Guadalupe Vallejo <<Me he encontrado en los hilos>>

En PERFILES

Por Donna Oliveros*

 

Guadalupe Vallejo mira al fotógrafo que la retrata en su telar. Su frente está coronada por una trenza cuidadosamente tejida en la que
se asoman algunas canas. Viste una blusa de manta bordada y un collar de ámbar que acentúa el marrón de sus ojos. Mientras posa, recuerda aquella vez que Rosario Sánchez de Lozada la retrató junto a su esposo e hijo.


«Rosario era hermana de mi madre», dice la artesana después del ¡clic! de la cámara, pero sin abandonar la postura pétrea para la siguiente foto. Cuenta que su tía fue una famosa retratista queretana, en cuya obra se asoman los rostros de figuras como el poeta Efraín Huerta, la pianista Esperanza Cabrera y una infinidad de queretanos del siglo XX; pero ella no fue la única artista de la familia. Su abuelo fue un fotógrafo y teatrero aficionado, y su abuela encontró en el bordado su pasión.


—La historia de los textiles está en mi vida familiar desde hace muchísimo tiempo —dice la artesana con una sonrisa que le ilumina el rostro y… ¡clic! el fotógrafo por fin logra la toma.


Guadalupe es una artesana queretana de 72 años, aunque lleva apenas una década en esta labor, asegura que el trabajo manual con los textiles ha estado latente en ella.

—Mi madre se dedicó a la costura, tuvo su máquina de coser toda la vida. Al año de casados, mi papá se la compró, así es que todos crecimos alrededor de la máquina de coser, rodeados de telas, moldes e hilos.


Guadalupe cuenta con su propio taller. Se ubica en una de las calles más concurridas del Centro Histórico de Querétaro, ahí ella escribe con hilos, la urdimbre es su hoja en blanco: «no por nada al textil se le vincula con lo textual». Su taller pasa casi inadvertido detrás de un antiguo portón de madera que, al abrirse, conduce hacia un patio sombreado por un frondoso chirimoyo. Sus telares ocupan todo un piso del edificio, el más grande mide 1.2 metros de ancho por 1.8 de alto. Lo construyó su profesor, un artesano guanajuatense que conoció en el Instituto Allende y quien la introdujo en diferentes técnicas textiles.

 

Una labor en peligro.


Guadalupe cumple este 2023 su primera década como artesana del textil. Antes de eso, estudió contaduría, psicología, y luego trabajó en oficinas de gobierno. Cuando se jubiló, regresó al mundo textil artesanal, donde su madre y abuela habían permanecido; para ella, el olor de algunas telas aún la transportan a cuando su mamá confeccionaba vestidos de novia basándose en los diseños de las revistas de costura europea.


—Mientras criaba a nueve niños, mi mamá cosía y cosía de todo, desde las cosas de la casa hasta vestidos de alta costura. Vistió a muchas novias de Querétaro y cobró fama de ser muy perfecta en los acabados, le llevaban los modelos que aparecían en revistas francesas y ella los reproducía sin que nosotros sepamos bien quién le enseñó a hacerlo —recuerda con una sonrisa.


Dueña de su tiempo, Guadalupe un día vio el anuncio de un encuentro nacional de rebozo en la Ciudad de México y no dudó en asistir. Recuerda que acudieron artesanos de todo México y gente conectada con fábricas textiles del país; aquello era un mundo de colores y bordados, pero una dura realidad yacía entre las prendas tejidas: cada vez menos jóvenes seguían los pasos de sus padres y abuelos, la piratería de los diseños iba en aumento, el regateo y la falta de espacios habían ido mermando las ventas, muchos preferían migrar de sus comunidades a las ciudades para emplearse en otros sectores más redituables.

 

—Más que fascinarme, me preocupó. La gente hablaba de cómo se estaba perdiendo la tradición. Los artesanos decían: «sí, allá en la comunidad está doña fulanita, pero ya tiene 80 años y es la única que tiñe». Los de las fábricas de hilados contaban que ya no producían como antes, ahora tenían que esperar a que se juntara el pedido para echar a andar la fábrica o la línea de producción. Cuando en el pasado, las máquinas no paraban de trabajar porque toda la gente tejía. Después de escuchar todas esas historias, decidí que no quería morir sin saber qué y cómo se hacía. Empecé a buscar dónde aprender, y encontré un taller en San Miguel de Allende de tejido tradicional mexicano.


Hilos de historia.
El tejido está estrechamente relacionado con la cotidianidad de las comunidades, hombres y mujeres se vinculan en la labor por igual, asegura Guadalupe; desde la esquila o cosecha del algodón e hilado hasta la elaboración del tejido. La práctica también está ligada con su cosmogonía: «ellos creen que se visten con la naturaleza», asegura Guadalupe, y no solo se refiere al material con el que están hechos los textiles, sino también al teñido.


