Correr una ciudad
En TURISMO
Por Germán Vázquez Ibañez
Las personas visitan Querétaro con mayor frecuencia. El turismo en el estado crece y las opciones de qué hacer o a dónde ir se diversifican, así como los sitios de alojamiento. Entre todas las opciones, el deporte no es lo primero que viene a la mente cuando alguien dice turismo y, no obstante, es una vertiente que incentiva a millones de personas a viajar. La mayoría lo hace para ser espectadores de partidos, torneos, ligas, competiciones, ya sean pequeños o masivos, ya sean nacionales o internacionales. Pero las personas también viajan como participantes, y los maratones son de los eventos deportivos que destacan en este rubro.
En el mundo existen seis anuales que cuentan con el título de Gran Maratón (World Marathon Major),los cuales convocan tanto a aficionados como a atletas de élite. Las ciudades que los organizan (Boston, Londres, Berlín, Chicago, Nueva York y Tokio) adquieren una dinámica radicalmente distinta antes, durante y después de la competencia. La gente, aunque sea por algunas horas, transita por calles y avenidas principales a otro ritmo. Es una emoción que rara vez se ve en los espacios públicos de una ciudad y por ello se vuelven un atractivo turístico deseado. A su manera, esta dinámica se vive también en Querétaro desde hace años gracias al Querétaro Maratón.
No recuerdo la primera vez que quise correr uno, pero, cuando ocurrió, ya no me lo quité de la cabeza. Pregunté a mis conocidos quién lo había corrido o quién, al menos, había deseado estar en uno. Descubrí que varios tenían, o tuvieron, la intención, pero solo pocos lo habían concretado. Y es que correr es una actividad que, en la mayoría de los casos, es realizable en casi cualquier parte y a cualquier edad. Por eso el pensamiento de inscribirse en un maratón suena alcanzable. Luego, tras unos minutos trotando, compruebas que necesitas mejorar tu condición física para terminarlo. La preparación mental, intuyo, también comienza ahí, en esa intención, porque el entrenamiento debe ser continuo y progresivo; requiere de disciplina.
LOS MINUTOS PREVIOS AL ARRANQUE DE UN MARATÓN SON ETERNOS.
Cuando estás en la línea de salida, rodeado de miles de corredores, la emoción y los nervios se confunden con facilidad. El cuerpo sucumbe, tarde o temprano, a la energía acumulada ante la espera: las piernas, los brazos y los dedos toman conciencia, se mueven de manera involuntaria. Das saltos en tu lugar, volteas en todas direcciones en señal de auxilio. La preparación mental es igual de esencial que la física.
Al menos eso sentí durante mi primer maratón. Entiendo ahora que el cuerpo se acostumbra a tales sensaciones con cada carrera; la mente también se fortalece con la rutina y la práctica. Me hubiera gustado saberlo entonces.
Recuerdo ese domingo de octubre. Recuerdo que estoy nervioso y ansioso entre miles de personas. Recuerdo que llegué de madrugada, cuando el cielo aún estaba oscuro. Recuerdo el amanecer en la avenida Constituyentes, a un lado de la Alameda. Recuerdo el disparo de adrenalina tan pronto comencé a correr; es un impulso invisible. Recuerdo que corrí el primer kilómetro mucho más rápido de lo que había practicado. No sentí que iba más acelerado de lo normal, pero me han dicho que es un efecto común. Entonces reduje un poco mi paso y presté atención a lo que me rodeaba. Encontré un Querétaro sin autos, sin ruido. Vi rostros enfocados hacia el frente, personas en las orillas, un cielo de naranjas, rosas y azules claros.
Muy a lo lejos, los atletas profesionales parecían figuritas (todavía hoy me sorprende su velocidad y fortaleza). No fue hasta el kilómetro cinco que sentí que había recuperado elpaso de mis entrenamientos. Entré un poco en pánico al pensar que ese inicio acelerado podría jugarme en contra más adelante. Correr requiere de una lucha constante contra los pensamientos negativos. Correr requiere, también, de no perder la conciencia sobre el cuerpo, sobre las zancadas, sobre el braceo, sobre la respiración.
