Una orquesta polifacética con más de tres décadas

En CULTURA

 

México puede explicar su historia musical a partir de los esfuerzos que han hecho florecer orquestas a lo largo de su territorio. Entre ellas destaca, desde hace más de tres décadas, la Orquesta Filarmónica de Querétaro, que a lo largo de tres temporadas anuales permite que queretanos y visitantes sumen en su nutrida oferta cultural la posibilidad de escuchar en vivo —con las peculiaridades intangibles de los conciertos— piezas del repertorio clásico y de la cultura de tendencia mayoritaria, como bandas sonoras, con la impronta de los movimientos de batuta de su director y la ejecución de sus intérpretes.


Fundada originalmente en Guanajuato como Filarmónica del Bajío, desde 1992 se instaló en Querétaro, primero dirigida por Sergio Cárdenas, posteriormente por Jesús Medina y, a lo largo de diecinueve años, por el maestro José Guadalupe Flores; hoy es conducida por Mark Kadin. En 2016, la Legislatura del Estado de Querétaro la declaró como Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado, y al día de hoy, a pesar de no contar con una sede propia, se trata de uno de los activos culturales más importantes de Querétaro.

 

 

PROGRAMAS ENTRE
LO CONOCIDO Y LO
DESCONOCIDO

 

Como recordaba Carlos Jiménez en El Diario de Querétaro, el 10 de abril de 1992, un Viernes de Pasión, el Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez fue el recinto en el que la renombrada Orquesta Filarmónica de Querétaro ofreció su primer concierto, con dos obras emblemáticas: Redes, de Silvestre Revueltas, y la Novena Sinfonía de Beethoven, con los coros de la Escuela Nacional de Música de la UNAM y el Coro Convivium Musicum, así como la participación de la soprano Celia Gómez, la mezzosoprano Adriana Díaz de León, el tenor Flavio Becerra y el barítono Genaro Sulvarán.

 

En los programas iniciales se tocaron otras piezas igual de significativas y conocidas, como las nueve sinfonías de Beethoven y su Concierto para piano núm. 5, al tiempo en que se programaban autores como Britten, Bach, Chaikovski. A la fecha ese ánimo ecléctico los caracteriza. Basta mirar el programa del último par de meses de este año: Debussy, Milhaud, Gershwin, Brahms, Gluck, Mahler, Schumann, y también Los ecos del ánime y Nostalgia rock-pop. «A mi modo de ver, la filarmónica destaca porque es muy versátil —cuenta la historiadora del arte Beatriz Lomelín, asidua a los conciertos desde hace treinta años—: Hay conciertos más populares, como el de bandas sonoras de películas, o conciertos que son un hit, como la Carmina Burana o algún réquiem, dependiendo la época del año. Tienen, además, presentaciones navideñas o de música de grandes conjuntos, como The Beatles, que se llenan. Mark Kadin ha tenido mucho éxito porque se presta para hacer muchos conciertos de muy diferentes repertorios.»

 


El propio Mark Kadin, director titular, cuenta que el armado de las temporadas no es cosa fácil. «Hacer una temporada es un trabajo bastante complicado, porque no puedo permitirme planear una con la música que a mí personalmente me gusta. Tengo que ofrecer al público conciertos para diferentes gustos. Uno prefiere Mozart, otro Chaikovski…», cuenta. Su temporada siempre tiene que ser «variada, muy muy variada, de todos los tipos de música». Pop, temas de películas, «lo que el público quiere escuchar», y luego encontrar un balance entre la música conocida y desconocida. «Si tocamos solo la música que es conocida, no tendremos qué tocar la próxima temporada. Hay que variar y buscar algo popular y algo menos popular.» Además, cuenta, una tercera complicación es encontrar e invitar solistas, balancear y buscar músicos jóvenes, desconocidos, pero que toquen bien.

