Los tiempos cambian y nosotros con ellos.

En CULTURA

Por Juan Manuel Martínez*

 

SANTA
ROSA DE
VITERBO

 

Manuel Velasco, Manuel Escoto y su hijo, Diego Velasco, son puntuales. Nos esperan a las ocho de la mañana en la entrada del Centro de las Artes de Querétaro. Nuestra misión es subir por toda la torre de Santa Rosa de Viterbo hasta llegar al reloj monumental instalado al final de una gran escalera de madera, que chirría en cada paso que damos y debemos ir alumbrando con una lámpara de mano porque no hay luz eléctrica en su interior.


Llegamos al techo del templo; Manuel Velasco se apresura a abrir una puerta de madera y después de subir dos escalones hay un segundo acceso que también abre, encontrándonos con un pequeño habitáculo, no mayor a tres por tres metros, lugar donde se asienta la maquinaria del reloj de la torre del templo de Santa Rosa de Viterbo muy bien cuidada dentro de una vitrina de cristal estampado, adecuada para resistir la lluvia, el polvo y la visita obligada de las palomas que habitan el campanario.


Manuel Escoto nos cuenta que el de Santa Rosa de Viterbo es uno de los grandes relojes monumentales en funcionamiento en Querétaro y está atribuido al arquitecto Ignacio Mariano de las Casas, datando su construcción desde 1771, ¡hace más de 250 años! Sin embargo, nos dice Manuel, del reloj original, el primer reloj de repetición en América —porque repetía las horas y sus campanadas—, ya no queda nada, ni un clavo. Cien años después de su construcción, y debido a los movimientos sociales y políticos del llamado Sitio de Querétaro, fue saqueado y destruido, siendo utilizadas sus partes metálicas y de madera para hacer fogatas y calentar los alimentos de los soldados. El reloj actual es más nuevo, instalado allá por 1930, y cuenta con tres mecanismos que registran el tiempo a través de los segundos, las horas y los cuartos de hora, cada uno de estos compuestos por engranes, ruedas, coronas y piñones de metal. Manuel señala las tres carátulas y refiere que ninguna de ellas tampoco es original, ya que una, la que está del lado de la entrada del Centro de las Artes, fue destruida por un cañonazo y las otras dos se descuidaron y terminaron cambiando por unas nuevas.


Mientras platica que desde pequeño empezó en el arte de la relojería por influencia de su padre, agarra  una gran llave de metal, la ensarta en la entrada del sistema de cuerda y un engrane da vuelta, otra vuelta y el reloj deja escapar un ¡crac!, seguido de más ruidos metálicos, como de alambres apretándose. Acto seguido, el reloj, como si supiera que hay alguien en su interior, deja escapar lentamente sus campanadas, dando registro puntual de la hora a toda la ciudad.

Cuidar de un reloj antiguo y monumental, como el que estamos visitando, conlleva una responsabilidad. Muchas personas allá abajo, en la calle, están atentos para saber si llegarán a tiempo a una cita cerca de ahí o si deben apresurar el paso, pues las campanadas recuerdan que van con retraso. Es una maquinaria fina y delicada, que necesita de cuerda diaria y mantenimiento mensual y no puede añadírsele ningún mecanismo ni elementos mecánicos ni sonoros, porque la pieza así fue diseñada y su función principal es registrar el paso del tiempo en lo alto de la torre de un templo del siglo XVIII.


Después de unas dos horas bajamos uno a uno de la torre y Manuel nos sugiere que admiremos, además del reloj centenario, la arquitectura de lo que fue el Real Colegio y Beaterio de Santa Rosa de Viterbo, hoy sede del Centro de las Artes y Secretaría de Cultura del Estado. En el interior del templo existen cinco retablos dorados con pan de oro. Nos invita al museo interno, que está en la sacristía, donde, dice, encontraremos pinturas de las monjas que habitaron el beaterio, una gran mesa octagonal con pedacería de marfil, un gran óleo que ocupa toda una pared y muchas más cosas interesantes e históricas, como el púlpito que cuenta con una ornamentación con incrustaciones de maderas preciosas, marfil, plata y carey. También nos invitó a conocer el museo de sitio que se encuentra al interior del Centro de las Artes y dejarse llevar por la historia, rodeándose de esos grandes muros de cantera rosa.

 

***

PARROQUIA
DE SANTIAGO
APÓSTOL

 

Saliendo de ahí y caminando por las calles del centro, llegamos a la parroquia de Santiago Apóstol, construida en el siglo XVII por la Compañía de Jesús (los jesuitas) quienes establecieron en la ciudad el colegio de san Francisco Javier, hoy sede de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro, y colocaron un reloj en la pared lateral a su fachada con un mecanismo propio con tres campanas, que se les conoce como relojes de «cuartos y hora». Dicho aparato fue solicitado al mismo arquitecto Ignacio Mariano de las Casas, quien a través de la forja, el yunque y la fragua dio figura al metal e hizo ruedas dentadas, engranes, clavos y remaches en 1744. Un reloj digno del templo y colegio. Con su mano, Manuel nos señala una inscripción grabada en una barra lateral de la maquinaria que está escrita en latín: Tempora mutantur et nos mutamur in illis («Los tiempos cambian y nosotros con ellos»). Mientras nos platica, Manuel Escoto y su hijo, Diego, agarran una llave de hierro forjado y dan vuelta a una manivela del mismo material, observan la palanca de transmisión y vuelven a apretar; mientras tanto se empiezan a escuchar los primeros tac, tac, tac que el reloj produce al tener un poco de cuerda.


