Un cortejo marcado por los golpes de violín

En CULTURA

 

 

No sé tocar instrumento alguno. Y soy tan malo siguiendo cualquier ritmo que hasta mi corazón me tortura con latidos irregulares. Por
eso mejor cuento lo que me dijeron. Para que ustedes canten, para que ustedes toquen, para que ustedes bailen huapango huasteco.

 

Campeón de campeones


Hay en Querétaro un lugar que se llama San Joaquín. Mucha gen- te lo conoce como «la catedral del huapango». Y aunque eso de catedral suena a algo enorme, resulta que San Joaquín es el más pequeñito —en cuanto a superficie y población— de los dieciocho municipios del estado. Por ejem-plo, mientras la capital, Santiago de Querétaro, tiene más de union contar todo lo que me dijeron.

 

¡Me urge! Porque con esta música —solo de oírla— y con este baile —solo de verlo—se siente un hormigueo en todo el cuerpo.
 

Millónes de habitantes, en todo San Joaquín viven de manera habitual unas 8500 personas. Por eso es tan divertido pensar que cada año, y por apenas unos días, San Joaquín incrementa su población en más del diez por ciento, solo considerando a los bailarines de todo el país (y hasta del extranjero) que participan en el Concurso Nacional de Baile de Huapango Huasteco que ahí se organiza desde la década de los setenta, lo que significa que este porcentaje no considera a los posibles acompañantes de cada pareja inscrita, pero tampoco a los músicos, mirones, tragaldabas, chismosos y turistas que llegan en cada ocasión.

 

A principios de los años setenta del siglo pasado, San Joaquín solo tenía un hotel. Pero no necesitaba Grandes Huapangueros (mayores de 50 años). 484 parejas en total. —Hay seis estilos que representan a cada una de las huastecas: hidalguense, poblano, potosino, queretano, tamaulipeco y veracruzano—dice Jesús Novoa Ramírez, Campeón de Campeones del concurso de San Joaquín en 1986, al lado de Nora Nely Ledesma Camacho—. Y en cada estilo hay una pareja finalista. Son estas seis parejas finalistas las que compiten entre sí para obtener el premio de Campeón de Campeones.

 

El jurado califica el vestuario, la coreografía, el ritmo, la proyección escénica, la precisión y la autenticidad más: el 4 de abril de 1970, en la cancha Benito Juárez de la cabecera municipal, concursaron nada más 17 parejas. Sin embargo,la situación ha cambiado mucho.

 

En 2022, según nos cuenta Octavio Ledesma, coordinador de este concurso, hubo 18 parejas en la categoría Pequeños Huapangueros (3 a 7 años), 45 en la Infantil (8 a 12 años), 129 en la Juvenil (13 a 17 años), 288 en la de Adultos (18 años en adelante) y 4 en la de 

 

 

 

 

Luna de Fuego

 

A partir de la trigésima sexta edición del Concurso Nacional de Baile de Huapango Huasteco de San Joaquín, en 2005, el Campeón de Campeones recibe una estatuilla de plata, una pieza cargada de simbolismos, como el propio baile de huapango. Su creador es Braulio Segura Chávez, artista originario de San Joaquín, quien cuenta, desde Texas, en Estados Unidos, cuáles son los elementos de la pequeña escultura que fue bautizada como Luna de Fuego:


—No es una obra abstracta —dice—. Quise representar en ella todo lo que compone el concurso de baile de huapango huasteco más importante de México. La plata recuerda el pasado minero de San Joaquín. La luna representa lo femenino. Las curvas de los instrumentos con los que se tocan los sones huastecos (la quinta huapanguera, el violín y la jarana huasteca) inspiraron la forma de la estatuilla.

 

El agujero del centro es también el centro del país: Querétaro. Hay, además, seis cuerdas de oro, que simbolizan los seis estilos de huapango huasteco que existen. Además, en lo que sería el pecho de la pequeña escultura de plata hay una manzana, no solo porque San Joaquín es productor de esta fruta, también porque remite al deseo de los concursantes por ostentar el premio. El fuego de una mano es la pasión que se vive en el concurso. La otra mano es una punta que indica que San Joaquín marca la pauta en los concursos de baile de huapango en México. La corona representa el triunfo. Y en la parte de abajo hay treinta y seis puntos, que indican la edición del concurso en la que se instituyó esta estatuilla.

 

 

 

 

Tímida y coqueta


El baile de huapango es un eterno cortejo en el que hay encuentros, desencuentros, desaires, aproximaciones; un ritmo trazado por la quinta huapanguera, pausas con versos de fondo, intensidad marcada por los emotivos golpes del violín y los infinitos matices de la jarana.Tal como lo apunta Jesús Ángeles Contreras en su libro Son Huasteco: «El varón pretende a la dama y ella trata de esquivar el reclamo amoroso, dando repentinos giros en breve huida; el varón la sigue y trata de impedir la escapatoria», pero sin tocarla ni rozar siquiera su cuerpo.

