Un recorrido por Corregidora

En TURISMO

Por Juan Flores Nava

 

Parecía sencillo: todo era cuestión de subir, bajar, volver a subir, bajar de nuevo y después moverse horizontalmente. Pero como bien lo sabía el psicólogo estadounidense William James: la única verdad posible es la que surge durante el desarrollo de una actividad concreta; es decir, cuando hay que tomar decisiones y resolver un problema. Y fue así como las cosas cambiaron. 

 

Primera decisión

 

Mirar con ojos prestados. Porque de tanto andar el mismo lugar, uno termina por ver todo igual. Hace dos décadas, recién llegado a El Pueblito, cualquier cosa me sorprendía: el señor de Huimilpan que bajaba para vender pulque en su carretilla, las gorditas de maíz quebrado, la leche bronca de un pequeño establo junto al río El Pueblito y la confianza de las personas: «No se preocupe. Llévese la paleta y me la paga después en una vuelta», me dijo una tarde el muchacho de la nevería que está junto al Santuario de la Virgen del Pueblito, luego de que quise pagar con un billete diez veces mayor al valor del producto. No tenía cambio. Nunca nos habíamos visto. A la semana siguiente volví para saldar mi deuda. 


Ante esta ceguera de taller que aparece al pasearse tantas veces por los mismos lugares, fue que decidí fiarme de los ojos de Rodrigo González, del sitio web rodsprivatetours.com, para orientarme en el antiguamente llamado «pueblo de indios de San Francisco Galileo», también conocido por los otomíes como Anbanica, y Teocalhueyacan por los mexicas.

 

 

Segunda (mala) decisión

 

Iniciar el circuito en el Mercado Gastronómico, en la Plaza Gran Cué. Quiero comer y beber ligero. La tarde seleccionada es apacible. Tiene como testigos a El Buey Monumental, con sus cuatro toneladas de acero al carbón y, más allá, a la pirámide de El Cerrito. Los modernos puestecitos del mercado venden comida muy sofisticada: carnitas de atún, tacos de pescado, edamames con frijol de soya, kushiagues, pasta wonton, yakisoba, niguiris, paella, chuletillas de cordero, chorizo a la sidra, mejillones tigre, pizzas napolitanas, ensalada primavera, pasta fresca artesanal, entre otras. Al lado de todo esto, el té de olla, el matcha y el cold brew de la cafetería lucen muy ordinarios, como ordinarios son los chicharrones de harina que ofrecen de botana mientras uno degusta con elegancia una cervecita artesanal en el local superior: IPA, pils, kölsch, amber ale, lager o stout. Ordeno una cerveza. Luego otra. Al final quizá son cuatro o cinco. Ya no hay ánimo para seguir caminando como no sea de vuelta a casa. Mientras me alejo, la colosal bestia de siete metros de largo por cuatro de alto, hechura de la escultora Angella Holguin, me mira como buscando recordarme que ocupa ese lugar para simbolizar el sacrificio al que los de su especie se entregan cada año, como alimento a los pobladores durante las fiestas de la Virgen del Pueblito, luego de un ritual que se conoce como el Paseo del Buey.

 

 

Tercera decisión 

 

Es domingo. Son casi las diez de la mañana. Salgo de casa a cumplir, ahora sí, el autodenominado circuito «Corregidora en un Día». Me dirijo a Schoenstatt. Subo por el Camino a los Olvera, misma ruta por la que bajaré para continuar derecho por Josefa Ortiz de Domínguez hasta llegar al corazón de El Pueblito. Rodrigo González suele iniciar sus recorridos desde la Plaza Gran Cué, pero ya vimos lo que pasó. Así que llego temprano al Santuario de la Madre, Reina y Victoriosa Tres Veces Admirable de Schoenstatt. Es un lugar de adoración que abre todos los días, de ocho a ocho. Recibe peregrinaciones de todo el país. Tiene librería, cafetería, un jardín de cactáceas y, desde luego, su pequeño Santuario dedicado a la Virgen, construido a imagen y semejanza de uno que se encuentra en Schönstatt, Alemania (de ahí el nombre: algo así como «lugar hermoso» en alemán). Sobre la enorme explanada en que se localiza, el Santuario parece una de esas casitas con techo de dos aguas que se colocan en el Nacimiento. 

