LIBRERÍAS, ¿Cuántas y por qué tan pocas?

En CULTURA

Por: Jaime He

 

Hace unos meses me topé con un artículo en donde el redactor, anónimo, presumía que Querétaro era una de las ciudades con mayor número de librerías en proporción a su población: treinta y cuatro. Seguí leyendo solo para descubrir su verdad a medias, su mentira velada. El autor de la nota (asumo que es un ser humano y no ChatGPT, aunque ya se filtró la duda) no aclaró la susodicha estadística sino hasta el final del texto.

 

 

 

 

La engañosa sumatoria ponía en el mismo costal a las librerías de cadena, independientes y las de viejo, junto con las librerías educativas, las librerías bazar, las librerías médicas, las librerías jurídicas y las cuantiosas (¿excesivas?) librerías católicas y cristianas. Como diría Carlos Villagrán: «¡Uy, así que chiste!». Días después, me encontré leyendo La invención de un lector, de Cecilia Fanti. En su libro, la escritora y librera argentina narra las peripecias que vivió luego de renunciar a su cómodo trabajo en el área de marketing de una editorial multinacional para aventurarse en el quijotesco proyecto de montar su propia librería, Céspedes, en Buenos Aires.

 

Uso el adjetivo quijotesco deliberadamente porque la capital argentina, con sus más de tres millones cien mil habitantes (de acuerdo al censo de 2022) es la ciudad con más librerías en el continente americano, ostentando un promedio de veinticinco locales por cada cien mil porteños. Si esta cifra no le hace alzar las cejas al inmutable lector, me permito compartir otro dato — resultado de una rápida búsqueda en internet y una sencilla regla de tres—: en la CDMX, con sus más de nueve millones de habitantes, existe un promedio de 22.5 tiendas Oxxo por cada cien mil defeños; así entonces, no es mentira decir que, proporcionalmente, hay más librerías en Baires que Oxxos en el Deefe.

 

 

 

 

La resistencia: librerías independientes en Querétaro

 

 

El artículo del redactor anónimo, La invención de un lector y el hecho circunstancial de no vivir en Buenos Aires, ni en CDMX, sino en Querétaro, me dejó pensando un largo rato, haciéndome estas y otras preguntas: ¿Qué se necesita para que nuestras expediciones librescas se multipliquen en Querétaro? ¿Por qué razón, o razones, no le parece atractivo visitar una librería a un no lector, es decir, a un lector en potencia? ¿Por qué tenemos que vender café, tés y tisanas —tampoco es queja— para seducir, mediante el estómago o la sillita cómoda, a un visitante incauto?  ¿El libro, como producto cultural de consumo, no es lo suficientemente atractivo por sí mismo?

 

Muchas de las respuestas a estas preguntas las ha venido ofreciendo —con el mero hecho de existir— la resistencia, es decir, los proyectos culturales independientes del mundo del libro, que, contra la precariedad y hasta cierta indiferencia, siguen con las puertas bien abiertas. Sin poder competir de tú a tú con las librerías de cadena —con su volúmen de compra, con las deferencias que algunas de las grandes editoriales tienen exclusivamente hacia ellas—, estos proyectos han aprendido a comunicarse con su público específico de formas particulares, creativas y eficientes.

 

 

 

 

El Cuervo de Poe, por ejemplo, apostó por la especialización de su oferta libresca, enfocándose en libros de terror y ciencia ficción, además de ofrecer otras novedades y hasta una sección de editoriales independientes locales. Ubicada en el número 42 de la calle Ezequiel Montes, entre Hidalgo y Balvanera, cualquier lector de Lovecraft, de E. T. A. Hoffmann, de Frank Herbert o de Ursula K. Le Guin la pasará de lo lindo.

 

El exquisito catálogo de La Pessoa, su ambiente acogedor y su amplia y muy diversa agenda de talleres, conversatorios y eventos culturales en torno a la literatura han convertido a esta cafebrería, ubicada en Hidalgo, a pocos metros del cruce con avenida Tecnológico, en uno de los sitios preferidos por los lectores en general, y por la comunidad universitaria en particular. En su estacionamiento, han presentado sus libros autores como Juan Pablo Villalobos, Daniela Rea e Isabel Zapata, entre muchos otros.