Por eso mismo es que los bailarines deben confiar de forma absoluta en su pareja. Porque solo de esta manera el coqueteo sale de forma natural», dice Rossy Herrera, quien empezó a bailar huapango cuando tenía seis años, en su natal Pinal de Amoles:


—En el huapango queretano de estilo serrano, la mujer, al bailar, muestra timidez, aunque es ligeramente coqueta. Es un juego que, arriba del tablado, como bailarina, se disfruta mucho: el coqueteo al público o al jurado. En tanto, el estilo queretano de Tolimán o el poblano son más discretos. El veracruzano, el potosino y el tamaulipeco transmiten una mujer muy segura. En los dos primeros las bailarinas son un poquito más serias. En el tamaulipeco se distingue más el coqueteo. Y en el hidalguense, eso sí, hay mucho coqueteo.

 

Como licenciada en Danza Folklórica Mexicana, egresada de la Universidad Autónoma de Querétaro, Rossy Herrera ha participado en muchos concursos de huapango huasteco. Aunque ahora, en su rol de coordinadora del Instituto Municipal de Cultura de Pinal de Amoles, le toca estar del otro lado del tablado, organizando el XXXII Concurso Nacional de Baile de Huapango Huasteco de Pinal de Amoles, que cada año se celebra en la segunda semana de marzo, anticipándose por unos días al de San Joaquín.

 

Esta experiencia le permite sostener que para aspirar a un campeonato de baile es necesario tener disciplina. Cuenta mucho, claro, la forma en que se ejecutan las piezas, pero, por encima de todo, dice Rossy Herrera, hay que tener amor por el huapango. «Porque el público (y el jurado) percibe muy bien cuando no hay este sentimiento.

 

 

 

 

Mucha energía

 

Para los habitantes de la huasteca es difícil escapar al amor por el huapango. Los sones y el baile son parte de las comunidades, tanto en fiestas patronales como en bodas, bautizos, XV años, etcétera. Solo que, en estos casos, su práctica es totalmente libre. Para los músicos no hay una cuadratura rigurosa, todo es más relajado. Y las parejas de baile pueden olvidarse de los academicismos. En los concursos, los tríos no deben echar una copla de más o aventarse una métrica muy larga porque seguramente harán trastabillar a una pareja poco atenta y provocarán abucheos del público.


—En un concurso de huapango—dice Noel Velázquez, integrante de Los Hidalguenses, uno de los tríos más fascinantes de sones
huastecos—, las parejas esperan una música limpia, con tiempos bien marcados que puedan ayudarles a ejecutar de la mejor manera su secuencia, y que las entradas y salidas del violín, que es el que rige el zapateado, sean contundentes, para que se desempeñen mejor en la tarima.

 


En el son huasteco, la integración de los grupos es rigurosa: alguien toca la quinta huapanguera, instrumento parecido a la guitarra, pero con ocho cuerdas, que hace las veces de bajo, dando armonía; alguien la jarana, que hace resonar los agudos; y alguien más el violín, que se encarga de la melodía.


Dice Noel Velázquez que si algo distingue a Los Hidalguenses —integrado por los hermanos Velázquez Escamilla (Pedro y Noel) y su padre, el maestro Pedro Velázquez— es que tocan siempre con mucha energía: —Nuestros sones huastecos salen con mucha fuerza al momento de la ejecución. Además, tratamos de mantener vivo el falsete.

 

Nada más hay que oírlos ejecutando «Zapateando en San Joaquín», «El Bejuquito» o «El rey de la Huasteca». O escuchar al Trío Juglar. O a los Reales de Colima. O a Marcos Hernández y sus Camperos de Valles. O a Los Genuinos de Jacala Hidalgo. O a Los Cantores del Pánuco. O a los Caimanes del Río Tuxpan. O al Trío Armonía Huasteca. Acaso interpretando el «El sonsolito», «El taconcito», «El gusto», «El sombrerito», «La Azucena bella», «El querreque», «El caimán», «El tepetzintleco», «El fandanguito», «El campirano», «El San Lorenzo», «El aguanieve», «El llorar», «El gustito», «La petenera», «El ranchero potosino», «Mi Pinal» o, desde luego, «Mi San Joaquín».

 

 

 

Un buen bailarín


Muchas son las cosas, pues, que me contaron de esta música y de este baile. Pero cualquiera resulta insuficiente si no se experimente ni se asiste a San Joaquín esos días y esas noches en las que el Concurso Nacional de Baile de Huapango Huasteco lo cubre todo: las calles, las casas, los negocios, los campamentos, las conversaciones, los deseos, los sueños.

 

Esos días en los que un enorme tablado se extiende por la plaza principal. Y entonces la gente —concursante o no— baila, no puede escapar del zapateo, así nada más, agarrando el ritmo al son de la música en vivo que suena a todas horas. No importa cómo vayan saliendo los pasos: después de tres días con sus noches de darle a la tarima, cualquiera sale convertido en un buen bailarín.

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