 

 

Cuarta decisión 

 

Pasear por el centro de El Pueblito, visitar el Museo Anbanica de Historia (Musah) y entrar a la parroquia de San Francisco Galileo. Pero antes hay que ir a Casa de Doña Naty a almorzar. Solo abre los domingos y son las once de la mañana. Buena hora todavía para comer una limpia y deliciosa pancita. Avanzo por el callejón Francisco I. Madero, a un costado del que fuera el Palacio Municipal, y pido un plato grande. Salgo de ahí para comprar miel con don Adán Montero, un apicultor de Apaseo el Alto, Guanajuato, que vende bajo los portales desde hace casi diez años. Camino unos pasos y ahora me detengo con Mary Orduña. Ella vende camotes horneados y cocidos. Los hay con azúcar y piloncillo, pero le compro el que es puro camote cobijado por cuatro días (lavado, expuesto al sol y tapado en la noche), cocido en horno de piedra. Una tradición familiar que se remonta a 1910. Un par de metros después está el Musah, donde fueran las oficinas de la Presidencia Municipal de Corregidora. Lo que llama la atención de la mayoría de sus visitantes son los fósiles de mamut hallados en 2002 en Corregidora. Al salir tengo frente a mí el jardín central. Veo los puestos con verduras y hortalizas frescas, los carritos de comida y la parroquia de San Francisco Galileo. Hay misa. Me abstengo de entrar.

 

 

Quinta decisión 

 

Visitar el enorme árbol que está frente a la entrada lateral del Santuario de la Virgen del Pueblito y sentarme bajo su sombra que cubre un lado y otro de la calle Pedro Urtiaga, desde el acceso al Santuario hasta la Casa de las Artesanías. Por cierto, fue el general Urtiaga quien financió, según se dice, la construcción de este centro de adoración, inaugurado el 5 de febrero de 1736. Pospongo por enésima vez una visita al Museo Comunitario Severiano Hernández y, antes de dirigirme a la pirámide de El Cerrito, voy a conocer Xata (en Fray Sebastián Gallegos 67 C), un huerto en el que se producen y venden alimentos naturales, agroecológicos y orgánicos. Solo abre de lunes a viernes. Por eso busqué antes a Mónica Maldonado, su fundadora, una horticultora ambiental egresada de la UAQ. El sitio es un oasis verde en medio de los fraccionamientos que poco a poco han ido devorando a El Pueblito. Es posible programar con ella una visita y tener un recorrido explicativo y de degustación. Mónica representa a la generación más joven de una familia ancestral de agricultores de El Pueblito.

 

 

Sexta decisión 

 

Por fin llego a la Zona Arqueológica El Cerrito. Son las tres y media y falta una hora para que cierre. Quiero llegar pronto al pie de la pirámide. O eso creo. Porque me voy entreteniendo por el camino mirando los capulines silvestres, los magueyes, los garambullos, los nopales, los tepeguajes, los mezquites, las chollas, los palos bobos y los xixiotes que pueblan el sitio. Al estar cara a cara con la pirámide, es imposible no acordarme de aquella cháchara que un historiador del INAH me dijo hace varios años: «Esa pirámide se la inventaron». Y no es que no hubiera estado nunca ahí, sino que la configuración que hoy observamos quizá solo asemeja en parte a la que antes existió. Esto resuena con lo que el jurista Juan Ricardo Jiménez Gómez apunta en su libro sobre la Villa de Santa María del Pueblito: «Cuando cursaba el tercer año de instrucción primaria, la profesora nos llevó de paseo el Día del Niño a El Pueblito; subimos a la pirámide, que aún conservaba en pie y definidos sus tableros, taludes y escalinatas del lado oriental, pero en mi recuerdo no se asemeja mucho a lo que actualmente se ha reconstruido». Pero ¿qué más da? ¿No decía acaso William James que la única verdad posible es la que surge durante el desarrollo de una actividad concreta? Como la de reconstruir una pirámide levantada entre los años 400 y 650 d. de C. Con esto en mente me dirijo a cerrar el circuito «Corregidora en un Día». Ya no hay que subir, bajar, volver a subir y bajar de nuevo. Ahora todo consiste en movernos horizontalmente por el Camino al Cerrito hacia el Mercado Gastronómico. Los chicharrones de harina no pueden esperar.

 

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