Del suelo a la mano de los artesanos
En CULTURA
A finales del siglo XVIII, el geólogo escocés James Hutton introdujo el concepto del tiempo profundo: una manera de entender la historia de la Tierra y su formación en etapas milenarias, según el cual las rocas conocidas en ese entonces no eran inmutables ni habían existido desde siempre, sino que se habrían transformado con el paso del tiempo, devorándose unas a otras, en una especie de principio de conservación particular. Ninguna roca era nueva o desaparecía, simplemente se iban transformando por acción del tiempo, la presión y la temperatura. El concepto del metamorfismo habla de forma preciosa del proceso de cambien las entrañas de la tierra. Si todo lo que existe debajo de donde estamos parados es un constante cambio, un vaivén y un devenir de materia y fuerza, esto también se refleja en la superficie terrestre: lo que vemos y caminamos es apenas un reflejo del acomodo de los estratos geológicos bajo nuestros pies.
Ningún rincón de la Tierra es igual a otro gracias a estos cambios, que tardan millones de años en gestarse. Un mosaico de elementos químicos básicos corren y se moldean debajo de nosotros a un paso eterno, apenas discernible, pero imperturbable. El espacio físico de lo que conocemos como México ha sido inmensamente beneficiado por el azar geológico. Nos ha tocado habitar suelos fértiles, ricos en minerales, que han dado lugar a paisajes y condiciones únicas que a las generaciones actuales corresponde conservar y venerar. Lo mismo ocurre dentro del polígono imaginario que delimita al actual estado de Querétaro, la historia de nuestros pueblos ha sabido apreciar, interpretar, poner trabajo y sudor en extraer piedras de todo tipo: calizas, dolomitas, mármoles, gemas y basaltos. Todas ellas coexisten en formaciones milenarias que el cincel y el trabajo duro han sacado a la superficie para ser aprovechadas de las maneras más ingeniosas posibles.
Entre todas las maravillas que podemos encontrar en las entrañas del suelo queretano, existen tres lugares que se caracterizan por su peculiaridad, por la nobleza del material extraído para transformarse —esta vez, por medio de la acción humana— y por la belleza de los trabajos resultantes: las minas de ópalo ubicadas en La Trinidad, municipio de Tequisquiapan; las minas de mármol en la comunidad de Vizarrón, municipio de Cadereyta de Montes; y las canteras rosas y negras de Escolásticas, en el municipio de Pedro Escobedo. Estas tres rocas han marcado el desarrollo de nuestro estado por su valor estético y comercial, y por la manera en la que miles de queretanos se involucran en su extracción, procesamiento y estudio; aunque lo más importante es el esfuerzo y cariño que los artesanos, talladores y constructores imprimen en ellos, transformando la materia prima en láminas, bloques, piezas ornamentales y esculturas que han dado renombre a Querétaro. Valorados por arquitectos y constructores gracias a su fortaleza y belleza para edificar; por escultores y artesanos gracias a la nobleza con la que pueden ser forjados y moldeados; por ingenieros y químicos gracias a la pureza de los materiales para su uso con fines industriales; y por los amantes de la belleza que adquieren joyas, fuentes, rosetones y un sinfín de piezas talladas. Piedras que forman parte indeleble del patrimonio cultural que estas tierras ofrecen al mundo.
Ópalo, un brillo entre la zozobra
Tequisquiapan es famoso por sus quesos y sus vinos, por sus aguas termales y por el ambiente festivo de Pueblo Mágico que atrae a miles de turistas cada año. Pero hay algo especial que vive dentro de sus cerros, que tiene décadas siendo explotado, y es muy apreciado por expediciones que han encontrado en la pequeña población de La Trinidad un sitio lleno de tesoros y sorpresas.
Al atravesar el paisaje semidesértico del municipio, se llega a esta comunidad, que en sus inicios se dedicaba a la explotación del carbón de encino. Fue mediante el proceso de la quema de este árbol en pozos profundos que se descubrieron los yacimientos de ópalo, una piedra semipreciosa de características similares al cuarzo, con la diferencia de la inclusión de agua en la estructura opalina. Esto le da a la piedra la propiedad de la iridiscencia —la capacidad de quebrar los ángulos de la luz para reflejar todos los colores del arcoíris— propiedad que le ha valido su fama mundial como una piedra en donde se reflejan los más profundos misterios y deseos de la humanidad.
