Antonio Toto Pucheta
En PERFILES
Por: Guillermo Hidalgo
¿En qué pensamos cuando pensamos en un puro? Pensamos en Cuba, en los famosos habanos. Pensamos en el Che Guevara en la Sierra Maestra mirando al horizonte con un tabaco entre sus dedos. Y sin duda, en México, pensaremos en el Profesor Jirafales, cuya caracterización incluía uno. De igual forma, nuestra mente nos llevará a Veracruz, tierra de buen café y buen tabaco —como si Dios les hubiera dado a los jarochos dos elementos casi paradisiacos.
San Andrés Tuxtla, ubicado en la zona sur de aquel estado, poseé una larga historia de agricultura, siendo dos de sus productos principales el azúcar y el tabaco, este último importado en la época colonial desde Cuba. Gracias a las buenas condiciones climáticas de este pequeño pueblo entre montañas, se convirtió en uno de los centros más importantes para la producción de puros en la Nueva España. Dicha producción continuó durante la época independiente y hasta nuestros días de manera ininterrumpida. San Andrés Tuxtla es tradición e historia. Su gente no solo trabaja en el campo: vive para él.
Fue esta tierra fértil, de paisajes verdes y cielos despejados, la que vio nacer al maestro torcedor don Antonio Toto Pucheta, quien amablemente nos recibe en un hermoso taller de la Real Fábrica de Tabaco, en el municipio de Ezequiel Montes. Procede de familia agricultora (todos sembraban tabaco ya por oficio heredado). Lo encontramos con su característico sombrero de palma blanco y ese halo de humo que lo rodea y que siempre parece acompañarlo. Quien entre al taller de inmediato se percatará de ese olor a madera y a especias que ronda en el aire.
Al lado izquierdo del cuarto, descansan las pacas de hojas listas para ser enrolladas, y al centro, Eloy, también originario de Veracruz, enrolla unos puros de formato pequeño, parecidos a cigarrillos. Para llegar a la Real Fábrica de Tabaco desde Querétaro, hay que tomar la carretera a Tequisquiapan. Frente a Freixenet, se encuentra un pequeño letrero que anuncia el nombre de la fábrica. El lugar es bello, incluso se puede rentar para eventos privados: fiestas, bodas, reuniones de trabajo. En el recibidor se encuentra la tienda, la cual abre los viernes, sábados y domingos.
Uno encontrará en la Fábrica una buena guía sobre el tipo de puro que busque. Para un novato, un tabaco suave y de corta duración vendrá bien (unos veinte minutos para entrenar la garganta), es decir, de formato pequeño. Para los conocedores, uno más añejo y de formato más grande, que pueda durar más de una hora. Aquí, en la Real Fábrica de Tabaco no se hacen distinciones: se invitan a los nuevos fumadores y se consiente a los veteranos.
Y, si uno cuenta con suerte, encontrará a don Antonio, quien disfruta de charlar y compartir sus anécdotas con los demás, ni qué decir de la generosidad que lo caracteriza al no guardarse sus conocimientos. Porque el compartir lo que uno ama es también parte del goce. Don Antonio, ya de niño, acompañaba a sus padres al campo. Allí creció, jugó, conoció la tierra y convivió con la planta de tabaco desde entonces: se familiarizó con sus propiedades y cuidados. A los diecisiete años, comenzó a trabajar como torcedor, a la vez que se iniciaba en el deleite de los puros.
No solo se propuso ser experto en cada uno de los procesos que conlleva la elaboración de un buen tabaco, sino que también forjó un paladar refinado, que hoy por hoy lo ayuda a ofrecer la mayor calidad en cada uno de los puros que elaboran él y su familia a mano. Porque en el taller también colaboran su hija y su esposa, a quien conoció gracias al tabaco. Fue en Toluca, capital mexiquense, donde prestaba sus servicios para la elaboración de puros en una fábrica, ya que conoce todo el proceso: la siembra, la preparación de la planta, el horneado, el marinado, la vestimenta, y, por supuesto, la presentación, la venta y distribución de los productos.
Hoy dirige a un equipo de doce torcedores experimentados —todos oriundos de Veracruz— en la Real Fábrica de Tabaco. A don Antonio no le es del todo grato hablar de máquinas, él prefiere lo que los siglos le enseñaron a su familia, de lo que él mismo es heredero: el contacto de la piel con la hoja amarronada, que el olor del marinado se impregne en los dedos a la hora de enrollar el amasijo de hierbas. Para él, el contacto humano desde la elaboración es fundamental. También el gusto de tomarse un respiro en medio de la jornada: no le negará a nadie una copa, un puro y una buena charla.
