Mariana Hartasánchez

En PERFILES

1.

Mariana Hartasánchez Frenk nació en medio de muchas cosas, pero no precisamente del teatro. Al escucharla hablar, pero sobre todo al verla en escena, parece que el teatro es una segunda naturaleza, una especie de herencia proverbial, pero no es así. Los Frenk, familia de músicos y científicos, existen en su educación sentimental solo como contexto, casi como curiosidad. Fue su abuela materna la que la introdujo al teatro. «Me crie con ella y me llevó a muchas obras, y de pronto dije: eso quiero. Tengo un recuerdo así, de pronto, de la noche a la mañana: eso quiero, nada más. A los once años, más o menos. Eso.

2.

Estamos sentados en Maco Café. Frente a mí, espigada, articulada e histriónica, llena de una energía mental hiperactiva y traviesa como una especie de Quijota irónica, Mariana Hartasánchez conversa con candidez. Hablamos de sus obras, sus maestros, los recuerdos, la (literal) carrera del teatro, y de Querétaro frente a su lugar de nacimiento, la capital.

 

—Aunque estoy relativamente enamorada de la Ciudad de México, llegó un momento en que era avasallante. Dije: voy a hacer teatro donde sea, pero eso era demasiada ciudad para mí.

—¿Cómo ha afectado Querétaro tu obra?

—Me encanta la idea de las ciudades pequeñas y lo que te dan para los personajes, cómo se conocen, la vecindad, la intimidad que te ofrecen. En mis obras me imagino mucho las calles adoquinadas siempre, los edificios viejos, los campanarios, todo.

—¿No extrañas la Ciudad de México?

—Ya me queretanicé, en el mejor de los sentidos. Me gusta mucho Querétaro. El Museo de la Ciudad es muy importante obviamente, creo que si no existiera el Museo no sería tal la pasión que siento por esta ciudad. Para mí en gran medida Querétaro es el Museo de la Ciudad.

 

3.

Cuando le pregunto cuáles son los temas de su obra, contesta sin dudarlo:

—La guerra y la locura. Mi abuela llegó en 1930 de Hamburgo, así que la ascendencia europea para mí... por un lado están los españoles, por otro los judíos alemanes... El exilio y la guerra son muy importantes. Y obviamente la mamá y el papá. Mi madre ha sido mi sujeto de estudio. Me gusta mucho trabajar sobre los linderos, atravesar los márgenes. Siento que la guerra siempre está presente de una u otra manera, nos hemos acostumbrado a periodos aparentemente más pacíficos, pero eso es porque las geografías están más acotadas. La guerra siempre está presente.

—¿Cuál es tu mejor obra?

Se ríe.

—¡Una las quiere a todas! Por lo que me costaron tal vez, o por lo duro que fue para mí escribirlas, dos de las que más me han revelado cosas han sido La mano del mago (o Un banjo y dos muertos) y El ultimo libro de los hermanos Salmón, que fueron dos obras muy decisivas. También La graciosa comitiva del Leteo, que fue la primera obra que me permitió hablar sobre mi madre más fuertemente, porque mi madre es personaje en todas mis obras: el asunto de la madre avasallante, de la madre loca, de la madre tierra, y sobre todo con la obsesión que tengo con la figura femenina como la bruja, la santa y la loca.

 

4.

Además de la guerra, el exilio y la locura (especialmente la locura), la obra de Mariana Hartasánchez tiene muchos otros rasgos definitorios, algunos de los cuales son casi únicos en el panorama de la dramaturgia nacional. La tensión entre seriedad y trivialidad. El estilo pendulante entre el realismo y la excentricidad. Los impulsos verbales cimentados en la forma, en el ritmo, en la búsqueda de las palabras más hermosas, acompañado de una adjetivación suntuosa, aunque nunca excesiva (y eso, cualquier escritor lo sabe, es una proeza), de retruécanos e hipérboles y sinécdoques y de inteligentísimos juegos de palabras: casi un barroco contemporáneo, un barroco simple y elegante. El humor penetrante y a la vez inocente que, incluso cuando su objeto es «soez», le da a su obra siempre un parentesco con el absurdo. Los entramados dramáticos perfectos. La sonoridad musical, los idiolectos vivísimos. Las premisas enloquecidas. Y, siempre, la voluntad de ingenio. Pero es, sobre todo, un estilo radicalmente distinto al de todos sus contemporáneos. El nacimiento de Mariana como dramaturga en 2004, ya en Querétaro, con Dro-dro-drol, coincidió geográficamente con el nacimiento de la Muestra Nacional de la Joven Dramaturgia, impulsada por los jóvenes Legom y Chías, que a su vez trajo consigo la institucionalización de un nuevo estilo dramatúrgico que marcaría profundamente la escritura teatral hasta nuestros días: la narraturgia. Los premios de Legom, la relevancia internacional de Chías, así como la formación de nuevos escritores como Enrique Olmos de Ita, Luis Santillán y, finalmente, Alejandro Ricaño, que alborotó el teatro, mexicano desde sus (débiles) cimientos con un estilo luminoso, claro, superficial y divertido, pero sobre todo fácil de asimilar para los escritores posteriores, significaron junto con la Joven Dramaturgia una escuela generalizada, un estilo fosilizado que siguió toda una generación, la mía, como un credo indubitable. Mariana se encontraría en los linderos de todo esto.