El mito más famoso sobre el origendel maratón está lejos de lo lúdico, ya no digamos de lo turístico. Según se cuenta, el soldado Filípides corrió de la ciudad de Maratón a Atenas para anunciar que los griegos habían salido victoriosos de la batalla contra los persas e, inmediatamente después de dar el aviso, se desvaneció y murió. Aunque varias fuentes señalan las imprecisiones históricas, la espectacularidad de la anécdota es ya inseparable de los orígenes del maratón. Y tal vez se deba, en parte, a que las personas pueden experimentar sensaciones de colapso, de llevar el cuerpo al límite, y de ahí que no sorprenda el final de fatídico. Oficialmente, el primero se llevó a cabo en Atenas en 1896, durante las Olimpiadas, y fue de cuarenta kilómetros. Tras varias ediciones, se definió que la distancia reglamentaria fuera de 42.195 kilómetros.
En retrospectiva, considero un acierto que mi primer maratón fuera el de Querétaro. Por un lado, ya que vivo aquí, tenía la ruta presente en mi cabeza mientras avanzaba. Por el otro, dado que era una experiencia distinta, sentía que estaba redescubriendo esas calles y avenidas. En las orillas había personas alentando con carteles, gritos y bocinas. Incluso recuerdo a un saxofonista que agregaba una banda sonora a la carrera cuando pasabas a su lado. Los puntos de hidratación se sentían como pequeñas islas paradisiacas. Para distraerme de la sensación de agotamiento, comencé a prestarles atención a los competidores de enfrente: colores fosforescentes aquí y allá, atuendos deportivos combinados de arriba abajo, playeras de otras carreras o de maratones pasados, grupos de personas uniformadas, incluso algunos traían ropa cómoda de domingo por la mañana.
Correr es una actividad que disfruto. Me ayuda a distraerme cuando ha sido un día mentalmente agotador. Soy aficionado; corro como pasatiempo. He intentado que más familiares, amigos y conocidos también corran. He tenido rachas increíbles y otras en las que cedo ante la desgana, el tedio. Corro al aire libre y casi siempre con música. Hay días que salgo sin audífonos: dejó que el ruido citadino ambiente mi ejercicio. Entre semana, corro en la noche, después del trabajo, mientras que los fines hago distancias diurnas. En resumen: tengo una rutina. Cada persona prepara la suya —la que le conviene o de la que puede valerse— y encuentra una motivación.
LA ETAPA QUE MÁS DISFRUTÉ FUE LA DEL
CENTRO HISTÓRICO.
Vi a cientos de personas sujetando lonas y cartulinas con frases graciosas, mensajes de aliento y hasta memes; y sentí entonces un nuevo impulso. Sin embargo, cerca del kilómetro veintiuno, todo dentro de mí colapsó. No pude con el agotamiento. En mi mente sonaba como eco «¿En serio crees que podrás terminar la carrera?», «Mejor termina el medio maratón y lo intentas el próximo año». Era una voz interna persuasiva. Sentía molestias en mis pies.
Mi respiración era descontrolada y no podía mantener la vista al frente. La brazada no tenía fuerza. Un gran letrero sobre la intersección entre las avenidas Tecnológico y Constituyentes dividía la ruta: izquierda, «21 kilómetros»; derecha, «42 kilómetros». Recuerdo que, mientras lo veía, el eco cobraba fuerza: «¿En serio crees que podrás terminar la carrera?», «son veintiún kilómetros más», «¡veintiún kilómetros más!». Entonces decidí hacerle caso a la voz —mi voz— y giré a la izquierda.
Mientras avanzaba, sentí mucho remordimiento. Volteé un par de veces: alcancé a ver que los competidores del maratón se dirigían rumbo a Corregidora, en sentido opuesto al mío. Me imaginé corriendo junto a ellos, rodeando la pirámide de El Pueblito y regresando al estadio olímpico. Pero ya era tarde. Y, además, supuse, mi cuerpo no lo soportaría. Las porras del público concentrado cerca de la meta disiparon esos pensamientos: estaba a punto de finalizar. Crucé la línea cansado y con una sensación agridulce. Seguí al resto de competidores y entramos al estadio; se notaba la fatiga en muchos rostros, pero también la felicidad, y era contagiosa: aunque no había completado los kilómetros esperados, ahora ya contaba con una primera experiencia, con una marca personal para seguir adelante. En ese instante me propuse, rodeado de tantas personas entusiasmadas, que lo intentaría el siguiente año. Me tomé una foto de recuerdo y salí.