El ciclista sobre el mar de nubes

En TURISMO

Por Fernando Jiménez

 

I

Las montañas crecen en la mente de quienes se suben a la bicicleta, se agigantan. A veces monstruos, a veces templos generosos, de búsqueda y de encuentro. Crecen en la mente, pero también en el corazón. Las odiseas se escriben en dirección al cielo, en el fútil y poético esfuerzo por aproximarse a las nubes. La historia acontece de abajo hacia arriba. Los pulmones se llenan de cielo, se inflan, estallan. Las piernas hierven, se derriten. El pecho se llena de sombras y fantasmas: saldo no contabilizado de las leyes de gravedad. Dédalo desafió al mundo por acercarse al sol y lo pagó con la vida de Ícaro; las y los ciclistas pagan con su cuerpo ese acercamiento que, sobran testimonios, parece un intercambio justo.

 

 

II

140 km, 70 de ascenso, 70 de descenso. Tres municipios en el camino: Querétaro, El Marqués y Colón. La capital, un bricolaje industrial de tesoros velados; El Marqués, un conjunto de haciendas y planicies caracterizado por una portentosa espiritualidad; y Los Trigos, en Colón, un hermoso pinal esculpido a ventarrones por la azarosa mano del tiempo. Recomendable llevar comida suficiente, resolver los desafíos de hidratación (que serán abundantes y en muchos casos, incalculables). Primero hay que salir de la ciudad. Cruzar el adoquín de cantera significa sentirlo en las manos. Su irregularidad, sus dibujos, sus acertijos. Habitar la frontera entre Hércules y La Cañada, dos asentamientos de abundancia mística, testigos en primera línea de una expansión urbana agresiva que condena la vida silvestre. El tren silba y aúlla como los migrantes que saludan arriba de los vagones, sonora línea de salida.

 

 

III

El ciclismo es un subgénero de la imaginación: reinventa el espacio, borra los trazados y apunta los propios. Alfred Jarry, el excéntrico dramaturgo, era un ciclista. Al autor de Ubú Rey, el primer investigador de la (inventada por él) ciencia de las excepciones —mejor conocida como patafísica—, le aburría la contemplación y la colocaba como un estado inferior al planeta de representaciones que otorga la velocidad. Arriba de una bicicleta, la ciudad y la carretera se aprietan en líneas luminosas, coloridas que, a sazón del viento en el rostro, estrujan las geometrías e inventan estructuras poliformes, irrepetibles bajo otras condiciones. El ciclismo no solo reside en el negocio entre las personas y las máquinas, sino en la creatividad de mirar el mundo desde la óptica de lo imposible.

 

 

IV

Cada ciclista construye sus mapas, sus galaxias traducidas en rutas, en secretos y atajos. En Mientras embalo mi biblioteca, el escritor Alberto Manguel asegura que las bibliotecas personales tienen mucho de autobiografía, dado que cada libro alberga el instante en el que fue leído. Así, cada ciclista construye su biblioteca personal de subidas. Les ofrece un espacio privilegiado a sus preferidas. La edifica sobre sus propios géneros. Terror: la espeluznante explosión interna, las rodillas en ebullición. Fantasía: el día distinto, el luminoso ascenso donde las piernas fueron más que piernas, el espíritu más que espíritu y la montaña una hazaña sin ningún sentido. Drama: subir hecho pedazos, chorreando polvo y aceite, subir con la muerte a gritos, pero subir. También aventura, romance, suspenso. Como los libros, es común que las historias personales trasciendan al texto. Como los libros, algunas subidas se regalan, se ejecutan en compañía. Como los libros, en ocasiones las historias no caben en una persona y se requieren de cuatro, de cinco, de diez. Como los libros, leer uno te invita a leer otro. Los y las ciclistas suben una y otra vez porque cada lectura es distinta y cada montaña exige su propia historia.

 

 

V

El primer ascenso a tener en cuenta es la entrada a la hacienda El Lobo, que le perteneció a Tomás Mejía, general otomí fusilado a un lado de Maximiliano y un personaje que sigue siendo uno de los nombres más respetados y queridos de la Sierra Gorda. La dureza de la subida es engañosa, su pendiente manejable produce movimientos e intensidades que, en más de una ocasión, se pagan a jadeos. Se trata de un camino tendido de apenas tres kilómetros y medio con una inclinación suficiente para rendirse o envalentonarse. Comienza justo después de la zona de viñedos, que sería una pena no mirar, sobre todo en temporada de lluvias. Al atravesar El Lobo, a pocos metros de llegar a Alfajayucan, aparece por primera vez El Zamorano, a lo lejos. Siempre despierto, siempre expectante. La mirada del gigante persigue a los peregrinos por la carretera. Al mismo tiempo advertencia y bienvenida. El Zamorano acompaña, quieto, orbitado por nubes alargadas que salpican el intenso azul del cielo.

