De callecitas, cafés y conspiraciones
En TURISMO
Por Aránzazu Núñez Velázquez
Adoro caminar. Lo hago a diario,a toda hora si me es posible. Ha sido mi manera preferida para trasladarme de un punto a otro en cualquier ciudad. Y en Querétaro, por mucho, es mi actividad favorita —eso y tomar un café al exterior; también una cervecita, claro está. Estoy convencida de que caminar por las calles del Centro mientras se toma café es el epítome del plan perfecto, de la felicidad total. La oportunidad para rebelarse contra la vorágine del cotidiano, contra el hábito y la velocidad, la posibilidad para perderse un poco, para pensar y hacer asociaciones que de otra manera no haríamos. Esta peculiar combinación de actividades, tan elemental, me permite hacer una pausa del mundo contemporáneo a partir de otro tipo de movimiento, de uno ralentizado y, por supuesto, cafeinado. Rebecca Solnit, la espléndida escritora estadounidense, lo ha dicho mejor: «En una sociedad orientada a la producción, generalmente se considera que pensar es no hacer nada, y no hacer nada es difícil de hacer. Es mejor hacerlo disfrazándolo de alguna otra actividad, y lo más parecido a no hacer nada es caminar». Eso, caminar, o tomar un cafecito, o caminar y tomar un cafecito, ¡qué mejor, digo yo!
Querétaro posee ya un área metropolitana de más de dos mil metros cuadrados de superficie, casi 1.6 millones de habitantes y se consolida no solo como uno de los principales destinos turísticos del país, sino como su octava zona urbana más poblada. Esta realidad, que parece avasallarlo todo y convertirlo en cifras ininteligibles, es sutil, pero contundentemente subvertida en nuestra urbe por sus andadores, ese entramado de calles estrechas y callejones de colores rosados, ocres y naranjas de escala deliciosa que atraviesa el Centro Histórico queretano. Circulaciones peatonales y emblemáticas que recorremos, fotografiamos, evocamos e idealizamos, y con las que nos reencontramos una y otra vez.
Es increíble que sean solo diez los andadores que determinan tanto la imagen de la ciudad como los vínculos afectivos que se establecen con ella. ¿Cómo es que tan pocas calles, dentro del primer cuadro de la ciudad, la definan y hayan jugado un papel fundamental para convertirla en Patrimonio Cultural de la Humanidad hace casi ya tres décadas? ¿Cómo es que estos espacios se reconfiguran para seguir vigentes, para que los sintamos relevantes? Propongo que busquemos repuestas juntos mientras los recorremos. Caminemos y hagamos las escalas necesarias. Pasemos por un espresso, avancemos, sentémonos en alguna de las plazas a observar, a disfrutar, a actualizarnos, a pensar, a conspirar.
El recorrido que propongo comienza por la parte alta, al oriente de la ciudad, en el Cerro de Sangremal, bajando en dirección al oeste hacia Plaza de Armas, después hacia el Jardín Zenea y el resto de sus plazas y jardines. Recorramos juntos estas calles angostas y serpenteantes. Y, más allá de la sobrecogedora oferta gastronómica comercial y turística que encontraremos, detengámonos en la experiencia estética de su arquitectura colonial, casi toda de los siglos XVII y XVIII, de las bugambilias y los malvones sobre sus fachadas. Observemos también cómo estos andadoresarticulan las múltiples plazas y templos o conventos de la época y están salpicadas de fuentes. Gocemos de su colorido, del trazado irregular que siguen, característico de los asentamientos indígenas, de cómo estas callecitas después se conectan con la traza colonial.
Mientras caminamos, el cuerpo y la mente trabajarán a su propio ritmo y al unísono. La cafeína hará lo suyo. Nos dará el pretexto para trazar ciertas rutas, para hacer ciertas paradas. Porque en ocasiones necesitamos de un punto b, de un pretexto. Y es bien sabido que los queretanos amamos las tertulias y las conspiraciones (y amamos también el café a juzgar por la centena de cafeterías que han aparecido en la ciudad).
Hay que celebrar nuestra habilidad de generar contextos propicios para el ocio, para el chisme y, sí, también para el pensamiento crítico, como se hace desde hace siglos. Recuperemos los cafés como parte neurálgica de la vida social y política. Exploremos estos espacios mientras recorremos los seis andadores que tienen un trazado que va de este a oeste de la ciudad: el Andador Progreso, el Andador Libertad, el Andador 5 de Mayo, el Andador 16 de Septiembre, el Andador Madero y el Andador Matamoros.
Nuestro paseo inicia en el Andador Progreso. Es el menos aprovechado en cuanto al número de atractivos turísticos y comercios que alberga y, posiblemente, su secreto mejor guardado. Quizá esto se deba al hecho de que durante algunas décadas del siglo XX el área detrás del templo de la Merced albergó la zona roja y algo de un tufillo de pecado tal vez aún pesa sobre el espacio y nuestras buenas conciencias. Lo cierto es que se trata de un pequeño oasis reservado para los pocos transeúntes que lo atraviesan o para aquellos que van a comprar tortillas, pollo o pan en alguno de los pocos expendios que ahí tienen hogar. Cuentan que alguna vez, hace años, se usó para hacer proyecciones de películas al aire libre, una iniciativa que habría que retomarse porque es un espacio espléndido. Así pues, recomiendo comprar un latte para llevar en Masamor, un local encantador ubicado sobre la calle de Reforma, antes de que se bifurque y de inicio el andador. Café en mano, vale la pena avanzar para después tomar asiento bajo los tres hermosos árboles que están en la parte más ancha del andador, justo donde se hacían las proyecciones y donde Progreso topa con la calle Río de la Loza.
