Estas estatuas que ves
En CULTURA
Por Lola Sierra
Todo a nuestro alrededor está en continuo movimiento. Todo sigue un proceso. Incluso aquellos elementos que parecen fijos, inamovibles, en realidad están vibrando, resonando, oscilando. A causa de este movimiento es que ocurren los cambios, las transiciones. Y en esta continua marcha estamos viviendo nuestras vidas, disfrutando el tiempo con nuestros seres queridos, conociendo a nuevas personas y despidiéndonos de otras más. Y en este perpetuo mecanismo es que sucedieron los eventos que nos trajeron aquí. Para retener al menos un poco de lo que hemos aprendido en este constante y caótico ajetreo es que hemos desarrollado técnicas, herramientas, objetos. Las estatuas son una mínima muestra, entre miles, de formas de conservar en la memoria colectiva aquello que alguna vez fue digno de ser recordado e inmortalizado.
La mayoría de las estatuas se llevan a cabo gracias a métodos aprendidos y perfeccionados con el tiempo y plasman la visión del artista a quien se le encargó tal tarea, aunque también las hay de autores ahora desconocidos. Los materiales muchas veces se relacionan con la época, el lugar y la riqueza de quien las comisiona; el tamaño es un aspecto importante, condicionado a los otros tres. Las estatuas poseen, por tanto, un puñado de simbolismos e historias que pasamos por alto o ignoramos cuando transitamos cerca de ellas (algunas pierden vigencia y se vuelven incómodas).
Les tomamos fotos porque nos atraen o para el recuerdo; incluso alrededor de algunas se cuentan leyendas urbanas y hasta mágicas. Pero es curioso cómo resultan más atractivas las que no vemos seguido o las que no damos por hecho, y, por supuesto, las que vemos en los viajes. Hace años, uno de mis amigos queretanos le dijo a uno foráneo que si sabía qué brazo tiene levantado el gigantesco Conín de la carretera; una prueba que posiblemente solo los nacidos aquí, o los residentes de toda la vida, podrían contestar. Mi amigo falló el test. Como esta anécdota hay varias sobre toda la ciudad y el estado, pero ahora me sirve para mencionar que hay estatuas y monumentos tan arraigados en la memoria que, irónicamente, olvidamos.
CONÍN
El monumento de setenta metros al que me refiero está en el camellón central de la Panamericana, en los límites entre El Marqués y la ciudad de Querétaro. Cuando vamos en nuestro carro en movimiento, no siempre es posible ver todos sus detalles. Varias personas no notan que la escultura, hecha con cantera, está en la cima de una pirámide, que a su vez está asentada en una gran base inclinada en forma de hemiciclo, en la que se adosaron las letras de su nombre en blanco y se colocó una línea debajo que hace que parezca subrayado.
La representación de este Conín tiene de todo, y es extranísimo: lleva un atavío asociado a las clases gobernantes de la aristocracia mesoamericana, pese a que fue un pochteca otomí, es decir, un comerciante,y, después, fue bautizado como Fernando de Tapia y adoptó las costumbres de los españoles; en la mano derecha sostiene un macuahuitl, un arma alargada y plana de madera, con incrustaciones de obsidiana en los lados, que portaban los guerreros; y en la otra sostiene un cuadernillo. La postura (recarga su peso sobre la pierna derecha) y la mirada (¿hacia la capital del nuevo virreinato?) le agregan una gallardía difícil de ignorar y le dan cierto aire de vida. No cabe duda de que hay muchos simbolismos que no son fáciles de observar por la ventana de un vehículo en movimiento.
PLAZA FUNDADORES
Es archiconocido el mito fundacional de Querétaro. Inicia con el enfrentamiento en una colina de grupos de pueblos nómadas oriundos de la región en contra de españoles en misión de conquista. Entonces, la Santa Cruz se apareció refulgente, junto con el apóstol Santiago, o viceversa, y esto dio fin a la batalla, pues se cuenta que los indígenas vieron esto como una señal de que tenían que adoptar el cristianismo. El lugar eventualmente se conoció como el cerro de Sangremal y sobre él se edificó un amplio santuario religioso a la Santísima Cruz, del que ahora solo queda el templo. A la entrada, en el atrio, hay una escultura de un par de indígenas, hombre y mujer: él está de pie, con indumentaria y penacho recatados, tocando un instrumento de cuerda hecho con una concha de armadillo; ella, también vestida con decoro, hinca la rodilla derecha mientras sostiene un sahumerio.
