Orlando Scheker

En PERFILES

Por: Rocío G. Benítez

 

 

Sobre el escritorio de Orlando hay varios papeles perfectamente ordenados, son documentos del colegio de danza que dirige desde 1990. Suena el teléfono de vez en cuando. Se acercan a su oficina para preguntar por él. Hay muchos pendientes, aunque su prioridad es sacar «del hoyo» en el que se encuentra el Centro Nacional de Danza Contemporánea (Cenadac) desde hace varios años. «No debería de estar dando entrevistas», dice. Pero accede. Y, más que una entrevista, acepta ir a un viaje al pasado, muy lejos de Querétaro, para conocer la historia de sus primeros pasos de baile, su acercamiento a la arquitectura y cómo fue que finalmente dejó esa profesión por la danza.

 

 

 

Migrar es algo familiar

 

 

 

El viaje inicia en San Francisco de Macorís, República Dominicana; ahí nació Orlando de Jesús Scheker Román, el segundo hijo de Alfredo María Scheker y Mireya del Socorro Román. Un problema financiero obligó a la familia a irse a Santo Domingo, llamada en ese entonces Ciudad Trujillo; eran tiempos de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Antes de avanzar en la historia, es necesario volver al pasado, más allá del nacimiento del mismo Orlando y su padre, para conocer por qué el migrar en Orlando es algo familiar.

 

 

El abuelo paterno de Orlando era árabe y, junto con dos primos, llegó a Santo Domingo, ahí conoció a una dominicana y comenzó la historia de los Scheker en esa tierra. —Los Scheker vienen de una familia de judíos conversos de los cerros del Líbano, y una parte migró de Alemania. Tengo entendido que la pronunciación es «Schaker». Hasta donde sé, mi abuelo estuvo en un monasterio en Francia y dejó de ser cura para emigrar a la Dominicana. Todos los Scheker de la Dominicana somos de la misma raíz. El gusto por el baile es herencia de su país. «El dominicano es muy buen bailarín.» Hasta en las fiestas de cumpleaños los padres animaban a los niños a bailar.

 

 

 

 

Orlando confiesa que desde chamaco bailaba muy bien merengue y salsa. «Lo disfrutaba mucho.» Las comparsas del carnaval es un recuerdo que enmarca como sus «primeros pininos de bailar frente a un público». La idea del baile como arte, para Orlando, no nace en la Dominicana. ¿Por qué? —El que elige las artes tiene que formarse en otra cosa. Hace su arte un hobby, no su profesión. Mi decisión de bailar nace en México, porque en la Dominicana no había posibilidad de desarrollarme como bailarín, por eso decidí dedicarme a la arquitectura, eso es lo que me trae a México.

 

 

Antes de la arquitectura, en la mente de Orlando existía otro deseo. «Me gustaba la decoración de interiores, pero no era bien visto en un hombre, era terrible en esos tiempos.» Su madre le aconsejó estudiar arquitectura y la idea le gustó. Ingresó a la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y con orgullo refiere que es la primera universidad de América. Pero la universidad tenía problemas políticos, «había muchos cabezas calientes, gestaban manifestaciones y cerraban la universidad, eso implicaba un paro de días, a veces de semanas, meses». Tras cursar el preuniversitario, que duraba un año, ingresó al primer semestre, y ya habían pasado tres años, a causa de los paros. «Hablé con mi padre y le pregunté si estaba dispuesto a pagar estudios en el extranjero. Aceptó.»

 

 

Tenía tres posibilidades: México, Brasil e Italia. A México llegó porque escribió a la Escuela Nacional de Arquitectura para pedir información del plan de estudios, y le contestaron. «Tengo guardada la carta, como un recuerdo muy grato.» Por su buena formación en dibujo técnico comenzó a trabajar, a la par de estudiar, en un importante despacho de la Ciudad de México. Nunca me identifiqué, sentía que no era mi lugar. Tenía todas las herramientas para terminar mi carrera y seguir ahí. Pero no. El deseo de migrar a la danza comenzó a crecer y decidió formarse como bailarín. «Dije, si no la hago como bailarín, me dedico al teatro, ahí no hay problema por la edad, porque yo no era joven, tenía 23 años.»

 

 

 

 

Por la mañana, arquitectura, y por la tarde, danza

 

 

 

Para estudiar danza no fue muy lejos. El Taller Coreográfico de la UNAM, que dirigía Gloria Contreras, daba funciones en el entonces Teatro Carlos Lazo, ubicado en las mismas instalaciones de la Facultad de Arquitectura. —Era muy fácil escaparme de clase para ir a ver danza, no tenía ni que salir del edificio. Es como si lo hubieran puesto ahí para mí. Al final de una función se anunció que el taller de iniciación estaba abierto a los universitarios. «Me lo pusieron en bandeja de plata. Me armé de valor, me inscribí al taller y empecé a tomar ballet.»

 

 

Después entró al Centro Superior de Coreografía (Cesuco) con Lin Durán, en un programa de formación por la noche; y al año le dieron una beca. «Había mucho presupuesto para la danza en esos años.» Ahí, el bailarín y coreógrafo Jaime Blanc, que falleció el año pasado, le dio introducción a la técnica Graham. El nombre de Jaime se repite en varias ocasiones en la historia de Orlando, como un mensajero de gratas noticias. Por la mañana Orlando estudiaba arquitectura y danza en la tarde noche.