El ópalo se extrae de los domos volcánicos de riolita que conforman la pequeña serranía que acoge a La Trinidad. Para poder explotarlo, es necesario abrir grandes socavones con dinamita, y luego, mediante el extenuante trabajo del pico y el martillo, golpear las rocas resultantes en espera de encontrar este mineral, con resultados no siempre exitosos. Don Héctor Montes es el más famoso minero de esta comunidad, lleva trabajando décadas en la mina El Redentor —concesionada desde 1894— y ahora corre también una empresa de expediciones turísticas dentro de la mina. Cuenta que existe la creencia muy arraigada de que el ópalo no tiene palabra. «Puedes pasar toda tu vida buscando una piedra valiosa, y nunca lograrlo. O puedes tener la fortuna de hallar una veta con poco trabajo. La mina es muy caprichosa.» También existe entre los mineros un sentido de desapego magnífico. Uno no puede elegir extraer un ópalo: este siempre lo escogerá a uno. Así que es mejor tener paciencia y desarrollar la habilidad de saber qué piedra escoger, y encomendarse al trabajo para lograr un propósito. Siendo de esta manera, la economía del ópalo es ambivalente. Hay años magníficos, y otros muy duros, aunque aquí nadie trabaja con la mirada puesta en la riqueza: lo importante es la pasión que despierta la belleza del mineral. No hay muchos países que cuenten con yacimientos, solo existen en Australia, Brasil, Etiopía y México. Aquí se encontró el ópalo más grande que se ha conocido: un ópalo de fuego del tamaño de una naranja, llamado Oculi Mundi. También existen ópalos de lluvia, blancos y los rarísimos negros. Todos con una belleza extraordinaria.
Don Héctor se sienta en su taller, y con herramientas más bien caseras exhibe su trabajo. Pule un ópalo pequeño con una destreza impecable. Lo muestra: ha dedicado toda su vida a buscar, trabajar y comercializar joyas de todos tamaños. Cuenta que lo visitan de todos los países, pero en especial de Japón, en donde tienen aprecio singular por esta piedra. En México, por el contrario, el ópalo casi ha pasado de noche. «No le hemos dado el valor que merece. Espero que esto cambie conforme se conozca la belleza de lo que aquí se produce», dice.
Mármol, un manto blanco bajo el semidesierto
A finales del siglo XVI, fue descubierta la mina La Negra, y esto marcó el destino de una importante zona del semidesierto queretano. La plataforma geológica conocida como El Doctor es un inmenso macizo de roca caliza que alguna vez estuvo bajo el mar. Los sedimentos orgánicos carbonataron las rocas y las dejaron listas para los procesos de metamorfización. Así se formaron los grandes bancos de mármol que hoy se explotan, cercanos al pueblo de Vizarrón; y se fundaron comunidades mineras como Maconí y El Doctor, que explotan minerales como plomo y zinc.
Cadereyta debe gran parte de su existencia a estas minas. Se documenta a finales del siglo XVII la llegada de frailes y clérigos con instrucciones precisas de aprovechar los minerales a flor de suelo y supervisar los trabajos de los mineros. Con el mármol, que era abundante, fabricaron bancas, lámparas y parquets para los pisos de las calles y plazas.
Vizarrón es un pequeño pueblo que parece estancado entre sueños. Es reconocido por sus calles y plazas hechas de mármol. El empedrado de la calle principal se compone de piedras extraídas de las minas, y la textura semipulida de los guijarros de la plaza principal, acomodados en representaciones florales y formas geométricas, brinda una sensación de elegancia. Caminar por él evoca el tiempo profundo, detenido. Lámparas, bancas, macetones y esculturas de mármol rematan los paisajes, que gobiernan los macizos montañosos donde se extrae esta piedra en grandes cantidades.
La mayoría de los habitantes de Vizarrón se dedican, de alguna u otra forma, a la extracción, comercialización y procesamiento de la piedra. Las minas, de paredes y dimensiones imponentes, se encuentran a escasos kilómetros, y se puede llegar a ellas por caminos blanqueados por el paso constante de los volteos y excavadoras que trabajan en ellas. Don Pompeyo, quien tiene más de treinta años tallando el mineral, muestra orgulloso un ambón —una pila bautismal— y varias urnas que decorarán una iglesia en Estados Unidos.
Mayor parte de su trabajo se ejecuta bajo pedido, y una gran cantidad de piezas termina en otras latitudes. También platica que se formó en el oficio de manera empírica, sin mayores herramientas que el disco abrasivo y el cincel, aunque hoy utiliza herramientas más modernas, como pulidoras, discos e hilos de diamante. En el pueblo se produce un gran cantidad de piezas de todos tamaños, que van desde esculturas y lavabos hasta pequeñas piezas decorativas, las cuales se venden en alguna de las muchas tiendas locales de la comunidad.
El mármol de Vizarrón es blanco, producto de la metamorfización de grandes bancos de piedra caliza y la presencia de rocas intrusivas, que le dan la dureza y calidad característica de esta región. Está compuesto en su mayoría de carbonato de calcio, que le da su blancura. Existen también granitos y calizas en tonalidades grises y negras, que, si bien no son mármol, se consideran como tal dentro del mercado de la construcción.