Al otro extremo del atrio, casi en el borde de la calle Manuel Acuña, se colocaron una estatua de san Junípero Serra y otra de Antonio Margil de Jesús, importantes misioneros franciscanos. Pasando la calle se construyó la Plaza de los Fundadores, inaugurada en 1981 con motivo del aniversario 450 de la ciudad. Ahí también está Conín, pero ahora como don Fernando de Tapia, y sus prendas lo demuestran. También se encuentran el cacique Nicolás de San Luis Montáñez (o Montañés), el alarife Juan Sánchez Alanís, quien diseñó la traza reticular de la ciudad, y fray Jacobo Daciano, el primero en evangelizar a las poblaciones de la zona. Si caminas un poco más y llegas a la plazoleta en forma de punta que forman las calles Carranza e Independencia, podrás toparte con una estatua ecuestre del apóstol Santiago: el caballo levanta ambas patas delanteras y él empuña en la mano derecha una espada y en la izquierda sujeta una lanza con banderín.
PANTEÓN DE LOS QUERETANOS ILUSTRES
Detrás del templo de la Cruz, en lo que antiguamente fue la parte oriente de la huerta, y por encargo de fray Mariano Aguilera, se construyó el panteón para los pobres. En 1863 pasó a manos del gobierno. Hoy, quienes pasean por el barrio de la Cruz o visitan el mirador de los Arcos también pueden darse una vuelta por este sitio histórico, inaugurado con este nombre a partir de 1988, y en el que hallarán una capilla-museo, el mausoleo donde descansan los restos de los corregidores, un muro de gavetas y una serie de estatuas con ilustres personajes de Querétaro, como Epigmenio González, Ignacio Pérez, fray Ignacio Mariano de las Casas, el Marqués, José María Arteaga, Esperanza Cabrera de Hinojosa, entre otros.
IGNACIO PÉREZ
Una estatua ecuestre digna de ser apreciada está en la glorieta (rotonda, para los españoles) localizada en la intersección de avenida Universidad y Corregidora. Fue realizada por Juan Francisco Velasco y Perdomo con el nombre de «El jinete del destino» y muestra a Ignacio Pérez montando su caballo en una imagen que remite al célebre episodio en el que el revolucionario novohispano, instado por Josefa Ortiz de Domínguez, se dirigió a toda prisa para advertir a Allende que la conjura había sido descubierta por las autoridades virreinales. La escultura capta esa premura, y su inmovilidad muestra, sin embargo, la velocidad con que galopa: un caballo desbocado y el sombrero al viento. La disposición de la escultura en este sitio de la ciudad obedece a la ruta hacia Guanajuato. En ocasiones, la glorieta suele modificar su paisajismo de acuerdo a la época del año.
JOSEFA ORTIZ DE DOMÍNGUEZ
Este monumento a una de las más emblemáticas figuras del estado surgió de una convocatoria, publicada el 22 de abril de 1908 en La Sombra de Arteaga, en la que la junta central de Querétaro invitaba a ingenieros y arquitectos mexicanos, «y con especialidad a los queretanos de esta profesión», a enviar su propuesta para «elevar un monumento grandioso en esta ciudad, destinado a eternizar la memoria de los inmortales mexicanos de 1810 y con especialidad a la egregia matrona doña Josefa Ortiz de Domínguez, cuya cooperación en los trascendentales sucesos de la independencia fue la determinante de ese feliz movimiento que nos arrancó de la esclavitud y nos hizo surgir a la vida de nación autónoma y libre».
Hubo dos premios, y se llevó a cabo el del segundo lugar, del ingeniero Carlos Noriega. El 15 de septiembre de 1909 se colocó la primera piedra, en la plaza del Mercado de San Antonio. Para ello se relocó la fuente de Neptuno. La columna es de chiluca, la plataforma de mármol y hay una estatua de Josefa, una de un esclavo liberándose de las cadenas y cuatro águilas: todas fueron hechas en bronce en Berlín por Gladenbeck & Sohn. Se inauguró el 13 de septiembre de 1910 en lo que ahora conocemos como la Plaza de la Corregidora.
VICENTE GUERRERO
Una estatua en honor al general insurgente Vicente Guerrero da nombre a la plaza pública en la que se ubica, el Jardín Guerrero, y que ha visto pasar buena parte de la vida del Centro Histórico en las últimas décadas frente a sus ojos, desde mercadillos a conciertos y decoraciones alusivas a las festividades del año. Entre 1988 y 1991, la administración municipal puso el piso de cantera de la plaza, la fuente monumental y, particularmente, la estatua del general, en la que se lee su frase insigne: «La patria es primero», junto a datos de vida e historia. La plaza en la que se ubica era, de acuerdo con información del Museo Regional, un predio que correspondía al convento de Santa Clara (donde se ubicaban unas diecinueve casas en las que habitaban las monjas, de las más de setenta que formaban las tres manzanas interiores del convento), y que fue creada hace poco más de un siglo, en 1922.
En fin, habría que verlas detenidamente más seguido para que estos monumentos no sean meras referencias o piedras costosas con las que tropezamos cuando transitamos, como mencionó alguna vez Ibargüengoitia. Por cierto, es un efecto Mandela lo del brazo de Conín, pues en realidad no tiene levantado ninguno. Me sigo riendo cada vez que lo recuerdo.