A unos escasos cincuenta metros, da inicio otro de los andadores con orientación este-oeste de la ciudad: el Andador Libertad. Este llega hasta la calle de Corregidora y, en su tramo más oriental, es conocido también como el Callejón de Don Bartolo, haciendo referencia a una famosa y trágica leyenda sobre un segoviano usurero que pactó con el diablo (una de las múltiples leyendas que abonan al misterio de estas hermosas calles peatonales; hay incluso un sinnúmero de tours dedicados a compartir estas historias, algunas de épocas coloniales, algunas mucho más recientes, algunas con fundamentos históricos y otras más fantásticamente inventadas: todas ellas versiones de la realidad estimulantes y provocadoras). La obscuridad y avaricia de don Bartolo es contrarrestada con la generosidad de la experiencia que ofrece El Apapacho, una casa tostadora de café con fachada verde, cubierta de una exuberante enredadera, desde la cual te atienden a través de una ventanita enrejada y en donde el café americano es espléndido y tiene refil. Un café que se puede disfrutar sentado en una de las bancas colocadas sobre la callecita o mientras se continúa hacia Plaza de Armas o se explora el resto del andador y se curiosea por la vasta oferta de artesanías y objetos que ofrecen los locales y los carritos que se enfilan a lo largo del mismo y hasta la Plaza Constitución.
Otro andador principal es el de 5 de Mayo, que conecta el corazón simbólico y lo que algún día fue el corazón político y económico de nuestra ciudad, Plaza de Armas —antes conocida como Plaza de la Independencia—, con el Jardín Zenea —antes el corazón religioso de la ciudad, pues formaba parte del templo de San Francisco. Este andador es amplio y ofrece al visitante espléndidos ejemplos de arquitectura colonial y una amplia oferta gastronómica y comercial. A unos pasos del Palacio de Gobierno se encuentra el Museo de los Conspiradores, una hermosa casona de época que destaca personajes y hechos de múltiples insurrecciones del pasado remoto y hasta nuestros días. Propongo continuar el recorrido y parar en Piacere Italiano, justo donde el Andador 5 de Mayo hace esquina con el Andador Vergara, para hacernos de un affogato u optar por un heladito de café.
El tercer andador que llega hasta Corregidora es el Andador 16 de Septiembre, el cual conecta la iglesia de la Congregación con el Jardín de la Corregidora, antigua huerta del Convento de San Antonio. Esta calle peatonal y bulliciosa está flanqueada por restaurantes y comercios de toda índole, pero cuenta con un pequeño cafecito de fachada pequeñísima, de nombre Antiguo Molino, que ofrece resguardo a la locura del andador y se abre al fondo en distintos espacios bastante acogedores, en donde se sirve un estupendo espresso y algunos postres memorables. Una vez repuestos, podemos continuar hacia el Jardín Zenea.
El Andador Madero conecta a esta plaza con el Jardín Guerrero y la iglesia de Santa Clara. A diferencia de los otros andadores, estrechos y serpenteantes, da la sensación de ser una calle sin tráfico, no de una destinada exclusivamente al peatón. Las casonas y edificios que flanquean sus aceras muestran una arquitectura espléndida y de mayor escala y su traza ortogonal marca una diferencia
en la espacialidad que tienen los otros andadores. Aún así, recorrerlo es un placer por su oferta gastronómica, comercial y turística. Y, si avanzamos hasta el final de este andador, justo en la última cuadra se encuentra Masa Crítica, un espléndido y pequeñísimo expendio con venta de muy buen café y de pan delicioso que vale la pena visitar. Hay que pedir algo para llevar y regresar hasta alguna de las bancas frente al templo de SantaClara, donde disfrutar de las fachadas de sus casonas y ver desfilar a una excéntrica diversidad de personajes.
Ya por la zona y entre las calles de Allende y Guerrero, y en paralelo al Andador Madero, se encuentra el Andador Matamoros, uno de los espacios peatonales que más se han transformado en los últimos años con la aparición de sus múltiples bares y cafés. Posee muros que se han convertido en un interesante escaparate para proclamas sociales y exploraciones estéticas diversas. Durante décadas este céntrico lugar fue el traspatio del Teatro de la Ciudad y de la Cineteca Rosalío Solano, que le daban la espalda y lo mantenían como un callejón un tanto marginal que alojaba un par de vecindades, cantinas y after hours. Mi lugar favorito a lo largo del tiempo en este andador ha sido El Rinconcito, que ha sabido mantener su encanto de cantina tradicional. Aquí cerraríamos el recorrido de los seis andadores y qué mejor que hacerlo con un carajillo por supuesto, shaken, que ya hemos caminado bastante. O, si queremos dar unos pasos más, siempre podemos desviarnos un poco del andador, e ir a Koffein por uno de los mejores cold brews de la ciudad.
Nuestra caminata ha llegado a su fin. Ojalá hayamos hecho algún descubrimiento o que lo familiar nos haya sido nuevamente extraño. Quedarán pendientes los cuatro andadores cuya traza va de norte a sur, que son deliciosas callecitas de menor escala que los que hemos descrito anteriormente. Me refiero al Andador Altamirano, al Andador Carranza, al Andador Pasteur y al Andador Vergara. La provocación ahora es a que cada uno los explore por su cuenta y descubra sus propios lugarcitos sin olvidar lo necesario que es el no hacer nada.