Diego Velasco toma la palabra y refiere que este reloj es el más antiguo de la ciudad y, por lo tanto, su mecanismo es menos preciso para dar las horas, además de que no tiene minutero, sino que avanza por cuartos de hora. Nos señala una carátula interior donde entre cada número de hora tiene cuatro líneas, indicando los cuartos; sin embargo, no porque sea más rudimentario y hecho a la forja y fragua significa que sea menos exquisito en el arte, hechura y el significado que tiene para la vida social, religiosa y cultural de esta ciudad.


Bajando del reloj tricentenario, Diego nos muestra diversas partes de la parroquia, donde podemos admirar otros elementos que se nos ocultan a la vista; nos hace saber que en su interior se guarda uno de los archivos eclesiásticos y civiles más antiguos de todo el estado, pudiendo encontrar documentos que datan de 1580 entre registros de nacimientos, libros corales, litúrgicos y muchas más obras de arte. La misma arquitectura del templo y del edificio contiguo nos dan idea de su antigüedad e importancia, pues ambos fueron sede de un colegio, un seminario jesuita y actualmente la Facultad de Filosofía, datos que podemos corroborar al visitar el patio central y subir por la escalera y ver un gran cuadro al óleo con los patronos insignes de ese gran colegio.

 

***

TEMPLO
DE SAN
FRANCISCO

 

Saliendo de la parroquia de Santiago, Manuel nos invita a seguir caminando, porque debemos visitar un tercer reloj, el cual se encuentra en el mero centro de la ciudad y que está mucho mejor ubicado por todos. Nos toca ahora subir al reloj monumental al lado de la torre del templo de San Francisco, el cual es el más nuevo de los tres visitados, pero es de suponer que existió uno más antiguo que el actual. Esta maquinaria es inglesa y fue adquirida por el exgobernador Rafael Olvera en el año 1884. Mucho más fino en su estructura, con piezas metálicas más detalladas, cuenta con un grado de precisión mayor que sus contrapartes vecinas.

 


Nos presenta con Antonio Vargas, quien como relojero titular de este templo ha subido semanalmente por veintitrés años a darle cuerda. Nos lleva por el coro alto, después por una escalera de caracol, subiendo por espacios estrechos vemos la estructura propia del reloj, colocada encima de un friso donde está representado el apóstol Santiago. La maquinaria está trabajando con regular tic-tac, tic-tac y nos abre las pequeñas puertas de madera del mueble donde está resguardada esta joya, mostrándonos con orgullo el sistema de cuerda, los engranes finamente tallados, las delgadas varillas que van unidas a las manecillas de la carátula externa, los piñones de metal que se encargan de soportar las coronas del mismo material… Todo en conjunto asegura que cada quince minutos se oigan puntuales las consabidas campanadas y que además, nos recalca, es el único de los tres relojes que cuenta con péndulo.


Subiendo por una escalera más dentro de la misma construcción del reloj, encontramos las tres campanas que coronan dicha estructura y que son únicas en su manufactura, pues parecen platos sonoros e invertidos. Es desde esta altura que podemos ver la ciudad y las torres de los templos cercanos.


Para terminar nuestra visita, Manuel Velasco nos refiere que son una familia de relojeros queretanos, en la cual desde la infancia les han inculcado un respeto y pasión a lo que se dedican, viviendo entre máquinas de precisión y hechura sin igual. Interesados en que su conocimiento y pasión se siga transmitiendo a más personas, han conformado la Federación Internacional de Relojería Monumental con el objetivo de transmitir conocimientos a todas las personas interesadas en aprender este arte.


Nos despedimos de ellos, y nos recuerdan que visitemos lo que fue su convento, en pie desde 1598 y hoy Museo Regional de Querétaro. Al salir podemos ir a alguna de las muchas cafeterías o restaurantes que se encuentran alrededor para seguir disfrutando de esta gran ciudad y escuchar con atención cuando los relojes monumentales suenen melancólicamente y nos den la hora.

 

 

*Realizó estudios de Filosofía y maestrías en Ciencias de la Educación y en Comunicación para la Acción Social y Política. Ha laborado en centros filantrópicos como Fundación Lazos I.A.P., Universidad Simón Bolívar y en diversos centros educativos. Actualmente imparte la asignatura de Filosofía Política en instituciones eclesiásticas. Practica la fotografía de calle, de retrato, macro y de modelaje.

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