Mark Kadin

En PERFILES

Por Lucía Tendilla Núñez

 

El espacio por sí solo suele imponer. Luces apagadas, aire acondicionado ligeramente por debajo de lo acostumbrado, techos altos y paredes forradas de filas de asientos apuntando al escenario que dispone de más de medio centenar de sillas y atriles acomodados con cuidado y a disposición de decenas de músicos. Tres llamadas. Todas las sillas en el escenario están ocupadas, con excepción de una, a la izquierda —vista del público—, la más próxima al podio del director. El concertino, violinista principal y segundo al mando, entra al escenario, con paso firme e instrumento en mano; es recibido por la primera ola de aplausos que brindará el público a lo largo de la velada. Después de regresar el saludo, el concertino se dirige a la orquesta, indicando al oboe, instrumento cuya estabilidad lo hace acreedor de la confianza para afinar a toda la orquesta, producir la primera nota la, que dará pie a la primera masa sonora con cierta uniformidad. El característico sonido de la orquesta afinando es la antesala de la magia que representa cualquier concierto sinfónico. Solo toma unos segundos para que los músicos corroboren estar afinados. Al terminar, el concertino toma asiento por unos momentos antes de atender a la señal del violonchelista principal frente a él, que le indica el momento para volver a ponerse de pie, esta vez acompañado de todos los músicos en el escenario. Todos de pie para recibir a la máxima autoridad dentro de una orquesta: el director artístico.

 

Habrá una variedad inmensa de repertorio orquestal, miles de músicos profesionales atendiendo a una batuta en cientos de orquestas tanto de Occidente como de Oriente. Pero, en esencia, el ritual es el mismo en todo el mundo. Un ritual al que Mark Kadin ya está habituado. Sea en Bulgaria, lugar donde residía y laboraba tan solo un par de días antes de iniciar su actual contrato, o aquí en Querétaro, donde ahora dirige a la filarmónica del estado, la profesión del director de orquesta, como la música en sí, es de carácter universal, además de que no da lugar a un día libre. Mark Kadin nació en una pequeña ciudad de Ucrania. El origen de su interés por su actual profesión no le es muy claro, pues sus padres trabajaban en una fábrica local, sin ninguna relación con el gremio musical, además de que en su ciudad natal no abundaban las actividades culturales. Fue en Járkov donde comenzó sus estudios musicales con el clarinete y donde tuvo su primer contacto con la música de orquesta. Posteriormente se mudó a Moscú, guiado por el magnetismo que poseen las capitales para muchos jóvenes estudiantes, con la promesa de una vida más amplia y mejores oportunidades.

 


Cambió su rumbo dentro de la música a los 20 años, cuando decidió dejar de lado el clarinete para dedicarse de lleno a la dirección orquestal, rama que considera totalmente apartada del camino del instrumentista.

 


—Es diferente, porque cuando eres director tienes que trabajar mucho más que un instrumentista. Trabajar de manera más amplia.  Leer y escuchar mucho. Ver bastantes videos. Tienes que comer mucha información, muchísima más. Recuerdo mi juventud, mis años de estudiante; yo no tuve ningún día libre, no tenía vacaciones, yo no sabía si era sábado, domingo o qué día. Además de libros de teoría de la música e historia de la música, tengo que saber todo sobre cada obra, no solo de lo que vaya a dirigir, tengo que saber todo de cada obra del repertorio de orquesta sinfónica.

 


En octubre de 1990, después de seis años de arduo y continuo estudio, Mark Kadin realizó su debut como director, dirigiendo al Ensamble de Música Contemporánea de Moscú con un repertorio de compositores de Corea del Sur. A partir de entonces su carrera se desplegaría con multitud de conciertos dirigiendo algunas de las orquestas más importantes de Moscú y, de manera ocasional, en otros países. Durante sus primeros años laboró como director asistente, sin pertenecer formalmente a una agrupación artística, hasta que se dijo a sí mismo que no podría construirse una trayectoria profesional como «director sombra».

 

—No quería ser titular, pero entendí que no podía hacer una trayectoria únicamente
con el título de director asistente, es imposible. Y no sabía qué hacer, porque no hay orquesta
en el mundo que esté esperando a su director titular.

 


Por cada cien puestos para instrumentistas dentro de una orquesta, hay uno solo para director: sobra calcular lo competido que está el puesto. Además, ya que es quien está frente a tantos otros excelsos profesionales de la música, no se nombra director titular  a cualquiera. Incluso con la carrera de dirección orquestal concluida, no está garantizada la batuta.

 


Aún con la idea de conseguir un puesto de titular, Mark Kadin continuó con los trabajos que surgieran como director huésped.