El ingeniero Jesús Ocampo Rodríguez ha dedicado su vida a estudiar, procesar y comercializar productos que tienen como base el carbonato de calcio, con el fin de transformarlos en acabados para la construcción. Cuenta que a pesar de su abundancia, la naturaleza del mármol queretano no permite su extracción en grandes bloques. Es un mármol que se utiliza principalmente para la fabricación de piezas ornamentales, pero, sobre todo, para llevar a cabo una molienda fina, que extrae del mármol el carbonato de calcio, compuesto de suma importancia para la fabricación de adhesivos, pinturas, vidrio, medicamentos, papel, morteros y estucos. De ahí su importancia económica: el carbonato de calcio es vital para la economía y la industria de miles de empresas, inclusive de alcance internacional, que han instalado sus plantas en las cercanías de los yacimientos, explotando entre treinta y cuarenta mil toneladas al mes.
Cantera, piedra angular de nuestro patrimonio
A la roca volcánica extrusiva que quedó bajo el suelo después de severa actividad volcánica hace millones de años se le conoce como piedra de cantera. Debido a su composición mineral, toma distintas tonalidades de colores y texturas. Es una piedra semidura, y debido a esta propiedad es fácilmente moldeable, cuyo aprovechamiento se documenta desde la época mesoamericana.
El arquitecto Alfonso Galván del Río ha dedicado más de cuarenta años de su vida a la restauración de edificios históricos, en los que ha constatado que la cantera tiene una cualidad cálida que es muy apreciada por los constructores para su empleo en fachadas, marcos, dinteles, columnas y detalles. También se ocupa para adoquinar calles y para tallar elementos ornamentales, esculturas y letreros. El arquitecto platica que Querétaro tiene una gran cantidad de bancos, que producen canteras rosas, ocres y negras; los adoquines provienen de La Cañada, y los bloques de construcción de Higuerillas. Escolásticas tiene una enorme producción de cantera negra y rosa, para uso casi exclusivo de labradores y escultores. Hace poco, un conocido medio estadounidense publicó un breve artículo acerca de «los talladores de piedra olvidados de Escolásticas». Ahí se acusaba de sorprendente el relativo desconocimiento del trabajo de más de doscientos talleres de artesanos que tallan elaboradas y complejas esculturas a pleno rayo del sol, y que obtienen reconocimiento casi siempre en otros países.
Escolásticas es una comunidad enclavada en un impresionante barranco, donde los bancos del material dominan el paisaje. Gran parte de la comunidad se dedica al proceso de extracción y tallado de la cantera, con una gran maestría adquirida a través de los años. Los más de doscientos talleres se pueden encontrar a lo largo de la calle principal, entre las pequeñas casas, y casi la totalidad del material extraído se envía a alguno de ellos para su labrado. Muy poca de la producción se dedica a la laminación; esta piedra no es apta para laminar o para ser extraída en grandes bloques. La gran mayoría del material se labra para lograr figuras de animales, personajes míticos, vírgenes y santos, columnas salomónicas y rosetones de gran complejidad. También hay talleres especializados en construir letreros, páneles, arcos, molduras, pechos de paloma y algunos laminados para recubrimientos y construcción.
El arquitecto Galván siempre ha encontrado en los canteros y labradores de Escolásticas personas de gran talento y pasión por su trabajo, además de gente confiable y entregada: «Tienen una gran calidad, exportan gran parte de su trabajo, sobre todo a Estados Unidos y Japón; puedes encontrar sus piezas a pie de la carretera 57 a precios muy elevados, pero no hay como visitar los talleres para encontrar verdaderas obras de arte, a precios justos y de una gran calidad».
Mucha es la riqueza mineral del subsuelo queretano. El tiempo profundo ha conformado en estas tierras un tesoro inagotable. Más importante todavía es el trabajo de los mineros, escultores, artesanos: ellos son los que imprimen el valor al extraer, pulir y trabajar los tesoros del subsuelo. Los cambios en la piedra continúan, pero esta vez de su mano. Como dice Héctor Montes: «Estas piedras, por sí mismas, no tienen valor más allá del peso de su historia si nadie se lo da». Son ellos los que caminan, suben los cerros todos los días, ponen su trabajo en la piedra, «y al final, es el valor del sudor y el ingenio lo que hace que la roca valga, por haber tocado nuestras emociones». Todo se encuentra en constante cambio, pero apreciar el trabajo atemporal de la Tierra y los artesanos queretanos también nos cambia por dentro.
*Paco Bulos
Es director de Bulos Arquitectos. Maestro en Arquitectura y Nuevo Urbanismo. Se ha desempeñado como director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Anáhuac Querétaro, y es catedrático en el Tenológico de Monterrey. Su trabajo se enfoca en el diseño del espacio público y la resolución de problemáticas urbanas y sociales, con énfasis en la participación ciudadana.