Amaneceres y Atardeceres en Querétaro

En TURISMO

El turismo de amaneceres y atardeceres suele estar asociado a la arena en los pies —México cuenta con la ventaja de tener océanos a ambos lados del territorio, lo que asegura uno u otro según el destino—, pero otras geografías y alturas del país ofrecen postales del cielo que fácilmente quedarán grabadas en la retina de los viajeros y visitantes. Querétaro es un destino que destaca por sus atardeceres «avasallantes», como los define una de las autoras de este texto, en los que el paisaje o panorama urbano se recorta por un cielo anaranjado, rosáceo o púrpura, sin que sus amaneceres desmerezcan la misma atención. Pedimos a diversos colaboradores de la revista que recomendaran uno memorable para integrar las puestas o salidas de sol en las rutinas de ocio del próximo recorrido por el estado.

 

EL CERRO DEL CIMATARIO

Desde el Cimatario tienes una panorámica completa. Puedes ver cómo se va pintando la ciudad y cómo despierta; mientras que a lo lejos se escuchan los coches y los camiones que pasan tronando por la carretera 57, a unos metros te envuelve el sonido de los pájaros y el viento que sopla entre las yucas. Estás y no estás en la ciudad. Hay una sensación de proximidad, pero también de distancia, y es fácil imaginar lo que era ese valle gigantesco antes del crecimiento desaforado de la mancha urbana. A un lado está el cerro del Tángano, al fondo las naves industriales de Tlacote, allá el Acueducto y el Centro Histórico. Aquí, a tiro de piedra, el Estadio Corregidora. A tus espaldas, hacia el rumbo de la Noria y Huimilpan, circulan relatos de venados, coyotes, águilas y serpientes. Hacia allá el asfalto se transforma en terracería, y la ciudad se desmigaja en ranchos y sembradíos. Son dos criaturas las que amanecen: la ciudad y el campo, las máquinas y los animales, el asfalto y la tierra. Ahí arriba, junto al zumbido de las antenas, asoma el retrato de esta disyuntiva.

 

 

Parque nacional El Cimatario

Carr. a Huimilpan km 5, Huimilpan, Qro.

L. a D. 7:00 a 16:30 h

Acceso sin alimentos y únicamente con botellas de agua retornables.

 

José Velasco 

Es escritor y profesor; cuando no está en retiros de silencio, suele sostener conversaciones caminando.

 

MIRADOR CUATRO PALOS

En Cuatro Palos, el amanecer comienza mucho antes de que el paisaje se ilumine con los primeros rayos de sol. A esa altura, por la temperatura y densidad, se produce una separación entre nubes. La capa inferior da la impresión de un océano nubarrón algo surreal, en el que las puntas de los cerros que alcanzan a asomarse parecen islas flotantes. El sol, en el horizonte, va pintando los relieves con distintas tonalidades, mientras que la capa superior de nubes despiertan con un vals matutino. Es hasta que comienzan a disiparse las nubes, rompiendo el encanto de superficie marítima, que recuerdas estar a 2727 metros sobre el nivel del mar y que las «islas» son en realidad cerros vecinos casi igual de altos.

 

El acceso en vehículo termina en la base del mirador. Desde ahí, comienza un ascenso de 92 metros, aproximadamente, el cual toma alrededor de cuarenta minutos, según la condición física —y climática— por un camino con escalones que a ratos se mezclan con el terreno. Algunos acampan en la cima desde la noche anterior, mientras que otros suben durante la madrugada para ser recibidos en la cima por el amanecer en pleno apogeo. La naturaleza es impredecible, y por más que vayas preparado puede haber lluvia, vientos helados o fríos extremos —todos terminan perdiendo importancia frente a la grandeza de los colores, la vista, el mar de nubes e incluso el vértigo al mirar hacia abajo en la barandilla de troncos y cuerda durante el amanecer en el mirador de Cuatro Palos.

 

Mirador Cuatro Palos

La Cañada: carr. 120, km 132. Pinal de Amoles, Qro.

 

Elizabeth Acosta Haro

Trabaja como estratega de comunicación digital; recientemente recopiló en repositorio.com.mx los textos —suyos y de otros autores— que editó y publicó en las revistas Prosvet, Denada y Mamá Dolores Cartonera.

 

CUEVA EL TECOLOTE

¿Cuántos pueblos o comunidades en el mundo llevarán el nombre de El Doctor?

 

En el municipio de Cadereyta de Montes, en su zona montañosa, existe uno. Con una historia minera de renombre, es hoy en día una zona ideal para llevar a cabo actividades al aire libre. Cuenta con una pequeña cueva, El Tecolote, a la cual puedes llegar caminando desde El Doctor a través de un sendero de baja dificultad. Al llegar a sus pies, necesitas escalar unos cuatro o cinco metros en vertical por algunas rocas para poder ingresar a la misma. La vista sobrepasa el esfuerzo físico invertido en ella: cadenas montañosas, nubes esponjosas y, sobre todo en otoño e invierno, un atardecer a 2700 metros sobre el nivel del mar.