 

VI

El cerro El Zamorano se ubica a los pies de la comunidad llamada Los Trigos. Es el punto más alto del estado de Querétaro. Se trata de un volcán extinto de aproximadamente once millones de años. Su cima se ubica a 3340 metros sobre el nivel del mar. Junto a la Peña de Bernal y el cerro del Frontón, pertenece al llamado Triángulo Sagrado, una región rebosante de capillas otomí- chichimecas. Los habitantes de Tolimán recorren el Triángulo Sagrado, lo caminan. Los abuelos llevan a los nietos y les enseñan las flores, los árboles. Las piedras. Los lugares donde se puede descansar y los lugares donde sería mejor no hacerlo. Se camina por días, donde se comparte el sol, la comida, el cansancio y los cerros. Pese al despojo sistemático de las mineras y las caleras de la zona, los pies de los peregrinos siguen recorriendo las piedras. ¿Qué son los viajes en bicicleta sino otro tipo de peregrinación?

 

VII

Las montañas concentran historias, las reúnen. La entidad con la que se involucran en las vidas de quien las visita resulta no menos que sorprendente. El Mont Ventoux (apodado el Gigante de Provenza o la Montaña Calva), en Francia ha sido escenario tanto de los momentos más luminosos en el Tour de France como de los episodios más oscuros, más difíciles de mirar en la historia reciente del ciclismo de carretera. Rodeado de campos de lavanda, los últimos kilómetros camino a la cima se caracterizan por un desolador panorama, de planeta vencido, carente de vegetación, que le calza a pedir de boca a esa fama de martirio oscuro. A finales de los sesenta, el ciclista Tom Simpson murió al disputar su ascenso. Se lo recuerda en el suelo, con la mirada perdida, dando pedaladas al aire. José Antonio Montano afirma que las pedaleadas que dio al aire el ciclista le permitieron completar el Mont Ventoux, y añade que la mitificación de la montaña requería un sacrificio humano.

 

VIII

El filósofo Roland Barthes, en su ensayo «El Tour como epopeya», afirma que en el ciclismo la geografía se reescribe conforme a los caprichos de la épica. Los humanos se naturalizan, la naturaleza se humaniza. Las montañas se personifican, se transforman en villanos a salud del arco argumental. La montaña se vuelve un infierno superior, un lugar de pruebas homéricas donde un viaje personal es al mismo tiempo un viaje terrestre. No existe hasta que se sube encima de una bicicleta.

 

 

IX

Presa de Rayas participa de un casco de hacienda, resquebrajado por los años. Mitad derrumbe, mitad testimonio de épocas de abundancia. Tras un paso complicado a través del pavimento hirviente, se sube a una rampa dura coronada por algunas antenas radiales, otra metáfora de la tierra y la tecnología. El Saucillo es la última parada previa al ascenso definitivo. Conviene reabastecerse en alguna de las tiendas. Comprar comida, rellenar las botellas. La primera rampa es la más difícil. Un paso encadenado por voladeros tan peligrosos como seductores. Con cierta regularidad, los conductores que pasan en automóvil bajan la velocidad para mirar de cerca esa batalla. Veinte kilómetros a través de tres asentamientos: Nuevo Álamos, El Coyote y Ejido Patria. Un ascenso de hora y media aproximadamente. Un paso de las llanuras y praderas a la espesa humedad de los pinales. Los voladeros de manera paulatina se empiezan a salpicar de bosque, franca señal de que la cima se acerca. Un corredor de árboles enmarca la llegada: el cerro El Zamorano aparece estoico y la montaña lejana adquiere una cercanía hipnotizante. Las últimas rampas cuestan mucho, no por la dificultad, sino por la acumulación. Los últimos cuatro kilómetros ocurren en un mar de pinos, la carretera bordeada por sábanas de hojas que se desprendieron de los árboles en un pasado incierto. Entre la respiración entrecortada y las piernas adoloridas, un letrero con las palabras «Los Trigos» anuncia que el ascenso ha terminado y que, por esta ocasión, los barcos llegaron al puerto.

 

X

Marc Augé en su ya histórico Elogio de la bicicleta escribe que andar en bicicleta reinventa el placer de vivir, recodifica la naturaleza del mundo, propone su propia velocidad del universo. No existe mayor paradoja entre la vida y la muerte que un descenso en bicicleta: se baja para sentir la vida, con la condición de ser vigilado por la muerte. Regresar por el camino por el que se llegó a un destino se subestima con frecuencia. Dar la vuelta en Los Trigos, mirar los metros que se subieron (porque se miran) invita a sumergirse en los brazos del viento. Ejido Patria, El Coyote, Nuevo Álamos, El Saucillo, Presa de Rayas, Atongo, Alfajayucan, El Lobo, Saldarriaga, La Cañada, Hércules. Barthes decía, también, que el escenario épico de la guerra no está en las batallas, sino al regresar al campamento, junto a la fogata que se alimenta de historias. Quizá El Zamorano no esté en El Zamorano, sino en casa de las personas que decidieron visitarlo.

 

 

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