Un paseo al interior de Archivo Histórico

En Cultura

A Querétaro no se le puede disociar de la cultura y la historia. Quizás la mayoría de turistas lo podrán confirmar tan solo caminando el Centro Histórico o incluso buscando solamente la palabra Querétaro, pero los que vivimos la ciudad y su metrópoli sabemos encontrar al “diablo” si es verdad que vive en los detalles.

 

Hace unos días recordamos que, justo a unos metros de una cantina-bar del Centro Histórico, conocida por su público bohemio que va a charlar de la mano de una promo de cerveza, se encuentra el lugar que conserva la memoria escrita de Querétaro, la Dirección Estatal de Archivos.

 

Por supuesto, no fue que se nos ocurriera visitarla después de salir de aquel bar a media luz y a media cuadra de Jardín Guerrero, sino la curiosidad. De hecho, solo es posible visitarlo de lunes a viernes de 9 a 330 de la tarde.

                                      

El edificio de Madero #70 es una de las inmensas casonas que destacan en el centro de la capital.  En su momento, ese domicilio, construido por don Antonio Septién y Castillo, capitán de caballería español que llegó a Querétaro en el s.XVIII, tiene entre sus anécdotas históricas, haber alojado un par de ocasiones a Benito Juárez y haber expuesto el cadáver de Maximiliano de Habsburgo la noche de su muerte. La propia Dirección de Archivos del Estado organiza recorridos para conocer parte de estas historias, y sobre todo para apreciar el gran trabajo que se realiza dentro del inmueble.

 

Al entrar al inmueble, en una puerta que casi podría pasar desapercibida por las arcadas coloniales que se abren al fondo sobre el patio central, Arturo Medina Morales está encargado de la Librería de la Dirección de Archivos. Él, visiblemente emocionado por la visita y entre una explicación muy breve de las funciones, da cuenta, así como si nada, de 2 detalles que podrían pasar desapercibidos para cualquier andante pero que hablan de la importancia de este lugar: los más de cien títulos de arduas investigaciones históricas a precios increíblemente económicos (en un rango de 30 a 200 pesos, casi 300 en ediciones muy especiales) y cierta ocasión en la que una persona, tras años en prisión, decidió investigar por su cuenta y consultar viejos diarios en la hemeroteca para probar su inocencia. Pasamos al área de consulta detrás de su mostrador. Tres o cuatro mesas iluminadas con la luz que cruza los grandes ventanales para facilitar el trabajo a las personas osadas que exploran ahí, sentadas y solitarias, viejos periódicos, mapas y documentos para encontrar algún tesoro perdido.

                                     

No sé cuántos más reparan en una de las fotos impresas que decoran la sala de consulta. A simple vista se reconoce a un soldado, algo en su semblante o el muñón de su brazo cercenado quizás en la Revolución o en la Guerra Cristera, o quizás el conjunto de ambos reflejados en una sonrisa digna, de verdadero superviviente. Detrás de esa imagen había algún hecho desconocido, y a un costado del hemerotecario miles de tomos y millones de páginas del acervo que rara vez se pueden ver tras una puerta más angosta de lo normal.

 

“Tenemos más de 5000 volúmenes en el acervo, incluso el acta del juicio a Maximiliano y el primer ejemplar de La Sombra de Arteaga (el periódico oficial del estado), que datan de 1867, pero del otro lado hay documentos del siglo XVII”, nos cuenta don Arturo ahí en la hemeroteca. Abre una puerta junto al bibliotecario y se abre un pasillo formado por estanterías que se multiplican al acercarte “si juntáramos todos los tomos, guardados en cajas de 12 cm, lo que tenemos aquí llegaría a medir más de 3km”, sin que uno adquiera una imagen clara de la magnitud pero sí del olor a libro viejo, tóxico pero encantador.

                                     

Eramos pocos, pero entramos como un privilegio, sin credencial ni oficio de investigadores. Innumerables estantes de cajas, carpetas y pastas viejas donde se leían fechas y años que se cuentan en siglos si no fueran solo números. En un rincón, con la bata blanca sobrepuesta, alguien catalogaba tomos, sumido en un escritorio; en otro pasillo, al fondo, la silueta de alguien cruzaba de un lado a otro de un pasillo, “ella lleva más de cinco años ayudándonos con la digitalización de documentos”.

 

Tras ese breve cruce por los archivos de la hemeroteca, el recorrido finaliza con una visita a la sala de investigación, al que acuden los investigadores para consultar, restaurar y transcribir documentos del siglo XVI, XVII y XVIII que fueron recuperados u obtenidos en donación, algo que parece fantástico a casi 500 años de distancia; pero también a la Sala de la Historia, donde permanece una serie pinturas murales con la historia de Querétaro, interpretada por el pintor yucateco Fernando Castro Pacheco.

 

Si estás temprano por el Centro Histórico de la ciudad y la curiosidad te llevó a la Dirección Estatal de Archivos, acércate y pregunta por los recorridos, seguro que pasarás una rato más que agradable.

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