En Oaxaca existe un pueblo llamado Teotitlán del Valle donde la gente conserva un profundo conocimiento sobre la pigmentación natural de textiles. Muchos de ellos han cruzado el país para compartir estos saberes, Guadalupe los conoció en San Miguel de Allende y aprendió a usar técnicas de más de mil años de tradición zapoteca, gracias a ello sabe extraer pigmentos de plantas como el jiquilite, al que llaman «oro azul» en Oaxaca, y el muicle, ambas nativas de México.


—El muicle es una planta que aprecian mucho en Oaxaca porque tiene propiedades, desde curativas hasta espirituales. La gente incluso la pone en sus casas para que los espíritus malos no lleguen. Y como tinte es maravilloso, saca unos colores preciosos, combinado con el añil (extraído del jiquilite), saca un azul divino.


La artesana aprendió a usar la grana cochinilla, un colorante de rojo intenso que se obtiene de los cuerpos secos de un insecto parasitario del nopal, Dactylopius coccus, que comenzó a ser utilizado por los mixtecos en códices y para decorar vestimentas y objetos ceremoniales. Este tinte logró gran popularidad en el virreinato, llegó incluso a competir con los pigmentos europeos y no solo fue utilizado para teñir la ropa de hasta que lograron ese pigmento. Es muy difícil llegar al mismo tono en los tintes naturales porque influye todo, hasta la luna y el momento en que se corta la planta. Es muy difícil igualar los colores. Y entonces cuando una familia logra documentar cómo llegaron a tal o cual color, les pertenece porque ellos hicieron todos los experimentos.

 


¿Artesanía o arte?
La artesana crea madejas de metáforas sobre su labor, dice que esta le ha permitido «tejer» relaciones e «hilar» reflexiones sobre el valor cultural de su oficio. Ella ha llevado sus piezas a museos y galerías, en las que demuestra que una prenda tradicional puede ser considerada arte, y por su factura, coleccionarse y conservarse por varias generaciones, como lo ha hecho con el bordado de su abuela y los tejidos de otros artesanos.


Un tejido contiene la subjetividad del artesano, y se puede intuir incluso su personalidad en la tensión de los hilos, asegura. «En las piezas se imprime el sentimiento desde el momento en que se seleccionan los colores, y en el mismo proceso se experimentan muchas cosas, los hilos te hablan, por lo que si estás tensa no quedan; así que tienes que sentarte, concentrarte, relajarte y meterte en lo que estás haciendo.»


En su taller no solo cuenta con telar de pedal, también tiene uno de cintura y otro de mesa, que utiliza según el grosor del hilo y el tamaño de la indumentaria que vaya a elaborar; desde gabanes, huipiles, rebozos y quexquémetl hasta tapetes, caminos de mesa y otros textiles de ornato.


Cualquiera que sea la pieza, asegura, el proceso se convierte en todo un ritual que llama al silencio y a la introspección. Esos momentos creativos le han permitido ampliar sus horizontes y explorar otras técnicas utilizando fibras naturales como hojas de maíz, ixtle, henequén, fibra de coco, bambú, carrizo, «todo lo que pueda entretejer, lo voy combinando».

 


 

Querétaro, tejidos y no al regateo
«Me he encontrado en los hilos», dice Guadalupe con una sonrisa, y asevera que siempre es un gusto para ella abrir las puertas de su taller, para que otras personas se adentren a su mundo, conozcan su complejidad y revaloren el tejido artesanal. A diez años de iniciar su camino en esta labor, asegura que continúa aprendiendo.

En la ciudad suele visitar la Casa Queretana de las Artesanías, que concentra una muestra significativa de lo que se hace en los 18 municipios, para encontrar inspiración, pero sin duda el lugar preferido de Guadalupe es el Centro Artesanal de Desarrollo Indígena, donde tiene oportunidad de dialogar directamente con artesanas que viajan desde zonas indígenas de Amealco, Cadereyta y Tolimán para vender sus creaciones. El lugar, ubicado en Allende Sur 20, se presta para el intercambio de saberes y la reflexión sobre la situación actual del sector; preocupa principalmente el plagio y la entrada al país de productos que generan competencia desleal y afectan la producción artesanal.


El precio de los productos hechos a mano hace que la gente prefiera adquirir prendas industriales sin reparar en el impacto de su consumo cultura, económico y ambiental, o recurrir a la mala práctica del regateo. Sobre esto, Guadalupe recomienda acercarse al proceso de elaboración de los textiles tradicionales para que conozcan la complejidad que existe detrás de cada pieza antes de intentar bajarle el precio: «¿serían capaces de hacer lo que van a comprar? Y, si es así, ¿en cuánto lo venderían?».


Detrás de cada textil artesanal hay muchas manos, historia y tradición que vale la pena conocer, revalorar y preservar, reitera Guadalupe, e invita a la gente a reencontrarse entre los hilos de su cultura.

 

 

*Es socióloga, editora y reportera en la sección cultural del Diario de Querétaro; también es fotógrafa y ha impulsado proyectos como Mulier videns: Taller de lecto-escritura visual para mujeres.

 

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