Construir la música

En CULTURA

Por Juan José Flores Nava

 

 

Modo mundo afirma que las máquinas del tiempo no existen. Pero los lauderos saben que eso no es tan cierto. Y muchos músicos también lo saben, aunque no lo andan pregonando por ahí. Porque ¿quién les creería?


Un laudero —lutier o luthier— es un artesano, un profesionista o un maestro que construye, repara y da mantenimiento a los instrumentos musicales de cuerda: violines, guitarras, violas, arpas, violonchelos, jaranas, contrabajos, ukuleles, entre otros. Y en Querétaro se encuentra, ni más ni menos, la única escuela de laudería del país que brinda una formación a nivel licenciatura, fundada en 1987 por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).


Los mejores instrumentos, aquellos que bien ejecutados transportan a los escuchas y al mismo músico desde el presente a otros tiempos, solo pueden provenir de un excelente taller de laudería: ahí se construyen aparatos de cuerda pulsada o frotada que al ser tocados por un artista (o incluso simplemente observados mientras se protegen detrás de una vitrina) llaman al pasado o convocan al futuro.


* * *


Antonio Stradivari, acaso el más afamado lutier que pueda ser nombrado, no ignoraba que cada hermoso instrumento que construía tomaba un camino incierto hacia el porvenir. Por eso trabajaba con tanta conciencia, minuciosidad y cuidado. De su taller salieron más de mil violines, violas, guitarras y violonchelos elaborados por sus propias manos, durante siete décadas y media, entre los siglos XVII y XVIII, en Cremona, una ciudad al norte de Italia.


Muchos de aquellos instrumentos aún sobreviven. Algunos se encuentran protegidos en museos y colecciones privadas para ser admirados, pero muchos otros continúan sonando por todo el mundo, evocando, sin remedio, un espíritu antiguo, renacentista, de arte y ciencia.


Aunque son muchos los misterios y las leyendas que se entremeten en cada taller de laudería —y que películas como El violín rojo, de François Girard, no hacen sino magnificarlas—, se trata de una disciplina, de un oficio, de una profesión, de un arte que no solo exige sostener una buena relación con los músicos, sino también con la música, con la historia, con las artes y con la ciencia.

 

Un arquitecto de
instrumentos musicales.


México es, al parecer, el único país que llama laudería a esta labor. El resto de Iberoamérica le llama luteríaco luthería. La palabra proviene de laúd —instrumento medieval de cuerda pulsada como la guitarra— y se refiere al «arte o técnica de hacer o arreglar instrumentos musicales de cuerda». Pero más que artistas o técnicos, Enrique Pineda Garfias, estudiante del último año de la Escuela de Laudería del INBAL (ubicada en la calle Hidalgo, en el Centro Histórico), prefiere considerar que el laudero es un arquitecto de instrumentos musicales o, en el caso de él mismo, «un artesano en su máximo nivel de conocimiento».


En esto coincide, de alguna forma, el lutier catalán Eduard Bosque, quien en el documental La construcción de un violonchelo dice: «La parte más creativa debiera ser el momento de diseñar el modelo. Lo que sucede es que los lutier actuales nos dedicamos más a hacer copias y nos inspiramos en instrumentos antiguos, por lo que esta parte ha quedado un poco diluida. Entonces la creatividad la intentamos expresar en detalles del proceso constructivo».


Por eso a Rashell Rosales Yax, inscrita en el tercer año de la carrera de Laudería, le resulta difícil decir si la laudería es un arte. Lo que sí puede afirmar es que se trata de un oficio muy pero muy hermoso que contribuye al mundo de la música, y, eso sí, que a ella le daría la posibilidad de plasmar un estilo propio, parte de sí misma, en cada instrumento que con el tiempo construya.


Pero esa contribución a la expresión plena de un músico se da mejor cuando el laudero mismo sabe ejecutar el instrumento al que le da vida, como dice Rodrigo Arboleyda, director de la Escuela de Laudería, pues esto le permite comunicarse de manera más clara con su cliente final: «El lenguaje va a ser más fluido y lograremos entendernos mejor con los artistas», afirma. Y agrega:


—Cuando por la calidad de sutrabajo un laudero se ha ganado la confianza de un músico, este difícilmente lo cambiará por otro.