 

 

 

 

En el caso de Punto y Coma, una librería en el número 43-7 de avenida Industrialización, en la colonia Álamos, tanto el diseño del espacio como la exhibición de los libros ha sido un atractivo fundamental para el furtivo lector que la visita. En su íntima atmósfera se llevan a cabo dinámicas y experiencias en torno al libro, como presentaciones y clubes de lectura, tramando una red de conocimiento colaborativo. Caso similar es el de Submarino, la pequeña pero indómita librería localizada al interior de la Casa de la Contracultura, uno de los escasos centros culturales alternativos de la ciudad, situado en el número 69 de Morelos, en el Centro Histórico.

 

Sobre esa misma calle, pero cuatro cuadras más al oriente, se encuentra El Alquimista, el, pongámosle, restaurante bufet predilecto para cualquier bibliófago. En sus mesas y estanterías, estas últimas de piso a techo, se encuentran un sinfín de libros, tanto nuevos, seminuevos o «de viejo» en liquidación. Este local, amigable con la cartera, «regala» verdaderas joyas a aquel que, con tiempo y paciencia, sepa buscar entre los más de diez mil ejemplares que se encuentran a la venta.

 

 

 

 

La librería Candiles, por su parte, tuvo el buen tino de asentarse ahí donde los libros escaseaban, descentralizando la oferta para llevarla al sur de la ciudad, hasta la calle Antonio Pérez Alcocer 746, en la colonia que lleva el nombre. Así mismo, El Faro de Alejandría hace lo propio, pero en el otro extremo de la ciudad, ofreciendo desde hace varios lustros —primero en Álamos, luego en Plaza Boulevares y ahora en el 2998 del bulevar Villas del Mesón, en Juriquilla, en la Plaza Cuatro Elementos— quizá uno de los catálogos mejor curados que cualquier lector haya podido disfrutar en Querétaro.

 

La Sensacional, finalmente, ccon su singular proyecto semanal —solo abre los sábados, de doce a seis de la tarde—, busca operar no tanto como una librería, sino como una distribuidora de publicaciones de editoriales independientes, locales, nacionales e internacionales, despachando fanzines, literatura underground y obra gráfica desde un antiguo puesto de periódicos, emplazado en la esquina de Ezequiel Montes con Madero. A su manera, cada uno de estos proyectos ha encontrado nuevas formas de adaptarse al mercado, demostrando una increíble capacidad de resistencia, maleabilidad y resiliencia.

 

 

 

 

Reimaginar el futuro de las librerías

 

 

Hace unos años, promotores de lectura estadounidenses llevaron a cabo un ciclo de conferencias que titularon Reimagining Bookstores. El tema principal, junto a otros satélites, era conversar sobre distintos aspectos en torno al auge y la promoción de las librerías independientes como centros culturales comunitarios. El evento pronto derivó en movimiento, inspirando a diversos figurantes a tomar acciones. El Colectivo Emerson, por ejemplo, seleccionó algunas librerías independientes de Nueva Inglaterra, mismas que recibieron subvenciones plurianuales y capacitación en línea.

 

Al tiempo, cooperativas de libreros comenzaron a dar asesoría financiera y operativa de forma gratuita, mientras que otros propietarios otorgaron préstamos sin intereses o con intereses reducidos y a plazos flexibles. Si algo saben los gringos es organizarse. A partir del movimiento Reimagining Bookstores, nuevas iniciativas han surgido de manera orgánica, y las librerías en Nueva Inglaterra se multiplicaron.

 

 

 

 

Yo no lo sé de cierto, pero supongo que las librerías independientes en Querétaro, en todo México, deberán de copiar iniciativas y acciones similares —y algunas, es cierto, ya lo hacen—, es decir, reimaginar su futuro como centros prósperos de ideas y conversaciones, asociarse, apoyarse, asesorarse y articularse para hallar las formas de involucrar a sus comunidades, para conseguir financiación, para adoptar nuevos modelos de negocio, para dejar de ser puntos de venta y proponer experiencias, espacios de refugio, de congregación y de diálogo, asegurando así su permanencia y reproducción.

 

La amenaza de la competencia no está entre ellas, se sabe. O jugamos todos, o se rompe la baraja. «Un libro puede vender mucho, poco o nada», dice Fanti al final de La invención de un lector, «pero nunca va a volverse obsoleto. La literatura nunca pasa de moda, se actualiza en cada nueva recomendación, en cada nuevo lector». La necesidad de conectar, de dialogar y de aglutinar aficiones, intereses, placeres y conocimientos.

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