Quien quiera, recalca, puede acercarse al taller de la Real Fábrica, preguntar por él, y, si se está en un día de suerte, pasar unos minutos y conversar con el maestro. Don Antonio hace alarde de su experiencia: tan solo 45 segundos le toma pesar de pulso (sin necesidad de báscula, ya que su mano sabe detectar de forma precisa el gramaje) los cinco gramos necesarios de tabaco, compactarlos y enrollarlos en una hoja que, nos muestra, está ya fermentado con algo de brandy, para otorgarle un toque especial a quien se anime a calarlo.
Cuenta que desde joven fuma alrededor de tres puros al día (los tres de formato grande y de larga duración), y su esposa, la encargada de empaquetarlos en pequeñas bolsitas de estraza o en cajas de madera, según sean los requerimientos, lo rectifica entre risas. ¿Será por eso que don Antonio tiene un carácter tan amable y relajado? Una cosa sí recalca: los martes, casi de forma religiosa, descansa de fumar. Y es que para él el acto de fumar es un deleite, porque ¿a qué se vino al mundo si no a pasarla bien?
Disfruta acompañarlo con café, con un chocolate o con un caballito de mezcal, aunque también recomienda tomar una cerveza oscura o una copa de vino, o incluso solo, para identificar los sabores que se esconden detrás de la ceniza sin ningún tipo de contaminación. Para empezar el día, después del desayuno, don Antonio gusta de un tabaco suave, una mezcla que él mismo elaboró. La historia es por demás interesante, y es una muestra de la fertilidad de nuestro estado. Don Antonio llegó a Querétaro hace nueve años.
Montó su primer taller cerca de Mompaní, posteriormente, se mudó a Ezequiel Montes, donde ahora vive y trabaja. Allí tuvo la intuición de que, si la tierra queretana da viñedos, quizá podría dar tabaco. Así que probó suerte y sembró. El primer resultado no fue satisfactorio; sin embargo, probó mezclar el nuevo tabaco queretano con el de su natal San Andrés. El resultado lo dejó sorprendido: la combinación fue casi perfecta, otorgando un puro suave, con toques a pimienta y clavo, al que nombró Peña Blanca. El Peña Blanca es perfecto para quien se inicia.
Se lleva bien con una cerveza oscura, incluso resulta curioso experimentar cómo esas notas a clavo hacen que el sabor amargo se torne un poco dulce. Dicha mezcla, de propia invención, es la que él mismo disfruta por las mañanas. El puro Peña Blanca se convirtió en el más vendido de la Fábrica y se presenta en diferentes formatos. Es el consentido, el que se llevan los turistas y el que más se comercializa en todo Querétaro: en los supermercados, en las tiendas de tabaco, en las tiendas departamentales. La creatividad de don Antonio está presente en todos estos lugares.
Don Antonio diferencia al cigarro del puro. Mientras uno es un vicio, afirma, el otro es un placer, una pasión. Y dicha pasión la transmite en cada uno de sus puros, los cuales son casi una pieza de artesanía. Su producto, por supuesto, no tiene ningún tipo de químicos agregados. Todo es natural. Para él, trabajar el tabaco es compartir parte de su vida y de su persona. Al tiempo que hace muestra de la técnica que ha perfeccionado a lo largo de más de cinco décadas, coloca sus herramientas de trabajo sobre una pequeña mesita y se toma el tiempo para dar una calada profunda.
Explica cómo identificar la calidad: en primera instancia, que el humo no apeste. Presume que los puros que él elabora tienen notas amaderadas, y, mientras más se consume, toma cierto sabor a pimienta que pica un poquito en los labios. Y es verdad, lo que hace que en la boca quede un ligero toque dulce. Otro rasgo de calidad es la ceniza, la cual debe ser blanca y permanecer fija unos cuantos centímetros, sin caerse. Un puro, apunta don Antonio, puede apagarse varias veces durante una sesión, pero siempre debe fumarse «de una sentada» para que no pierda sus propiedades.
Un puro que se apaga y se deja a la mitad varios días se reseca, pierde humedad y sabores. Al despedirse, don Antonio siempre recalca una y otra vez lo que para él es importante, lo que mantiene viva a la Real Fábrica: «Todo esto es gracias a la pasión y el amor que le tengo al tabaco».