 

Técnicas tradicionalescon conocimientos
históricos y científicos.


Como pocos, el oficio de laudero nunca ha sido abandonado por ese espíritu de magia, de alquimia, de pactos con la divinidad o con lo demoniaco, de principios científicos que lleva desde sus inicios.


De vuelta al gran Stradivari, se dice que sus instrumentos son únicos por su forma, por la secreta mezcla de ingredientes con que elaboraba el barniz, por la técnica que empleaba al barnizar sus instrumentos, por el tipo de madera que usaba para construirlos —las historias van desde aquellas que dicen que la obtenía de barcos que habían naufragado hasta las que afirman que provenía de un árbol que encontró en un río y que en su constitución conservó las vibraciones del afluente, o la que cuenta que hacía rodar varios troncos desde lo alto de una montaña y solo empleaba aquellos que tuvieran un mejor sonido al golpear contra el suelo.


Hasta la prestigiosa revista National Geographic atribuye a «una realidad menos divertida pero más científica» la calidad de estos instrumentos: «Stradivari vivió en el llamado mínimo de Maunder, un periodo entre 1645 y 1715 caracterizado por una reducción de luz solar, un descenso general de las temperaturas y un aumento de las precipitaciones. Esas características climáticas dieron como resultado que los árboles de los que obtenían la madera él y otros grandes lutieres de su tiempo tenían una composición especialmente densa y elástica, ideal para la construcción de instrumentos de arco».


Pero quizá todas estas historias no sean sino una manera de escapar a la hiperespecialización a la que apuntó (y obligó) la época moderna, y que hoy vivimos en niveles casi absurdos. Porque además de la parte medular, que es la construcción y restauración de instrumentos, un estudiante de la Escuela de Laudería del INBAL aprende aspectos técnicos, científicos e históricos que le permiten conocer la biología de la madera, cuestiones físicas de la acústica, historia del arte, historia de los instrumentos musicales; también debe aprender, desde luego, a tocar un instrumento para probar lo que hace, saber solfeo, armonía, así como dibujo técnico y artístico.

 

Ciencias e investigación.


Si algo distingue a la Escuela de Laudería de Querétaro frente a otras instituciones y talleres de México y de Latinoamérica, como dice Josué Rodrigo Arboleyda Valdovinos, ese algo sería que, a la par de la enseñanza de las técnicas antiguas y modernas para la elaboración de instrumentos musicales de cuerda frotada (violines, violas y violonchelos), se enseñan ciencias y se fomenta la investigación. Lo que permite que los intereses y las habilidades de los egresados sean amplias.


Por ejemplo, Rashell Rosales y Enrique Pineda, siendo estudiantes aún, han montado juntos el taller Dies Irae, en el centro de Querétaro. Y trabajan no solo con violines, violas y violonchelos, sino que pueden sanar hasta instrumentos eléctricos como bajos y guitarras. Pero hay algo crucial para que puedan hacer bien su trabajo: casi cualquier instrumento dañado solo brinda una oportunidad para intervenir.

 

Si uno decide «arreglar» por cuenta propia un instrumento y después llevarlo al laudero para que repare la reparación, será prácticamente imposible que este le devuelva la existencia como instrumento musical de calidad.


La amplia gama de conocimientos que recibe un estudiante de la Escuela de Laudería del INBAL pasa por docentes como Ivonne Murillo, quien nos remite, desde el presente, a un pasado esencial cuando analiza, por ejemplo, las «características de cuatro maderas utilizadas en la fabricación de instrumentos musicales de cuerda frotada». O Alejandro Torres, quien abre las puertas hacia el futuro cuando determina el «estado vibratorio del violín mediante patrones láser de rayado», lo que permite, como explica Rodrigo Arboleyda, conocer diferentes características acústicas de un violín sin tener que destapar el instrumento.

 

Lo dicho: las máquinas del tiempo sí existen.

 

 

*Periodista y maestro. Editor del blog Tintas Naturales, de la Facultad de Ciencias Naturales de la UAQ, y colabora en la revista digital de periodismo, cultura y crítica Salida de Emergencia. Fue reportero de la sección cultural de El Financiero y ha colaborado en medios impresos y electrónicos como La Digna Metáfora, Transgresiones, Newsweek, Forbes y Aristegui Noticias.

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