la memoria de los muros, de los cerros, de los cuerpos de agua y de las personas que tanto quiso me lo muestren una vez más.

 

 

«Él pasaba sus días escribiendo. Si en un día no escribía seis páginas, o leía cien, había sido un día desperdiciado. En su cabeza archivaba y archivaba información, y la vertía en su computadora. Hacer sus libros era muy sencillo, porque él ya los tenía bien planeados. Lo malo es que creía que maquetarlos y editarlos era cosa rápida. Extraño hacer sus libros, me daba mucha libertad creativa, en especial en el último, el de La fundación de Santiago de Querétaro para niños», recuerda Paulina Rocha, su editora y mano derecha en la Crónica Municipal, a quien entrenaba en el oficio de cronista.

 

Recuerda que siempre se veía muy serio y formal, que muchos podías pensar que tenía mal carácter, pero era muy divertido con sus comentarios «y le gustaba el chisme». «Parecía que conocía a todo Querétaro. No siento que él hiciera crónica, él la vivía. Pasaba sus días caminando, viendo y platicando con la gente de siempre, analizando a la gente nueva. Recolectó muchas historias, unas cuantas las escribió, de otras tantas la información le sirvió para comprender más la ciudad y cómo evolucionaba», añade.

 

Por todo esto y más, Paulina y yo hemos decidido continuar con las investigaciones y los libros que dejó inacabados o pendientes mi papá, preparándonos para publicar uno de ellos muy pronto.

 

 

La forma del recuerdo entre quienes le sobreviven tienen formas distintas. «Era un alma inquieta, una mente muy ágil y sumamente curiosa que no podía estar en reposo, siempre caminando o escribiendo», recuerda mi mamá, Conchita Sicilia, su compañera de vida durante cuarenta años y su más grande fortaleza en su carrera, quien también era discípula del maestro Ramírez Álvarez y desde la década de los ochenta elaboraba investigaciones y textos históricos con mi papá. Uno de sus más grandes amigos, el Dr. Carlos Medina Noyola, lo recuerda todos los días, y todos los días abre sus libros «para platicar con él».

 

El agradecimiento de Bogart García Pedraza, promotor cultural y coleccionista, proviene de una anécdota que ilustra su conocimiento: cuando lo paraba en la calle y le externaba sus dudas sobre el Sitio de Querétaro, siempre se las aclaraba. «Su papá también traía sus libros a encuadernar aquí. Siempre nos regalaba ejemplares de los nuevos que había sacado», me contó la amable señora con la que fui a encuadernar hace rato. «Cómo que me acuerdo que mi abuelo me cantaba desde la calle, afuera de la casa, y que siempre olía como a tela de traje con loción», dice Clío, mi hija.

 

Siempre cantaba «El corazón al sur», de Eladia Blázquez, su tango favorito: «Mi barrio fue mi gente que no está, las cosas que ya nunca volverán… La geografía de mi barrio llevo en mí, será por eso que del todo no me fui… Y me descubro en ese punto cardinal, volviendo a la niñez desde la luz, teniendo siempre el corazón mirando al sur». Cantándolo, me pedía que lo recordáramos mirando hacia el cerro del Cimatario, donde seguramente estaría su espíritu contemplando la ciudad.

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