Ramiro Valencia

En PERFILES

Por: Donna Oliveros

 

 

La mañana despierta sobre las calles de Querétaro. Los comerciantes comienzan a levantar las cortinas metálicas de sus negocios mientras los pasos apurados de los trabajadores resuenan en el asfalto. El aroma del café recién molido escapa de las cafeterías y despierta el apetito de los transeúntes que pasan frente a sus fachadas.

 

 

En medio de este bullicio cotidiano, el fotógrafo Ramiro Valencia nos espera frente a una casona colonial ubicada sobre la calle Madero, antes Camino Real de Tierra Adentro: un edificio antiguo donde él creció y también lo hicieron sus antepasados desde el siglo XIX. Hoy, como muchas otras construcciones del Centro Histórico, la casona ha cambiado de vocación y alberga diversos negocios, aunque conserva su arquitectura intacta, resistiendo con dignidad el paso del tiempo.

 

 

 

 

 

 

El propio Ramiro parece salido de otra época. Con su barba castaña y espesa, y el porte de un explorador decimonónico, evoca figuras como la del alemán Alexander von Humboldt, quien, en uno de sus viajes, también recorrió Querétaro. Con la cortesía de un caballero antiguo, nos guía por los corredores de su memoria. Caminamos por la larga garganta de la casona, que fue testigo de su infancia y que muchos en la ciudad conocen como Pasaje De la Llata.

 

 

 

 

Pasaje De la Llata: Un rincón con historia

 

 

 

A cada paso, Ramiro detiene su marcha para compartir una nueva historia sobre el edificio. Nos cuenta que el Pasaje De la Llata, que lleva por nombre el apellido de la familia, alberga la plaza comercial más antigua de Querétaro, con más de setenta años de existencia. Originalmente fue el Casino Español en el siglo XIX, y en 1867 recibió al emperador Maximiliano de Habsburgo, quien lo utilizó como residencia personal hasta su aprehensión en mayo de ese mismo año. Años más tarde, en 1873, fue hogar del gobernador Benito Santos Zenea.

 

 

En 1900, albergó la primera tienda La Corta Utilidad, especializada en productos de importación, y en 1904, uno de sus patios se transformó en una sala de cine: el Salón Rojo, el primer local público para la exhibición de películas en Querétaro. Ramiro hila la historia del edificio con la de su familia y la de Querétaro. No es historiador de profesión, pero pocos como él tienen esa facilidad de conectar la microhistoria con los grandes relatos. Amante de la historia y los viajes, ha convertido estas pasiones en un proyecto de divulgación que ya ha captado la atención de miles de espectadores.

 

 

 

 

 

 

 

La memoria visual de Querétaro en YouTube

 

 

 

En su canal de YouTube —que lleva su nombre—, comparte videos que rescatan la memoria local con la seriedad de un investigador y la sensibilidad de un narrador nato. Desde que la pandemia lo obligó a dejar los caminos de México y volver la mirada a su ciudad natal, Ramiro se ha dedicado a contar las historias que habitan entre los caminos, los mercados, las esquinas y las personas de Querétaro. Su video más visto, «Historia de una esquina», acumula más de cuarenta y cinco mil reproducciones.

 

 

No es casualidad: Ramiro combina información precisa, fuentes confiables y un profundo respeto por la historia oral y popular. En su canal se pueden encontrar también episodios como «Pasaje De La Llata», «Sombrerería La Popular», «Medio siglo de la gloriosa Satélite» y «Mercado del Carmen», todos con un estilo accesible, visual y cercano. Ramiro no improvisa. Para sus investigaciones, se rodea de cronistas, historiadores y académicos, y va siempre directo a la fuente. «Ya sabes que una mentira que se dice mil veces se convierte en verdad —comenta con tono firme—. Por eso hago esto: para contar lo que es, no lo que se repite sin verificar.»

 

 

 

 

 

 

 

Un legado familiar de memoria y fotografía

 

 

El interés de Ramiro por documentar la historia no es casual. Es sobrino nieto de Manuel de la Llata, una figura multifacética que fue pianista, escritor, historiador, director de la Hemeroteca Nacional y fotógrafo. De él, su abuelo —como le llamaba—, heredó no solo la cámara, sino también la inquietud por conservar la memoria.