 

 —Lo que pasó es que esta oleada mexicana empezó a olvidar cuáles eran los parámetros principales a los que tenía que ceñirse el teatro. La cuestión de la acción dramática, y simple y sencillamente la justificación del personaje en el aquí y el ahora, se fueron diluyendo y se volvió mucho más sencillo para muchos dramaturgos escribir cuentos mal escritos. Eso fue lo que empezó a pasar: un personaje que está pensando se pone en perspectiva a sí mismo y se burla de sí mismo y eso siempre es efectivo, pero no necesariamente compone una estructura dramática sólida. Todo el asunto de la polifonía, de la división compleja de los personajes, de la búsqueda de la psique particularizada de cada una de las voces se fue perdiendo. El sentido del conflicto, la relación con el espacio, la poética del tiempo, las estructuras de segmentación por escenas: muchísimas de las consignas fueron traicionadas en aras de escribir por una moda que no se entendía a profundidad.

 

5.

Cuando le pregunto si las dos carreras que estudió —Literatura Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras y Actuación en el Centro Universitario de Teatro (CUT), ambas de la UNAM— fueron decisivas para su profesión, se queda pensativa. 

 

—El CUT fue decisivo. Las dos carreras, sobre todo por maestros increíbles. Tuve uno que murió hace no mucho. Se llamaba Federico Álvarez Arregui, un español maravilloso que llegó también por la Guerra Civil. Con él fue un semestre completo para leer «El perseguidor », de Julio Cortázar, y ahí aprendí todo lo que amo de la crítica literaria: cómo desgarrar un texto hacia el máximo, toda la parte de lo apolíneo y lo dionisiaco. Mucho de lo que escribo, como escribe teatro, se lo debo a Cortázar y a Federico Álvarez Arregui. Y en el CUT, Mauricio García Lozano me cambió la vida. En ese entonces él dirigió La Capitana Gazpacho, de Gerardo Mancebo, y dije: se puede escribir así, haciendo locura y media y rompiendo las convenciones, metiendo filosofía y disertaciones juguetonas, y la comicidad. Muchísimas cosas no las hubiera conocido si no hubiera sido por esas personas maravillosas.

 

6.

Los últimos años han traído el éxito para Mariana Hartasánchez. El tiempo ha acrecentado la calidad de sus mejores obras: su solidez formal, la originalidad estilística y la enorme vida que habita dentro de ellas; forma parte del Sistema Nacional de Creadores; fue la primera directora y dramaturga del Carro de Comedias (el mítico Proyecto de teatro de calle de la UNAM); ha ganado numerosos premios; y es considerada como una voz activa y lúcida dentro de la comunidad teatral nacional. El último libro de los hermanos Salmón será una de las obras que quedarán grabadas en la historia del teatro y la literature en México. Amplia en sus ambiciones y compleja en sus argumentos, decanta con elegancia aguda la forma y el fondo de su obra completa. Como dice el acta del jurado del Premio Nacional Manuel Herrera de Dramaturgia, que ganó en 2014, se le otorgó «por la originalidad del tema, la loca, intrincada pero bien resuelta construcción dramática. Por el uso de un lenguaje muy elaborado, por la creación de personajes insólitos pero verosímiles, por el imaginario que partiendo de la realidad crea un universo propio. En suma, por ser un artefacto artístico de primer orden». Y esta valoración podría aplicarse con toda precisión al mejor teatro escrito por Mariana como un credo, como una declaración de principios.

 

7.

«Lo bonito del teatro es que los referentes no los hace uno solo, sino que es la vida de los otros la que te enriquece.» Insiste en la colectividad, tanto de la creación como de la exhibición del teatro, pero también sobre la encrucijada actual. «Vivimos en la actualidad un cataclismo del lenguaje, que se vuelve cada vez más básico y primitivo»,escribió hace unos años. «La recuperación de la palabra me parece indispensable. Echar mano de un léxico amplio, jugar con truculencias retóricas, usar el doble sentido, posibilitan que el espíritu lúdico, intelectual y estético resurja. Mientras más palabras se tengan, más se puede hablar de todo y más sonoro será el mensaje. La palabra es fondo y forma, ejercitarse en su uso es un placer. Tal vez en el teatro de hoy, poco a poco, sea necesario volvernos a acostumbrar a la palabra, que alguna vez tuvo la supremacía y que empezó a vaciarse de sentido, a usarse a veces como ruido.»

—¿El teatro sirve para algo?

Lo piensa mucho tiempo, y en medio de su respuesta, larga y reflexionada, se asoma una frase:

—Creo que sí, que sí hay un sentido para la existencia es la communion que se da en estos espacios mágicos que solamente el arte puede proporcionar. Sea un número reducido o un número nutrido, en el teatro se da el encuentro con esas personas a las que no vas a conocer afuera, pero que te van a tocar el alma por estar ahí. Si eso no sucede, para qué.

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