Retratos de una exposición express
En Cultura
*** Texto de curaduría
El gesto arcaico
Con toda seguridad, Yefer me parece uno de los autodidactas más salvajes que he conocido. Particularmente, al momento de rasgar una hoja blanca, una sucia tela o una madera abandonada. Casi no le conozco una sola obra que no la haya pensado y realizado en pleno estado de sobriedad, sino todo lo contario, en la firme coherencia de la ebriedad motivada por otra embriaguez, el jazz del trompetista Jacques Coursil. Con certeza, no es ningún cortesano para con nadie, ni consigo mismo, le miras la jeta y miras al animal herido, al artista del hambre, al boxeador de lienzos, pues. Por lo tanto y por una gran fortuna dionisíaca, no pertenece, por la salvaje coherencia a la que me he referido, a la pléyade del frágil arte chidito queretano.
Al no ser el cortesano gasterópodo que pretende ser el artistilla de pésimos chistes al óleo o a la técnica mixta, tampoco es bufón de fatuos politiqueros culturales, del arte chidito queretano, razones insuficientes pero necesarias, son las que hacen que su gesto brutal permanezca arcaico. Pero, ¿por qué su pintura es primitiva, más bien, arcaica? Porque va directamente al objeto, a la vivencia, a la metáfora, sin mediaciones, a quemarropa, con estupor, ansiedad y desasosiego. Aquí irrumpe Sotomayor, de gélida cognición, epistémica pero también intuitiva. ¡Intuitivos y primitivos! Juntos al pintar son un palíndromo y a su vez, un oxímoron.
En suma, ambos no mendigan justificaciones de nadie más, ni siquiera de quien esto escribe, porque soy el menos indicado, pero lo hago porque creo ardientemente en la amistad y en su arte de pensamiento arcaico. Además, como afirmó Francis Bacon, porque: “Me gustan las heridas, los accidentes, las enfermedades, todo aquello donde la realidad abandona sus fantasmas”.
Benjamín Ortega Guerra, abril 2022, años de encuentros y desencuentros