Sara Reséndiz: "La música es un pretexto para hacer comunidad"

En PERFILES

por Aurora Vizcaíno

 

Si se habla de música regional de Querétaro, hay que remitirse al huapango. Quizá quien me lea coincidirá en dos esce-
narios mentales cuando esa palabra viene a colación:

 

En el primer escenario mi mente se va a un largo recorrido en carretera, lejísimos de la zona metropolitana. Veo las llanuras, montañas, cerros boscosos, climas tropicales, desiertos y accidentes del paisaje que borran los límites geográficos; toda esta dimensión se siente extensa, y más si se acompaña de la música del huapango.

 

En otro escenario recuerdo que los fines de semana decenas de personas de los municipios serranos acudían con sus más pulcros trajes típicos al patio central de las instalaciones de Radio y Televisión Querétaro o al CECEQ Manuel Gómez Morín a bailar y tocar huapango. Cuando los encuentros sucedían, no podía evitar contagiarme de la alegría que se generaba en el ambiente (mientras trataba de abrirme un espacio entre la multitud para llegar a la oficina, porque yo trabajo ahí).


El último escenario ya no es una constante, pero, un viernes,si usted decide pasear una tarde en Plaza de Armas, verá al colec-
tivo de son jarocho Círculo de Son ejecutando piezas tradicionales del Sotavento, y los miércoles por las tardes, en el jardín de la Casa del Faldón, encontrará un grupo de huapangueros compartiendo y aprendiendo son huasteco.

 

En esos espacios habrá una constante: Sara Cecilia Reséndiz Segura.

 

La conocí para escribir sobre su labor como artista y gestora cultural. Héctor Muñoz, Sara y yo quedamos de vernos en el Museo Regional. Ella estaba lista para ser fotografiada, trajo sus jaranas jarocha y huasteca y su tarima. Cuando nos encontramos, nos saludamos con gusto y hablamos poco, después conocimos a Cynthia, quien nos guió hacia las áreas en donde las personas suelen tomarse fotografías en el recinto.


Mientras se preparaba para la sesión, Sara se colocó sus zapatos especiales (esos que son resbaladizos porque tienen clavos en las puntas y en los tacones; verla me hizo recordar la secundaria; serán familiares para quienes tuvimos la asignatura de Danza Folclórica). Héctor le pidió que tocara su música y cantara algunos versos al compás de un pequeño zapateado.

 

Con esos pensamientos cruzados, sentí de inmediato el canto alegre de Sara. Otras personas que visitaban el museo se acercaron a verla (sin ánimos de ser sorprendidos por la cantadora y bailadora, pero sí con ganas de permanecer cerca para entender por qué ella
compartía su arte). Encendió la tarde con una pequeña muestra, además de mi admiración. Mientras la sesión sucedía, entendí lo obvio: Sara ama el huapango, el son jarocho y todas las manifestaciones que derivan de estos géneros musicales.

 

Ma. Teresa Dávalos Andrade, en su tesis El son del huapango en el estado de Querétaro como elemento de identidad y reproducción de la tradición a través de su dinámica laboral, que hizo en la Universidad Autónoma de Querétaro, menciona que existen al menos tres orígenes de la palabra huapango. Uno se remonta a una derivación del baile del canto flamenco: el fandango. Desde el siglo XVII, españoles, indígenas y afrodescendientes combinaron sus saberes musicales. También se dice que es una evolución del náhuatl cuauhpanco, que nombra a los leños de madera y al baile que se realiza sobre las tarimas. Personalmente, prefiero entender que la palabra huapango nombra a todas las comunidades huastecas que se asentaron en las riberas del río Pango o Pánuco (que va desde Veracruz, pasando por el centro del país, hasta Tamaulipas).

 

Esto me ayuda comprender mejor por qué el son y el ritmo permanece a pesar de las fronteras establecidas en la geopolítica actual.

 

«Las Indias de mi región / echan tortillas a mano / le ponen el corazón desde que muelen el grano / hasta llega al fogón» es una estrofa de son jarocho de La Indita, el favorito de Sara, quien cree que la música tradicional es una medicina y un pretexto para la organización y la generación de un sentido de comunidad.

 

—Mi familia es de la Sierra Gorda. Mi mamá, de Jalpan. Los abuelos, de la zona norte de Cadereyta. Ellos tienen y tuvieron el gusto por el huapango y el son huasteco. Entonces empecé a bailar desde chiquita en los bailables de la escuela. Luego entré a un grupo donde estuve bailando por varios años danza folclórica —dice al explicar desde cuándo desarrolló el gusto por la música tradicional mexicana; tenía seis años cuando empezó.