 

David Zazueta 

Es naturalista y profesor universitario.

 

EL CERRO DEL BAUTISTERIO

En el extremo de la ciudad hay un mirador en el que, además de intimar espectaculares levantes y ponientes, podemos ver correr el tiempo de la historia queretana: su amanecer llegó del oriente hacia las cuevas que rondan el pequeño valle al pie del cerro del Bautisterio, en El Marqués, donde se instaló Conín con su clan hace unos 500 años.

 

Para llegar al modesto cerro es recomendable conducir por la calle Los Pastores en el barrio La Cañada, en el El Marqués y estacionarse en el llano que está doblando sobre la carretera 200, que viene de Saldarriaga. Cinco minutos toma ascender la cima desde la que se puede mirar la llamada Presa del Diablo (150 metros al norponiente), fuente del acueducto queretano, de la leyenda del marqués de la Villa del Villar del Águila y fruto del esplendor virreinal del siglo XVIII.

 

Un par de kilómetros al oeste (ya pasado su medio día) se puede escudriñar el cuerpo de la extinta fábrica de textiles El Hércules, un titán de la primera revolución industrial queretana emprendida por Cayetano Rubio, en el que hoy buyen tanto una cervecería como un hotel y un estudio de diseño. Al poniente, donde se cierra la garganta de La Cañada, se erigen torres (residenciales) que miran en el valle de Querétaro la ciudad contemporánea que puja hacia el mañana desde el ocaso de Conín, El Marqués y Cayetano en La Cañada.

 

Héctor Muñoz 

Es fotógrafo y director de arte de la revista Asomarte.

 

ATRIO DEL TEMPLO DE LA CRUZ

Hilos de luz rojos y anaranjados profundos, amarillos, grises y púrpuras se mezclan, se tuercen y se expanden sobre los techos de las casonas del centro de Querétaro, ahí donde la ciudad se alza, como tratando de alcanzarlos. Así son los atardeceres en el punto más alto de la ciudad, frente al templo de La Cruz, antes de que la calle se bifurque en Venustiano Carranza e Independencia. Es el lugar perfecto para entregarse a la contemplación del avasallante atardecer queretano y apreciar la ciudad. Detenerme ahí a mirar el cielo me recuerda lo que Roland Barthes dijo alguna vez: «Amar significa saber esperar». Porque, aunque la sucesión de colores en un atardecer persiste solo unos momentos, apreciarlo detenidamente es un acto de fugaz entrega. Ya al cobijo de la noche, y para acabar de afianzar el atardecer a la memoria, es preciso pasar por un pan y un chocolate a Pánico, o por un coctel a Dodo Café.

 

 

Oliva Segura

Estudia a los polinizadores en los ecosistemas urbanos, especialmente abejas nativas, y el resto del tiempo le gusta correr, leer y asistir a conciertos.

 

CERRO DE LAS CAMPANAS

No es fácil ver al sol escondiéndose en el horizonte desde el centro de la ciudad de Querétaro, por lo menos a altura de calle. El cerro de Sangremal, su punto más alto, tiene una vista más despejada hacia el oriente —aunque en la última hora de la tarde, caminando por Independencia desde Circunvalación, el templo de la Cruz recortado contra el cielo ofrece un gran espectáculo: el conjunto conventual desde su mejor ángulo a contraluz, bañado por los últimos rayos del sol.

 

Tal vez el mejor punto para ver atardecer en Querétaro desde el centro es el Cerro de las Campanas. En la explanada del monumento a Juárez se pueden apreciar los 360 grados del cielo vespertino, y detrás de la estatua hay una banca orientada hacia el punto donde el sol se pierde en el horizonte, si bien solo se puede apreciar entre la urdimbre de los árboles. La carga histórica y simbólica del lugar contribuye a la contemplación melancólica y crepuscular. Si uno anda de ánimo cursi y catastrófico —es decir, romántico— puede reflexionar sobre el dilatado ocaso de la realeza europea, que acaso comenzó al amanecer de aquel 19 de junio de 1867 en que Maximiliano, Miramón y Mejía vieron el sol por última vez.

 

 

Parque Nacional Cerro de las Campanas

Cto. Universitario Esq. Justo Siera, Centro, Querétaro, Qro.

L. a D. 6:00 a 18:00

 

Gabriel Hörner García 

Es director del Museo de la Ciudad; en pantalla, a pesar de que hay muchos, sus atardeceres favoritos son prácticamente todos los noventa y cuatro minutos de Days of heaven, de Terrence Malick. Dice que nadie ha fotografiado los atardeceres como Néstor Almendros, que es es casi como si los estuviera inventando.

 

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