 

 

 

 

«Salía a las diez, iba a mi casa y empezaba a hacer las tareas. Era una locura, dormía dos o tres horas, pero no podía dejar la arquitectura, a eso vine a México, en la danza estaba experimentado.» Blanc llegó un día a verlo a clase, para avisarle que el Ballet Nacional de México tendría un grupo de formación por la mañana. «No puedes seguir estudiando arquitectura, tienes que valorarlo, porque puedes hacer una carrera en la danza. Y la decisión la tienes que tomar ya», le dijo Jaime. Esa noche en casa, mientras trabajaba en su proyecto final de arquitectura, tomó la decisión.

 

 

«Apagué la luz del restirador y dije: Adiós a la arquitectura, me voy a dedicar a la danza. Me gusta la arquitectura, pero la danza era lo mío.» Y migró al Ballet Nacional de México. Con sus padres no existió problema. Meses atrás, en un viaje a República Dominicana, le avisó a su padre que quería dedicarse a bailar. Y lo apoyó. «Papá era un ser maravilloso.»

 

 

 

Guillermina Bravo y el Ballet Nacional

 

 

 

 

Estando en el Seminario de Danza Contemporánea del Ballet Nacional de México, un día llegó Guillermina Bravo. Los alumnos sabían, no era sorpresa. Orlando cuenta que siempre se acomodaba al final, pero ese día Jaime cambió sus lugares y lo colocó frente a Guillermina. «Yo era un manojo de nervios. No la conocía en persona, la veía en las escaleras, en los pasillos, y ya.» En la mañana acudía al Ballet Nacional, y por la tarde, al Cesuco. «Todo el día tomando clases. Yo decía, dejé una carrera, no puedo fallar en la danza. Yo, o bailo, o bailo. No me queda de otra.»

 

 

Por un acto de indisciplina le prohibieron tomar clase en el Seminario del Ballet, y decidió dejarlo por completo. Ese día lo recuerda porque además llovía mucho. «Salí de ahí y la lluvia se confundía con mis lágrimas. Sabía lo que perdía. Yo mismo había notado mi crecimiento como bailarín.» Continuó en el Cesuco y nuevamente apareció Jaime, ahora con el mensaje: «Guillermina quiere que entres al Ballet Nacional». «Moría de felicidad», evoca con la misma emoción. Orlando llegó al ensayo y se acercó a Guillermina Bravo. «Ella me dio la bendición y me dijo: “Acomódate”.

 

 

 

 

Ese fue mi segundo encuentro con Guillermina, pero ya como su bailarín». Con Interacción y recomienzo, obra de Guillermina Bravo, fue el estreno de Orlando Scheker en el Ballet Nacional de México, en el Palacio de Bellas Artes. Después llegaron otros montajes para giras internacionales. En los ochenta, el Ballet Nacional se presentó en Querétaro, y, aunque no le tocó bailar ahí, lo tiene presente como su primer acercamiento con la ciudad.

 

 

En 1989 tuvieron una gira internacional; Orlando no los acompañó porque se recuperaba de una hepatitis, y aprovecharon que se quedó en México para encargarle el Colegio de Danza Contemporánea del Ballet Nacional de México. Esa experiencia, que le permitió coordinar maestros y alumnos, lo llevó a postularse en la dirección cuando Guillermina anunció que el puesto estaba vacante. Con un convenio tripartita entre federación, gobierno estatal y Ballet Nacional, el Colegio Nacional de Danza se estableció en Querétaro en 1991, y tuvo a Orlando Shecker como su director. En 2001, Orlando dejó el Ballet Nacional y comenzó a manejarse como bailarín independiente. La razón, explica sin dar más detalles: «Me peleé con Guillermina».

 

 

La vida después  de los escenarios

 

 

 

Con el Ballet Nacional nunca fue a bailar a República Dominicana. «Fuimos hasta Puerto Rico, pero a la Dominicana nunca se pudo, nunca.» Aunque sí lo hizo como bailarín independiente, en el 2008. Cuando dejó de bailar, el director teatral Román García lo invitó a la puesta en escena de El atentado, obra de Jorge Ibargüengoitia, que se presentó en el Teatro del IMSS. «Esa fue mi primera experiencia teatral.» Con la compañía El Ghetto realizó varios montajes, uno de ellos fue Anatomía de la gastritis, que se recuerda en Querétaro por una función que se realizó utilizando un camión de bomberos como escenario.

 

 

 

 

Cine también ha hecho, algunos cortometrajes y otras producciones de las cuales, dice, «Me arrepiento profundamente», y evita mencionar nombres. De regreso al presente, con los múltiples pendientes del colegio, su plan personal a corto plazo es sacar «del hoyo el Centro; ahorita estamos muy mal». El convenio con la federación se interrumpió con el cambio de administraciones, afectando al Centro de Danza. «Pero este año tienen que resolverse muchas cosas, y, si tengo que dejar la dirección, lo haré.» ¿Qué seguirá para Orlando, el artista? «Me retiraré, quiero hacer otras cosas, pero primero dejar el Centro en las mejores condiciones.»

 

 

Migrar de nuevo no está en el futuro, Querétaro es su hogar. —Es la ciudad donde estoy envejeciendo y probablemente aquí muera. ¿No está interesado en escribir sus memorias?, última pregunta. —Sí me ha dicho un amigo que escriba. Tal vez. De hecho, ya he escrito algo.

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