 

De su natal Cadereyta viajó a la capital queretana para estudiar Sociología en la Universidad Autónoma de Querétaro, ahora su búsqueda por encontrar espacios para compartir su gusto musical añadía una variable: el sentido comunitario.

 

Agarró la jarana y se sumó al colectivo Cosechando Tradición, conformado por personas que oscilan de los 20 a lo 40 años y con
quienes comparte una postura política sobre la preservación de la música tradicional de nuestra región: —Es una forma de decir que aquí está la música tradicional, aquí estamos interpretándola al mismo tiempo que la aprendemos de los músicos mayores. No es música tan comercial, pero es un acervo cultural valiosísimo y es importante preservarla. Además, la música es un pretexto justamente para hacer comunidad, para ir creando lazos de convivencia basados en el respeto, en la equidad de género, en cuidar.


De su lugar de origen hay ejecutantes de música que han perdido audiencia debido a que aparecen cuando suceden ritos religiosos o fiestas muy particulares y, como no es música relacionada con lo comercial, no hay mucho interés por escucharla: se trata de los pifaneros Fidel y Marcelo Álvarez Ramírez, quienes tocan con un tambor y una flauta de carrizo: —Esta pareja de pifaneros son los últimos. Ya no hay más en Cadereyta. Lo preocupante es que no hay más personas que riendo aprender y no hay alguien que se
ocupe de esta problemática.

 

Situación que lamentó, puesto que considera importante preservar esta música como elemento cultural importante de su lugar de origen. El colectivo Cosechando Tradición se ha ocupado de abrir espacios y talleres para que personas como ellos compartan sus saberes y se encuentren con colegas de otras regiones que también se preocupan por preservar su legado, —Nosotros desde nuestras posibilidades y a través de nuestra organización autogestiva, buscamos espacios para dar talleres de difusión, buscando que no se pierda esa música —dice—. Y se ha logrado, aunque la música de pifaneros no siempre se encuentra en el interés de las masas.

Incursionando en el son huasteco, Sara participa en el Colectivo Canario tocando la jarana huasteca, cantando y haciendo trabajo de gestión. Se trata de un grupo de personas provenientes de San Luis Potosí y Veracruz, así como de la sierra queretana, que comparten el gusto por el huapango y se reúnen para compartir saberes musicales al mismo tiempo que buscan espacios en la ciudad donde puedan tocar la música de tradición de sus lugares de origen. Uno puede encontrarlos los miércoles por la tarde noche afuera de la Casa del Faldón.


Sara también está presente en Flor de Cardón, grupo en el que toca la jarana, canta, zapatea y escribe versos. En esta agrupación participan solo mujeres que utilizan la música tradicional para expresar su sentir sobre la situación actual de la mujer en nuestro país. Mediante versos y música, las jaraneras participan en manifestaciones feministas, protestan contra las violencias y machismos dentro del ámbito de la música tradicional y en la vida cotidiana. 

 

Con tan solo juntarse e interpretar, desafían el cánon de que el son debe ser tocado solamente por músicos varones y que las mujeres participen solo bailando. —Anteriormente la música tradicional solo la tocaban los hombres y las mujeres bailaban. En el son no había mujeres tocando.

 

Últimamente hemos sido bastantes las que estamos tocando y versando también. En esos versos, estamos levantando la voz y diciendo «¡aquí estamos y también podemos!». La versada es muy importante; la música tradicional ha estado impregnada de muchos machismos y violencias. Acá en el colectivo intentamos omitir versos y simbolismos que denigren nuestro ser mujer y proponemos nuevos versos. Queremos respeto y buscamos visibilizarnos de otras maneras, mediante la alegría de la música.

 

Sin embargo, no todo son ritmos y líricas alegres, ya que desde Flor de Cardón se hizo un acompañamiento solidario hacia una familiar de la agrupación que lamentablemente fue víctima de feminicidio. —Más que presentarse en el escenario, nos gusta ir a la fiesta. Obvio nos divertimos mucho, pero vamos a la fiesta para aprender. Yo creo que en el fandango es donde se aprende mucho más. Hemos ido a Veracruz, a los fandangos del sur, a la fiesta de la Candelaria en Tlacotalpan y en el son huasteco hemos ido a San Luis, a la sierra queretana.

 

Querétaro no se queda atrás. Desde hace más de 50 años, en San Joaquín se realiza el Concurso Nacional de Baile de Huapango; Pinal de Amoles tiene alrededor de 30 años con otro (entre 500 a 700 parejas participan en cada edición; a inicios de marzo y abril se realizan los encuentros y las categorías se dividen de acuerdo con la edad de quienes participan). —Yo no soy una música de escenario. Yo bailo, canto, toco; pero me gusta más ir a aprender en la comunidad.

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