 

 

«Mi abuelo se dedicaba a la crónica histórica y al periodismo. De su mano, y de la de mi padre, comencé a leer a los tres años, rodeado de una biblioteca en casa con más de tres mil libros —comenta Ramiro—. Él era historiador y tenía mucha amistad con cronistas y políticos en Querétaro. Recuerdo cuando en casa llegaban figuras como Rafael Camacho Guzmán, Enrique Burgos, o incluso Mariano Palacios, a saludarlo. Me llevaba al Museo Regional, donde recuerdo ver a Eduardo Loarca y sentir el olor a madera y a historia.»

 

 

Acompañarlo en su labor marcó profundamente a Ramiro. Sin embargo, fue el descubrimiento del archivo fotográfico familiar —conservado y ampliado por su abuelo— lo que avivó su pasión por la fotografía histórica: más de cuatro mil imágenes originales, tomadas desde 1874 hasta la era de las Polaroid. En esas fotos encontró otras vidas, ciudades, culturas y sitios como Teotihuacán, mucho antes de convertirse en la zona arqueológica que conocemos hoy. 

 

 

 

 

 

 

Desde pequeño, Ramiro creció rodeado de relatos. «En mi casa, las historias eran parte del día a día. Se decía en casa que Maximiliano había dormido ahí, pero se mencionaba como algo cotidiano. Ya después supe que había sido el emperador... y eso me impulsó a investigar.» Los propios lugares también se encargaron de conectarlo con la historia de su entorno. —Mi patio de juegos era el Jardín Obregón —hoy Jardín Zenea—, y mi “casita del árbol” estaba en el Jardín Corregidora. Desde la azotea veía la torre de San Francisco, Santa Clara y el Cimatario.

 

 

A veces me preguntaba: “¿Por qué una calle se llamaba Hospital Real?”. Entonces investigaba y descubría que ahí estuvo el Hospital de San Hipólito, y que su capilla se encontraba donde hoy está el templo de San José. Todas esas historias te van llenando de amor por tu tierra. A los once años, Ramiro obtuvo su primera cámara y comenzó a crear su propio archivo documental. En 1993, dio el paso hacia la fotografía profesional, capturando imágenes de las calles queretanas, paisajes naturales, hallazgos arqueológicos y pueblos indígenas, construyendo un testimonio visual de un Querétaro profundo.

 

 

Su interés original era estudiar arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, pero, aunque terminó eligiendo una profesión comercial, nunca abandonó su pasión por la historia, lo que lo llevó a involucrarse en proyectos documentales. Fue de los primeros en fotografiar la peregrinación otomí al Zamorano, así como la fiesta patronal de Santiago Mexquititlán, en Amealco, y la que está dedicada a san Miguel Arcángel, en San Miguel Tolimán.

 

 

 

 

 

 

Durante diecisiete años colaboró con la revista México Desconocido, y de forma paralela participó en proyectos de documentación en la zona arqueológica de El Cerrito, en coordinación con el INAH Querétaro y el arqueólogo Daniel Valencia. Fue durante el confinamiento por la pandemia cuando su mirada tomó un nuevo rumbo: retratar Querétaro desde adentro. Así, desde la introspección y el encierro, redescubrió su ciudad, reafirmando ese vínculo íntimo entre memoria, historia y fotografía.

 

 

 

 

Querétaro desde dentro

 

 

Este redescubrimiento de su ciudad lo llevó a crear el primer episodio de su colección de videos documentales, «Querétaro 001», en el que explica que el estado se asienta sobre cuatro regiones geográficas: la Sierra Gorda, el semidesierto central, los Valles Centrales y la Sierra Queretana.

 

 

También traza el crecimiento urbano desde el cerro de Sangremal hasta los cinco barrios fundacionales y las siete delegaciones actuales, como Santa Rosa Jáuregui, que nació como pueblo en 1753 con población de trabajadores de la hacienda de Juriquilla.

—Querétaro está lleno de lugares que pasan desapercibidos, pero que cuentan siglos de historia —dice con entusiasmo. Ramiro Valencia asegura que no busca la fama.

 

 

Lo que realmente lo mueve es viajar, contar historias y documentarlas con su cámara. Mientras recorre la ciudad, captura su arquitectura, sus secretos, los rostros de quienes la habitan y los rincones olvidados. Así, va construyendo un archivo invaluable: el de un Querétaro que no aparece en los libros… ni en las redes sociales. «Me apasiona el viaje. Y no me refiero a subirte a un avión y llegar a otro lugar, sino a la idea del viaje. O sea, de salir de tu casa e ir al museo, a ese viaje me refiero.»

 

 

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