Terrazas en el valle
En TURISMO
En Querétaro, pese a no ser sitios predominantes, existen varios andadores que acogen las terrazas. A veces imagino cómo se verían bares debajo de la arcada de, por ejemplo, la pla zuela Mariano de las Casas o el andador Progreso, cediendo su carácter pedestre a los aperitivos, y pienso entonces en qué nuevos paisajes urbanos aguardan a quienes vivan o paseen por estas calles dentro de unos años, recordando que en algunos casos los andadores estaban desiertos hasta hace poco, iluminados por la ambarina luz distintiva del Centro Histórico de la ciudad Querétaro.
Tal es el caso del andador Matamoros —además del referido Libertad— localizado a espaldas del Teatro de la Ciudad y la Cineteca Rosalío Solano. En la última década, ha recobrado una vida que no tenía; en él el silencio —y el rumor del llanto de un fantasma— cedió al sonido de las conversaciones de las personas que se reúnen en las mesas, en las que existe una variada oferta gastronómica. A unos pasos de la Fuente de Matamoros —réplica de la localizada al interior del número 16 de la calle Ignacio Allende, antiguamente llamada calle del Desdén, un edificio del siglo XVIII construido por Mariano de las Casas—, puede uno convivir en El Rinconcito con el vientecillo del Verano dándole en la cara mientras pide una cerveza o coctel acompañado de algún platillo de cocina típica de cantina; La Celestina, en el lado opuesto del andador, bajo el lema de «buen comer y buen beber, siempre», ofrece aros de calamar, camarones al ajillo, ceviches de pescado o camarón y bocatas de picaña o pitas de arrachera, entre otros; o bien, probar las pizzas
del Jaguar Azul o los carpaccios, risottos y demás platillos de la cocina italiana de la Trattoria Da Pulcinella. Las horas que uno pase en el andador aseguran encuentros con los artistas y turistas que pasean por esa zona del centro: los espectadores que salen de ver una película en la cineteca o una obra de teatro y deciden detenerse a tomar algo mientras ponen sobre la mesa sus argumentos
para decir «esto me gustó, esto no», los bailarines o actores que van apurados para su presentación en el Museo de la Ciudad o, en septiembre, a los autores del Hay Festival que al terminar una firma de autógrafos deciden sentarse en las mesas del andador para ponerse al día con otros autores.
Fuera de la ciudad de Querétaro, en el municipio de Tequisquiapan, las terrazas se cuelan como descanso de las estrechas calles del centro. Sucede con la callejuela 20 de Noviembre, donde se localiza el Freixenet Wine Bar, en el cual la tarde transcurre entre descorches de los vinos a precio de bodega y una carta con entradas como aceitunas, patatas bravas o tabla de quesos de la región, así como diversas tapas de jamón serrano, chorizo español a la sidra, pollo alioli o tortilla española. Nada mejor que probarlo con un vino espumoso de la bodega, la variedad más destacada de la región. «La embriaguez no se improvisa», escribió la autora belga Amélie Nothomb, para quien el vino espumoso es uno de los únicos alcoholes «que no suscitan metáforas groseras» —provoca, por el contrario, «que el alma se eleve hacia lo que debió de ser la condición de hidalgo en la época en la que esta hermosa palabra aún tenía sentido, hace que te vuelvas gracioso, ligero y profundo a la vez, desinteresado, exalta el amor y, cuando el amor te abandona, confiere elegancia a la pérdida». Ahora bien, para quien prefiere la levadura y el lúpulo antes que el dorado de las burbujas que ascienden por una copa, hay, unos pasos más adelante, bajo un arco de bugambilias, un restaurante que tiene como pretexto de la reunión una variedad de pizzas y cervezas artesanales e internacionales: Bashir & Co. Ya sea con las burbujas del brut o la espuma de la cerveza, la tarde en Tequisquiapan se puede distender en este pequeño andador y, ya sea con vinos espumosos o vasos cerveceros, conversar con quienes te acompañan, tomando un respiro para continuar con el paseo bajo el particular brillo que provoca en las cosas el fondo de una copa.