—En Siberia yo hice un concierto, y después de ese concierto
su director falleció, y los músicos dijeron: «queremos a este chico».

 


Con esa orquesta, su primera como titular, marcaría un récord de longevidad que al día de hoy no ha superado: once años. Ese periodo solo llegó a su fin por una serie de cambios administrativos. Lo tomó como una oportunidad para salir de Rusia. Fue entonces el momento de hacerlas de huésped una vez más. Después de demostrar la calidad de su trabajo en una ópera en Lituania, le ofrecieron el puesto de titular. Pasarían dos años antes de que tuviera que dejar el país por las mismas razones que dejó la orquesta de Siberia.

 


Enseguida fue requerido en Bulgaria, en la orquesta de la Radio Nacional, donde llevó a la agrupación a una de sus mejores versiones.


—El trabajo de cada director es mejorar la orquesta. Mejorarla en todos los sentidos. Mejorar el sonido de la orquesta, mejorar el proceso de trabajo, mejorar la vida para los músicos, la vida cotidiana. Mejorar todas las relaciones internas, para evitar estresos, para hacer la manera de trabajo más tranquila, para que quieran regresar al trabajo.

 


En los músicos coexiste el ser artístico con el profesionista íntegro, y, como en cualquier ambiente laboral, quien está al mando requiere dar un esfuerzo extra para que todo funcione. Desde luego, uno de los puntos clave es lo musical, el estudio exhastivo de la música, que el maestro Kadin lleva años realizando: «Profundizar, no escuchar como amante de la música. Realmente estudiar». Pero hay otras labores menos obvias, aunque igual de vitales para cualquier orquesta, como lo es la planificación de los programas y temporadas; cuándo van a tocar y qué van a tocar, procurando un repertorio variado y abarcando todas las preferencias posibles. También están los malabares que se hacen para conseguir solistas invitados de renombre, a pesar del reducido presupuesto.

 


En los ensayos y conciertos, además de la música, sobre el director titular también cae la responsabilidad de conducir el ambiente laboral. Estamos hablando de una profesión en todo el sentido de la palabra, a la que Mark Kadin encamina cada día sin importar la nacionalidad de los músicos que dirija.


—No existe diferencia entre los músicos mexicanos, lituanos, búlgaros. No existe. Todos los músicos de todo el mundo son iguales. Sí, la gente se ve de manera muy diferente, pero la psicología es la misma —dice en algún momento de la entrevista, reafirmando así la cuestión de la música como lenguaje universal.

 

Carácter de la música que además le ha ayudado a llevar a cabo su trabajo de manera efectiva en las decenas de países en lo que ha estado, atravesando la barrera del lenguaje, que unas veces es más densa que otras, encontrándose en la actualidad con el reto que el español representa para casi cualquier extranjero. Sin embargo, durante el año que ha estado aquí, ha sobrellevado el español para hacer lo que sabe hacer con la orquesta que hoy tiene bajo su batuta: la Orquesta Filarmónica del Estado de Querétaro. A la cual, él menciona, habrá que preguntarle el próximo año si alcanzó su cometido, aunque los resultados ya han ido aflorando.


—El maestro trajo muchas mejorías a la orquesta. Más orden, más disciplina. Toda una anticipación de la información que permitió planear adecuadamente. Se ha visto no solo al interior, también al exterior: la gente lo quiere mucho, ha notado el trabajo del maestro. Y también se ha reflejado en las entradas, hay más afluencia, sobre todo de público joven. El maestro es una persona aguerrida, una persona con mucha fuerza, y eso se lo ha transmitido a los maestros músicos e incluso a los administrativos. Nosotros, que tenemos contacto con los medios y los compañeros reporteros, vemos que lo han acogido bastante bien. Si te metes a las redes, puedes ver que son puras felicitaciones —agrega Arturo León, encargado de comunicación de la OFEQ, quien nos acompañó en la entrevista en uno de los muchos sitios amenos para charlar en Querétaro.


—El Centro Histórico, todo el Centro. Las iglesias son increíbles. Me gusta mucho esta
zona; cada vez que la visito es como la primera vez. Dependiendo del sol, ves diferentes colores,
es fantástico, me gusta mucho —respondió sobre los lugares locales que le gusta frecuentar
en sus casi inexistentes ratos libres, muchos de los cuales pasa
con su esposa cuando lo visita, desde Moscú, cada tanto.


Destaca, entre sus pasatiempos ajenos a la música, visitar los museos locales para familiarizarse con la cultura local del lugar en el que se halle. Desde el Louvre, en París, hasta el Soumaya, en la capital mexicana, y el pequeño y acogedor Museo de la Ciudad, sobre la calle Guerrero; Mark Kadin encuentra espacio para seguir comiendo información.

 

 

 

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