 

 

 PALABRA
DE MÚSICO

 

Con un repertorio así de variado, uno imaginaría la dificultad de elegir alguna pieza. El violonchelista Adrián Barrera Sánchez, sin embargo, lo tiene claro: las Suites para violonchelo solo, de J. S. Bach, «porque es música inagotable que admite toda clase de interpretaciones y siempre es nueva». Adrián Barrera Sánchez es un músico que antes de entrar a la OFEQ participaba en ensambles y agrupaciones de distintos géneros musicales, particularmente con un grupo de mucha trayectoria, el Grupo Santiago, de música tradicional mexicana, que tiene veinticinco años de existencia. «La vida en ese contexto era bastante más movida y creativa, pero también con más incertidumbre laboral, dado que no existían las prestaciones laborales y porque muchas veces nos encontrábamos a merced de los criterios de las instituciones culturales », recuerda. Actualmente, la orquesta de alguna manera le aporta cierta tranquilidad, a pesar de que, como dice, son una asociación civil que depende de un presupuesto.

 

 

Por su parte, el concertino de la OFEQ desde hace seis años, Adrián Barrera Ramos, reconoce que le es muy difícil mencionar solo una pieza, «ya que hay tantas». Una pieza orquestal que le fascina es la Sinfonía núm. 2 en mi menor, op. 27, del compositor ruso S. Rajmáninov: «Es una sinfonía llena de temas melancólicos, líricos, teatrales y de armonías, texturas y colores que me llevan a realizar una introspección de los recuerdos más bellos, íntimos o tristes de mi vida». Sus cuatro movimientos, muy diferentes entre sí, lo hacen imaginarse el duelo por el que el artista estaba pasando —él mismo no se consideraba muy buen compositor, cuenta—, y cómo lo va evolucionando hasta que al final de la sinfonía, en su cuarto movimiento, «parece una celebración por la vida, en la cual se yuxtaponen los temas principales de algunos de los movimientos anteriores, haciendo una recapitulación del duelo y que termina con una coda grandiosa con fuegos artificiales, festejando así cómo venció ese duelo».

 


Antes de ser integrante de la OFEQ estuvo en otras orquestas profesionales como violinista de fila, en la Orquesta de la Universidad de Guanajuato y en la Orquesta Filarmónica de Jalisco. En estas orquestas no tenía la responsabilidad que tiene ahora, ya que bastaba con seguir a su principal y al director en turno. «Las decisiones artísticas las hacían ellos y yo cumplía con lo que indicaran, arcadas, fraseo, tener los pasajes listos para tocarse.» Ahora, en la OFEQ, tiene el puesto más importante y complicado de la orquesta, el de concertino, con esa responsabilidad de decisión. «Es complicado porque en el arte y sobre todo en la música no hay solo una manera de interpretarla o una manera correcta de que se haga. Las posibilidades son muchas, cada interpretación puede ser válida si tiene los fundamentos artísticos, históricos o, en algunos casos, ideológicos.»

 


De esa variedad también habla la percusionista Nallely Vergara, quien a lo largo de veintiún años en la orquesta ha hallado «una sensación de pertenencia», dándose cuenta de que «cada orquesta tiene su personalidad, y es el elemento humano el que hace la diferencia ». «He hecho amigos entrañables y he aprendido a convivir con todo tipo de ideas, creencias e historias de vida, pero al final, al tocar en los conciertos y escuchar los momentos musicales que logramos juntos, pienso en la suerte que tenemos de poder dedicarnos a lo que amamos y en lo maravilloso que es pertenecer por tanto tiempo a una orquesta», dice. Al igual que sus colegas, le es difícil, cuando no imposible, elegir una pieza de todo el repertorio orquestal —pues el origen de estas, cuenta, se remonta al siglo XVII, por lo que son muchas y con variaciones considerables, según su pertenencia a distintos periodos musicales—, pero entre sus favoritas están Marcha para la ceremonia de los turcos, de Jean-Baptiste Lully; La coronela, de Silvestre Revueltas; Das klagende Lied, de Gustav Mahler; y La consagración de la primavera, de Ígor Stravinski, un ballet —escrito para la compañía Ballets Rusos, del empresario Serguéi Diáguilev, con coreografía del ucraniano Vaslav Nijinski— que en el momento de su estreno, en 1913, en París, causó revuelo en la audiencia. En general, concluye, lo que hace que una obra le guste es la forma en que el compositor usa los elementos rítmicos, la orquestación y los instrumentos de percusión.

 

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